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'El mundo sigue'... 50 años después

En 1963, y con unas 80 películas como actor a sus espaldas, Fernando Fernán-Gómez celebraba consigo mismo sus bodas de plata en el oficio con el extraño propósito de trabajar al máximo. Ese año no rechazaría ninguna oferta que se le hiciera estuviera bien o mal pagada, encarnaría personajes guapos o feos en cine o en teatro y doblaría las jornadas si llegara a ser necesario.

Promovería él mismo los proyectos que no se le propusieran y con sus ahorros estaba dispuesto a sacar adelante esa película que tenía escrita y que había sido rechazada por varios productores. Iba a ser la que haría ocho en su filmografía como director.

Un proyecto maldito

A mitad del siglo pasado hubo en España un escritor vasco al que todo el mundo solía llamar Zeta Zeta porque acarreaba tal fama de gafe que parecía más sensato nunca nombrarle. Cuando Zeta Zeta entraba al café Gijón se daba la alerta y los parroquianos ponían las manos sobre las mesas. El día en que alguien lo mentó en voz alta el establecimiento explotó. Al parecer, un joven poeta había llegado esa tarde mostrando un libro dedicado por el innombrable, y Eugenio Suárez (miembro fundador y primer director del semanario El caso) reaccionó arrancando la página, la prendió con una cerilla y la arrojó por conjurar la suerte. El papel tuvo el capricho de ir a colarse por una rejilla al sótano del local, donde se almacenaba el carburo que en lapsos de restricción eléctrica alimentaba los quinqués y que en ese momento se encontraba anegado tras una tormenta veraniega. Cuando el autógrafo del escritor entró en contacto con los gases producidos por el carburo y el agua, los comensales salieron despedidos.

El innombrable era Juan Antonio de Zunzunegui, que pese a su éxito como novelista no era, como se ve, lo que se dice un talismán. Sin embargo, su influjo permanecía en un Fernando Fernán-Gómez que se había dejado la piel en el intento de convertir en guión La vida como es, una novela-río donde el escritor retrataba un cuarto de siglo del Madrid más hampón y menesteroso. La naturaleza múltiple de aquel libro llevó a Fernán-Gómez a desistir, pero en 1960 una elogiosa crítica que destacaba los valores dramáticos y el contraste entre sus personajes le acercó a El mundo sigue, otra novela del autor, más sombría, donde se relataban las angustias y las circunstancias íntimas de los miembros de una familia humilde en el Madrid de finales de los años 40.

Fernán-Gómez escribió una adaptación de aquel libro que en principio nadie quiso producir por su dureza y amargura. Presentado el guión a la junta de censura, las autoridades prohibieron su realización de manera tajante, pero coincidió que en el año 62 se dio un relevo con el desembarco de Fraga Iribarne en el Ministerio de Información y Turismo y la llegada a la Dirección General de Cinematografía y Teatro de José María García Escudero, hasta el momento gran valedor de la obra de Fernán-Gómez. Su incorporación supuso algunos cambios (se levantó, por ejemplo, la veda del suicidio en el cine) y guiones prohibidos hasta la fecha volvieron a presentarse a evaluación.

El de El mundo sigue fue entonces aceptado aunque con muchas restricciones de lenguaje, a lo que Fernán-Gómez recurrió presentando una nueva versión, en realidad intocada, donde se destacaba en cubierta que los diálogos eran de Juan Antonio de Zunzunegui “de la Real Academia Española”. La maniobra no surtió efecto y hubo que despojarlo de tacos y maldiciones para obtener la aprobación. Fernán-Gómez decidió arrancar el proyecto con sus propios ahorros y amparado en lo intendente por la productora Ada Films, propiedad de Tibor Reves, a su vez padre de Juan Estelrich, que aquí ejercería de director de producción 13 años antes de dirigir su única película, El anacoreta, por la que Fernán-Gómez merecería un Oso de Plata en el Festival de Berlín de 1976, su primer premio internacional.

