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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La España de los Rolling de ayer y de hoy

Los Rolling Stones, circa 1975

Mónica Zas Marcos

Los Rolling Stones están un poco cascados y con la irreverencia moderada por los tiempos, pero el día en que conocieron España estaban en las antípodas de la corrección que representaban sus coetáneos, Los Beatles. Estos, pacientes, calmados y algo místicos, componían odas a la paz mundial y al movimiento hippie. Los otros, cual némesis, reclamaban sexo, drogas duras y lascivia en unas letras que la España de los años 60 no acababa de digerir.

Tardaron 15 años en llegar. Fue un 11 de junio de 1976 cuando La Monumental de Barcelona -Madrid aún tuvo que esperar ocho años más- acogió un acontecimiento que quedará grabado a fuego en las antologías musicales: el primer concierto de los Rolling en nuestro país. Las ancianitas aún se escandalizaban con un logo que distaba bastante de ese tufillo a yugo y flechas. Una lengua desafiante que se reía de todas las estructuras de la sociedad retrógrada, de esa “España medieval”, como la definió el hombre que nos los trajo, su por entonces promotor Gay Mercader.

¿Qué ha cambiado desde entonces? Paradójicamente, todo y nada. El entorno en su conjunto, la sociedad y economía, la ideología y hasta el efecto groupie han mutado. En cambio, el satánico espíritu de su alineación sigue intacto gracias a su avaricia sin fin: si los clásicos funcionan y dan dinero, para qué exprimir los temas nuevos. El propio Mick Jagger admitió en una entrevista que con sus nuevos discos, como Superheavy -mezcla de reggae, sonidos exóticos y soul-, no llenarían estadios ni circos máximos.

Pesetas, grises y el cielo de Barna

“Primero lo quise hacer en Cambrils, pero me decían que estos rockeros venían con unos camiones y violaban a las chicas”, así recordaba Gay Mercader la organización del mítico concierto en una entrevista para El Mundo. Los 38 años que separan aquella noche de nuestros días convierten la historia en un evento digno de su propio documental.

Las entradas costaban 900 pesetas y, aunque el aforo estaba preparado para amparar a 18.000 personas, apenas lo llenaron 11.000. Para más inri, mientras patrullaban a las afueras, los grises empezaron a tirar botes de humo hacia las últimas gradas. “Debieron pensar que no llevábamos suficientes efectos especiales”. Por aquel entonces, junto al cuarteto sonaban también el pianista y organista negro Billy Preston y el percursionista afroamericano Ollie Brawn. Este componente echa por tierra las diatribas racistas con las que muchos lanzan su dedo acusador hacia los Rolling. Que no son ningunos santos, por supuesto, ni ganas tienen ni falta les hace.

Antes eran unos bohemios parias que apenas conseguían subirse a un par de chicas a sus suites, y ahora llevan sus jets privados hasta los topes. Pero tanto Jagger como Keith Richards, Ron Wood -Ronnie en el 76- y Charlie Watts ponían toda la carne en el asador, por muchos grises que quisiesen colaborar en la puesta en escena. Honky Tonk Woman sonaba de apertura, y ahora ha quedado relegada por Jumping Jack. Pero los mecheros siguen oscilando con sus bucólicas baladas, antes con Wild Horses y ahora con Streets of Love.

Un último baño de multitudes

“La crítica me puso a parir. Que si el cantante ya estaba viejo, que el grupo sólo había entretenido al personal...”, que se lo digan ahora. Mercader puso a España en el mapa europeo de los grandes grupos y descubrió vida para el rock más allá de Londres o París. Y para muestra los conciertos de 1982 que llenaron el Vicente Calderón por partida doble. El bochorno de aquel julio y sus tormentas de verano salpicaban al ambiente festivo del Mundial de Fútbol.

La meteorología y el espectáculo son las bases de aquellas crónicas, donde la tromba de agua hacía resbalar todo el atrezzo que lanzaban sus Majestades. Eso, y que Jagger interactuaba todo lo que su chapurreo de espanglish le permitía. La demencia del momento estaba a flor de piel, y esa vorágine incómoda y genial hizo de Tattoo You la gira legendaria de los Rolling por antonomasia.

Desde entonces, siete veces como siete pecados han hecho tambalear los cimientos de estadios y escenarios improvisados en nuestro país. Y no sorprende el caos virtual que se forma para vender las 54.000 entradas, porque desde que aterricen en España todo lo suyo es noticia, se comerán las rotativas. Y eso que aquellas 900 'pelas' simbólicas distan bastante de los 225 euros de ahora, que muchos están dispuestos a arriesgar para ver un concierto algo deambulante como el de 2007.

Pero no se llega a ser la banda más longeva del planeta únicamente sacando la lengua y formando el tricornio del rock con las manos. Los de Londres se adaptan a las tecnologías y explotan sus millones como pocos saben sacar partido a su opulencia. Ahora, actuarán frente a más de 750.000 personas en todo el mundo y seguro que muchos de esos miles estarán repitiendo por segunda, quinta o novena vez una de las experiencias más monumentales de su vida.

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