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Rosendo se despide con pocas palabras y grandes canciones de un Madrid que no quiere decirle adiós

Rosendo en su concierto de este jueves en Madrid

Marina Estévez Torreblanca

“Madrid, han sido muchos años. No me me gusta hablar y no me gustan las despedidas, volveremos a vernos aunque sea en la otra vida”. Con la intención de estar dando uno de sus últimos conciertos tras 45 años de carrera, Rosendo Mercado dijo adiós este jueves a una ciudad que le adora (a pesar de él) como a un emblema de lo mejor de sí misma. “He recibido mucho cariño y me duele tener que parar, pero nos hacemos viejos. La vida es esto”, ha dicho Rosendo, hombre de pocas pero muy precisas palabras y de grandes canciones.

Canciones como fogonazos de rimas consonantes que se han sucedido en la hora y media que ha durado la actuación en el Palacio de los Deportes (Wizink Center). El estadio estaba repleto (más de 15.000 personas, según Efe). Acompañado de bajo y batería, Rosendo, de 64 años, ha empezado con algunos temas recientes como “Cúrame de espantos” seguidos de otros más clásicos como “Cosita”, “El ganador” o “Deja que les diga que no”. En las grandes pantallas colocadas tras el escenario se sucedían imágenes de algunas de sus preocupaciones recurrentes: lo urbano, la guerra, la revolución. “No pasarán”, se ha leído al final de “Muela la muela”.

Tras un par de canciones más tranquilas “para sobrellevarlo”, ha explicado con su habitual bonhomía -“No son gigantes” y “Mala vida”- ha pasado a una segunda parte más rauda, locuaz y llena de himnos, varios de Leño. Las palabras de agradecimiento y despedida se han intercalado con temas como “El tren”, “Pan de Higo”, “Agradecido”, y en los bises, “Loco por incordiar”, “Maneras de vivir” y “Qué desilusión”. “Ya no os digo más, pasadlo de puta madre”, ha sido su último deseo para un público muy entregado y sin ganas de dejar marchar a alguien que les lleva acompañando toda la vida.

Pero el exponente más carismático del rock urbano madrileño, icono a su pesar, está cansado. Se va a vivir al pueblo de su mujer, a dos horas de la capital. “En el momento más sólido de su carrera, Rosendo se toma un respiro en un camino que no conoce el punto y aparte y queda en puntos suspensivos…”, decía el comunicado de su discográfica que anunciaba su retirada hace unos meses, sacudiendo el mundo musical, pero dejando abierta la esperanza. No parece que esté muy por la labor por sus palabras de este jueves por la noche. Si no cambia de opinión, a Rosendo ya solo le quedan dos bolos (en Barcelona) antes de retirarse de los escenarios, después de cuatro décadas de carrera y veinte discos.

Rosendo Mercado se ha despedido de la ciudad en la que nació en 1954. “Es una mierda, este Madrid, que ni las ratas pueden vivir”, cantaba con crudeza a finales de los setenta. Conoció las miserias del tardofranquismo en un barrio obrero, vivió la Transición. Luego empezaron los años de plomo de la heroína, esos que arrasaron Carabanchel, cuando rara era la semana que no se recibían malas nuevas sobre un familiar, un vecino, un amigo, que había acabado en la cárcel o en sitios peores.

Mercado le puso una banda sonora de letras ocurrentes y descarnadas a aquella desolación. “El rock es compromiso y mala leche”, mantiene.

Décadas después, dice que está harto de que le pidan selfies, de que le pregunten cuándo vuelve Leño y de una fama mal llevada. Ya hace mucho que no se le ve por el Star, en el cuadro de la Avenida de Oporto, jugando al futbolín.

Afirma la biografía de la página oficial de Rosendo (que confiesa haber copiado de la Wikipedia por falta de tiempo) que tras abandonar los estudios en la escuela de ingeniería ICAI, en 1972 se incorporó como guitarrista a Fresa, un conjunto de versiones que después mutó a Ñu. Empezó a fijarse en la manera de tocar de Rory Gallagher -le pareció accesible ya que creía que no podía aspirar a ser Jimi Hendrix ni Ritchie Blackmore- y fundó Leño. El nombre del grupo se inspiró, según la leyenda, en la opinión del cantante de Ñu, José Carlos Molina, de que las canciones de Rosendo eran “un leño”. Lo dejaron, en lo más alto, en 1983 por problemas internos y con la discográfica Zafiro.

Empezó su carrera en solitario y ha pasado treinta años depurándose como compositor, con celebrados riffs de guitarra y juegos de palabras para la historia del rock urbano. Rechazó que le erigieran una estatua en su barrio de Carabanchel, pero aceptó la Medalla de Oro de Madrid el pasado mes de mayo de manos de la alcaldesa Manuela Carmena.

El concierto de Madrid ha sido el antepenúltimo de la gira “Mi tiempo señorías…” que inició el pasado 16 de marzo en Jerez de la Frontera. Ha pasado por Cáceres, Ponferrada, Albacete, Villena, A Coruña, Bilbao… Termina con los dos conciertos este sábado y domingo en Barcelona, con las entradas agotadas.

“Igual he hecho mal las cuentas y en unos años tengo que volver a cantar 'Loco por incordiar' y 'Maneras de vivir' por las fiestas de los pueblos”, confesaba hace unos meses Rosendo en una entrevista. Visto lo visto esta noche en Madrid, por aquí no le va a faltar un aforo que promete estarle agradecido.

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