Neorrealismo a la española

Como tantos directores de entonces, en 1963 Fernán-Gómez tenía la mirada hechizada por el neorrealismo italiano, que a su decir debería haberse llamado “cotidianismo”. El mundo sigue narra el enfrentamiento entre dos hermanas y la peripecia ludópata del marido de una de ellas con códigos aprendidos de aquella corriente. Muestra una determinación firme de “desespectacularizar” la pantalla en cada uno de sus planos, exhibe unos diálogos limpios y precisos en espectacular castellano y cuenta con un reparto surtido que encabezan Lina Canalejas, Gemma Cuervo y el propio Fernán-Gómez, en el que comparecen veteranos como Milagros Leal o Francisco Pierrá y hay lugar para otros grandes como María Luisa Ponte y un siempre recio Agustín González, entre papeles más breves para Fernando Guillén, José María Caffarel, Marisa Paredes o Pilar Bardem.

El mundo sigue es un melodrama fatalista, despiadado, sombrío y casi enlutado, que olvidó darle jabón al público para convertirse en algo parecido a un tratado sobre la bajeza humana. Una película aromada por los rigores de su concepción, que asoman en cada plano y juegan en favor de una atmósfera por momentos próxima a lo documental en su paisajismo social del Madrid de 1963, que es también un Madrid anterior y persistente porque hay que tener en cuenta que en cierto modo estamos ante una película de época, interesada en reflejar la impotencia y la miseria moral de una gente que vivió una posguerra, donde el imperativo de la vida cotidiana les abocaba a la adaptabilidad por encima de cualquier principio.

El mal público

La explotación de El mundo sigue siguió la dinámica ceniza de su génesis. Las ayudas y facilidades de exhibición dependían entonces de la categoría que decidiera otorgarle la Dirección General de Cinematografía a cada película, que tenía en sus manos acreditar “interés especial” o garantizarle el ninguneo. Como tantos, Fernán-Gómez había sentido el relevo de Arias Salgado por García Escudero como una apertura en el organismo, pero su sensación fue después la de un mero cambio de partidos: “Antes se apoyaba una determinada tendencia y se iba en contra de un determinado matiz, y a partir de ese momento se apoyaba otra determinada tendencia y se iba en contra de otro determinado matiz. Pero en cuanto a la expresión libre, o más bien libertaria, del individuo, y en cuanto al estímulo de la creación como fruto del hombre, me parece que no se había dado el más mínimo paso”.

El mundo sigue fue marginada por considerarse que se trataba de una obra diametralmente opuesta al “nuevo cine español” que en ese momento se pretendía promover desde las altas instancias, y la película tuvo que encontrar su salida a través de un subterfugio: en aquel tiempo mucho cine español se llevaba a cabo por una razón tan peregrina como que hacer una película aquí conllevaba el derecho de adquisición de varios títulos americanos, por lo general muy rentables. Así, El mundo sigue se vendió a Nueva Films, una distribuidora del País Vasco que necesitaba permisos de importación, y el 10 de julio de 1965, dos años después de su confección y ahora hace medio siglo exacto, la película se estrenaba en Bilbao para en menos de una semana pasar a formar parte de algún programa doble y a continuación esfumarse como si nunca hubiera existido.

Aunque hoy sigue siendo uno de sus títulos menos atendidos, críticos y especialistas lo irían reivindicando con los años y hoy consta en todas las listas, junto a La vida por delante (1958) o El extraño viajeEl extraño viaje (1964), como uno de los más valorados de su director, que décadas después se mostraba satisfecho con el reconocimiento logrado por la película como obra de culto. “Si la pasasen por televisión la vería un millón de personas. Ya sería un fracaso”.

En el verano de 1963, lo que más tarde llamaría su “año nefasto”, Fernán-Gómez cumplía 42 años. Hacía seis que se había separado de María Dolores Pradera y quedaban diez para que coincidiera con Emma Cohen, que se iba a convertir en su compañera hasta el final de trayecto. Ese año de celebración en que protagonizó varias películas y al menos tres obras de teatro que en ocasiones también produjo, lo terminó exhausto y con la asistencia de varios actores de la película, que le fueron prestando el dinero necesario para subsistir. Amén de su interés real por aquella novela de Zunzunegui y por su exposición terrible de que cuantas más son las claudicaciones morales de un individuo mejor le va en su vida práctica, la razón prosaica por la que decía haber hecho El mundo sigue era que se encontraba solo. Se sentía vivir una crisis sentimental que no era más que soledad. Tenía que hacer una película como fuera y esta era la que tenía escrita.