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Chill Mafia: “En estos tiempos, lo punki es ser cariñoso con tus colegas”

Con Chill Mafia todo parece fácil. Incluso entrar en su mundo, más allá de clips y directos, por primera vez. Sencillo encontrar un sitio al sol, sentados en un pretil y en el suelo, para hablar con cuatro de sus miembros, Beñat Rodrigo aka Kiliki Frexko, Irene Cervantes o Irenen3s, Julen (Flakofonki) Goldarazena y Sara Losúa alias Sara Goxua. Durante la conversación algunas de las palabras más repetidas son “cariño” o “rey”. Hay miradas atentas, algún abrazo y refuerzos directos como “literal” y “total” a las palabras que otro dice. Chill Mafia, la chillma para iniciados, es un colectivo, un grupo de amigos que además hacen música y se han pegado. No entre ellos, aunque sí lo harían seguramente con alguien de fuera si le hiciera daño a otro de ellos. Estar pegado, en sus propias palabras, es la expresión que define “triunfar un poquito, que te busquen y te sigan”. El fenómeno más inesperado de la música estatal en lo que llevamos de década es un combo de voces, productores, dj, diseñadores y grafiteros que llega desde Pamplona y alrededores. Capaces de reanimar a un muerto como un kebab en el momento justo de la noche. Pero también un guiso a varias manos y capas temáticas donde estilo, generación, lengua y clase social tienen mucho que decir.

El título de su primera mixtape publicada en febrero de 2021, Ezorregatik x berpizkundea, ya fue toda una declaración de intenciones: “De nada por la resurrección”. Una doble chulería ante lo que consideran una escena musical vasca mansa y previsible durante demasiados años. Diez temas con chándal y txapela en los que entrechocan rap, dub, reggae, punk y reguetón. ¿Referencias directas? Varias generaciones de golpe: Xabier Lete, Erramun Martikorena, Cicatriz, Potato, Doraemon y la colaboración de su grupo amigo Tatxers (apunten: la otra gran revelación vasca de la temporada, o unos The Jam meets Zarama de este siglo). En el último año, Chill Mafia ha seguido sacando canciones que han volado alto también. Una es Bedeinkatua, donde el guiño “Ikimiliki meets Jiggiri” está diciendo mucho: la unión entre Mikel Laboa y Tego Calderón de la que en parte es hija esta cuadrilla. Ahora, tras agotar en Pamplona, Vitoria o San Sebastián y estar a punto de volver a Madrid, actúan por primera vez en Barcelona, donde participan también en el festival Subsol del CCCB.

Un barrio popular suele imprimir carácter. Algunos de los que proceden los integrantes de Chill Mafia son Mendillorri y Rochapea, “La Rocha”, protagonista del tema 31014. “Hacemos vida en el barrio pero también en el centro porque en Pamplona todo está cerca. Aunque el centro es verdad que importa poco. Todos conocemos a todos. En la ciudad es muy fácil ver la dicotomía de clase en dos minutos andando. Media Pamplona es rancia del Opus y la otra es la de los barrios”, apunta Beñat. El colectivo —joven, su núcleo duro es de entre 1998 y 2002— nació hace tres años en un contexto de fiesta. Primero, amigos, después comando musical y artístico. Para él, “nuestro mayor duende no es saber hacer música, sino juntar a la gente como lo hemos hecho. La música es un arte más mediatizable. Nuestros grafiteros y diseñadores son muy buenos pero lo que se hace viral es la música. Chill Mafia es un colectivo abierto: si vemos un colega nuestro que sabe hacer algo algo lo vamos a meter de una”. “Queremos usar la música para poner el foco en el trabajo creativo de otros amigos”, coincide Irene.

