Sevilla, 11 oct (EFE).- Poemas de Carmen Conde, Gloria Fuertes, Rosa Chacel, Concha Méndez y Ernestina de Champourcin, entre otras, conforman la primera antología de poetas españolas sobre la Guerra Civil, una experiencia que, a diferencia de los hombres, vivieron en la retaguardia, aunque en condiciones no menos dramáticas.
“Ellas cuentan la guerra” es el título de esta antología que, efectuada por Reyes Vila-Belda, llegará a las librerías el lunes próximo publicada por la sevillana editorial Renacimiento como “la primera antología de poetas españolas sobre sus desgarradoras experiencias de la guerra y las dramáticas consecuencias del exilio y la posguerra”.
Son 24 poetas las seleccionadas en dos apartados, “Las poetas del destierro” y “Las poetas que permanecieron en España”, en una antología que no pretende ser exhaustiva y que abarca desde 1936 hasta poemas tardíamente publicados en 2013 -los que Mariluz Escribano dedicó a su padre, ejecutado durante la guerra- y en 2004 -el poema dedicado a las fosas por Angelina Gatell-.
Catedrática de Literatura Española Contemporánea en la Universidad de Indiana (EE.UU.), Reyes Vila-Belda advierte en el prefacio a esta antología de poemas que “a diferencia de la poesía de guerra escrita por los hombres, estos poemas no fueron escritos como armas para el combate, arengas a la lucha, cantos a la valentía de los soldados o elogios a los héroes, salvo excepciones”.
Muchos de estos poemas están basados en emociones y son numerosos los versos inspirados por el recuerdo y el dolor de experiencias individuales o colectivas, como supervivientes de la pérdida de un ser querido o como reacción a la visión de los muertos después de una batalla.
Otras poetas hablan del hambre, del impacto de las restricciones en la vida cotidiana en la posguerra y casi todas ellas también hablan de las consecuencias emocionales que les acarreó la guerra, desde la pérdida trágica de un amor a la despedida de la infancia o la adolescencia, al alejamiento de la patria o el ejercicio de la supervivencia como algo cotidiano.
Las poetas escogidas reflejan diferentes posiciones políticas, vinculadas a la República como Concha Zardoya y Ángela Figuera; comprometidas con la causa anarquista como Lucía Sánchez Saornil; con el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) como María Enciso; con el socialismo como Mada Carreño; con el comunismo y la oposición activa al franquismo como Angelina Gatell y Aurora de Albornoz.
Simpatizaban con la causa republicana aunque no declaran abiertamente sus simpatías otras como María Beneyto, Acacia Uceta y Francisca Aguirre.
En el otro lado hubo menos mujeres poetas que escribieran sobre la guerra, como Pilar de Valderrama, afiliada al bando rebelde.
Vila-Belda señala que algunas exiliadas ya tenían prestigio literario antes de la guerra si bien con el posterior destierro cayeron en el olvido, como Concha Méndez, Chacel y Champourcin, las cuales, además, fueron autodidactas, procedían de familias acomodadas de la burguesía o la aristocracia y estuvieron casadas con escritores o artistas vinculados al bando republicano.
Otra que nació en el seno de una familia de la alta burguesía fue Ana María Martínez Sagi, pero renunció a sus raíces, ejerció el periodismo y militó en el anarquismo, por lo que igualmente acabó en el exilio.
Otras abandonaron el país acompañando a sus familias cuando todavía eran adolescentes, como Aurora de Albornoz o Nuria Parés, quienes se hicieron poetas en sus países de acogida, mientras que Julia Uceda decidió marcharse durante el franquismo en busca de un mejor desarrollo profesional.
Mariluz Escribano, cuando era muy pequeña, pasó varios años en la cárcel con su madre, represaliada tras la ejecución de su marido.
Un caso que refleja el drama de la guerra civil es el de dos poetas de signo político contrario y muy vinculadas a Antonio Machado, Pilar de Valderrama (la Guiomar del poeta), monárquica que se refugió en Portugal antes de retornar a España, y Clementina Arderiu, quien junto a su familia integraba la triste comitiva que, junto a los Machado, cruzó la frontera francesa la fría y lluviosa noche del 27 de enero de 1939.
Alfredo Valenzuela