En la ciudad es muy fácil ver la dicotomía de clase en dos minutos andando. Media Pamplona es rancia del Opus y la otra es la de los barrios

El ego se diluye en el colectivo. Es habitual el intercambio de “barras”, o de frases y versos para cantar, entre unos y otros. Se sugieren, se prestan, se cogen ideas. “Es todo un poco de todos. Tenemos la dinámica de preguntarnos”, señala Irene. “Se hacen mejores canciones así. El rollo rapero de que el único artista que ha influido en tu obra eres tú está desfasado. Ya me jodería si eso fuera verdad. El rollo egotrip del 'yo, yo, yo’. El que se crea que tiene fuerza él solo es un flipado”, dice Beñat. “Exacto, nuestra fuerza es la de tener a toda la cuadrilla detrás”, lo confirma Irene.

El secreto de que Chill Mafia sea una batidora de estilos tiene que ver, para Beñat, con que “en esta generación nuestra hay menos complejos para mezclar géneros. El cani ha asumido que hay buenas guitarras y el hardcoreta que Daddy Yankee tiene buenos temas. Si tuviera que tirarme toda la vida escuchando solo un género me muero de la pena”. No son estilos pero influyen igualmente el bombardeo de estímulos digitales, los memes, la publicidad y en cierto modo la precariedad funambulista. También está presente el canon cultural vasco, un poco en el punto de mira de Chill Mafia. Beñat creció “escuchando Cicatriz, Eskorbuto y Kortatu, pero que eso esté guapísimo no quita para que te diga, primo, ya está, hay otras cosas”, defiende Beñat. “Nos pasará lo mismo dentro de unos años. Tulipump, uno de nuestros productores, me decía el otro día que está deseando que llegue el día que le digan ‘pero qué haces’”, interviene Sara. “Pues sí. Y ese día estaré encantado, igual que Fermin Muguruza con nosotros, de que haya unos chavales así”, redondea Beñat. La procedencia también juega un papel hacia fuera. “Parece que si algo se hace fuera de Madrid, como Califato en Andalucía, o nosotros, es superexótico”, lanza Irene.

Efectivamente, el mixto euskera-castellano utilizado es llamativo al proceder de una zona no especialmente euskaldun. Chill Mafia canta como habla en la calle, pero eso no deja de ser el resultado de un acto consciente. “Hay un conflicto con el euskera en Navarra, gente de allí de toda la vida que no aprecia el idioma. Y luego otras cosas, como una tía abuela mía euskalduna que solo hablaba euskera y sufrió tal acoso por eso que ni siquiera apuntó a sus hijos a euskera”, sostiene Sara. Para Beñat, “también hay que tener en cuenta que desde treinta kilómetros al sur de Pamplona hacia abajo no puedes estudiar en euskera si no es pagando. En Navarra te ponen bastante jodido vivir en euskera y tienes que hacerlo como un acto consciente, como una decisión. No hay voluntad institucional”. En el mundo Chill Mafia hay algunas palabras, no necesariamente del euskera pero sí del hábitat navarro, que conocer. Las villavesas son los buses urbanos, pitxu es speed, bajeras son las lonjas y locales bajos que alquilan los chavales para jugar al Fifa y fumar porros. Y los jurrus: “Una persona del entorno de la izquierda abertzale. Viene de los antiguos jarraitxus, gente de Jarrai, que los gitanos de Pamplona hicieron evolucionar a jurrustrus o jurrutus. Nosotros podemos decirlo de manera despectiva pero como venga alguien de Madrid a decirlo, cuidado. Es la J-word navarra”, afirman.

El rollo rapero de que el único artista que ha influido en tu obra eres tú está desfasado. Ya me jodería si eso fuera verdad

Aunque sus letras y puesta en escena parezca esencialmente vacilona y macarra, hay que mirar más allá. En Chill Mafia hay contacto, decíamos antes, y no solo físico, se hablan con cariño y también con la transparencia que da la amistad verdadera. “En tiempos así en que está de moda la pasivoagresividad, es punki que seas cariñoso con tus colegas. Me parece más revolucionario decirle a tu amigo que le quieres un montón que estar todo el día cagándote en todo. Necesitamos el afecto como agua. La música es secundario, lo primero es querernos”, reconoce Beñat. “Y estando tan mediatizado además es como pues mira, yo necesito bien de cariño. Es un desahogo, en las letras, si en la vida real eres un buen tío. Ya que intento que la peña esté a gusto pues voy a decir cuatro burradas en las canciones y ya está”, añade Julen. “Como colegas nos apoyamos en las burradas, es como ‘sí, dilo’”, refuerza Irene. Beñat: “Yo es que para amar fuerte tengo que odiar fuerte también. Es un poco de catarsis”. “Y por eso —resume Sara— tienes canciones como Ay k emoción y Cicatriz”.

El componente de clase está presente en Chill Mafia. Incluso explícitamente: sus viva La Mila; fuera Gorraiz y viva Baraka; abajo Neguri hacen referencia a zonas de Pamplona y Vizcaya con fuerte brecha social. “Pero si es que no hace falta leer a Lenin para entender la lucha de clases —interviene Beñat—. Yo con gente a partir de cierta clase no puedo estar porque me parecen gente muy rara y un poco mala. Mi primo currando de albañil en San Jorge, un barrio chungo de Pamplona, le ofrecían un pincho de tortilla o una cocacola; se iba al más pijo y ni le miraban a la cara”. Que nadie busque un manual para hacer la revolución en las letras de Chill Mafia. No es que no la deseen, seguramente, es que un improbable fin justifique la turra. “Política es todo. Si digo que estoy cansado de trabajar, eso es político. Lo que no nos gusta son esas letras obvias de decir que la revolución debe ser así o asá. No tengo ningún problema en posicionarme, lo que no voy a hacer es hacerlo todo el rato. Vuelvo a lo de antes, me parece más transgresor decirle a un colega que le quieres que estar con que la policía es mala. Me interesa más pintarte un paisaje que decirte cómo tienes que hacer las cosas. Que si te pinto un paisaje ya será jodido, eh”, indica Beñat. “Si miras al futuro, todo está oscuro”, cantan. “La gente tiene todo el derecho a estar cansada. No están las cosas como para echarse unas risas sin más, tampoco. No puedes pensar en futuro, en de aquí a cinco años. Estamos obligadísimos a vivir al día. Bastante buena gente somos la mayoría de esta generación para lo jodidos que estamos”, sostiene. E Irene da una de esas frases que no te abandonan en horas: “Yo noto que la gente está o de puta madre o fatal”.

El cani ha asumido que hay buenas guitarras y el hardcoreta que Daddy Yankee tiene buenos temas. Si tuviera que tirarme toda la vida escuchando solo un género me muero de la pena

Fun fact: a Chill Mafia les contactaron antes una marca de cervezas y la textil deportiva Astore que cualquier discográfica. De hecho, los sellos lo hicieron cuando ya tenían publicada una mixtape que a estas alturas ya ha dado remixes de VVV [Trippin’ You], Miguel Grimaldo o Yung Prado. Su sueño declarado es huir de la precariedad, pero todavía no viven de la música. Sacan para cubrir gastos personales y, sobre todo, como señala Sara, “para los primeros objetivos colectivos que teníamos, que son comprar buen equipo para todas y el local. Estamos invirtiendo en el grupo antes de que podamos vivir de esto”. El sueño, para Irene, es “sacarnos los unos a los otros adelante”. Los cálculos de Beñat son que “si de 17 cuatro salen de pobres, el resto iremos mejor también. A mí sí me está salvando un poco la vida Chill Mafia. Venía del fracaso escolar. ¿Si queremos vivir de esto? Hombre, no tengo el Bachiller. Que no pasa nada, que nos metemos a cualquier Eroski o ETT y a tomar por culo, pero mucha más posibilidad con estos estudios no tengo. Ah, y yo si tengo pasta me quiero comprar una casa pero en mi barrio”. Así está ahora mismo Chill Mafia, pegados al triunfo y también los unos a otros. Lo recuerda Sara, que cree que siendo amigos nadie hará el feo de, si pega solo, irse solo. ¿El futuro cercano de la chillma? “Jotas. Dembow. Bachatas. Lo que nos dé el viento”.