Las estrellas de la música española siguen siendo blancas

Nando Cruz

20 de octubre de 2021 22:16 h

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En 2017 el rapero belga Damso, nacido en República Democrática del Congo, alcanzó el número uno de las listas de Francia y Bélgica con su segundo álbum, gesta que repetiría con sus siguientes dos discos. En 2018, el rapero inglés de madre ghaniana Stormzy recibía un prestigioso Brit Award que consolidó su carrera. En 2019, Mahmood, un veinteañero de padre egipcio, ganó el Festival de San Remo y representó a Italia en Eurovisión. En 2020, Aya Nakamura, nacida en Mali, fue galardonada por MTV como la mejor artista francesa del año y se convertía en la primer número uno en Holanda, cantando en francés, desde los lejanos días de Édith Piaf. ¿Qué tienen en común Damso, Stormzy, Mahmood y Aya Nakamura? Ninguno de estos cuatro europeos es blanco. Sin embargo, todos ocupan un espacio central en la cultura musical de sus respectivos países.

El gran lanzamiento autóctono de la industria discográfica española para 2021 ha sido el nuevo trabajo de C. Tangana. Y se titulaba El madrileño.

Que a finales de los años 70 no hubiese en España grupos multirraciales como los Specials era razonable, pero en 2021, con cerca de 6 millones de extranjeros censados, a los que hay que añadir los hijos de extranjeros nacidos en España, llama la atención la escasa presencia de artistas migrantes o de familias migradas en las listas de éxitos. ¿Es España un país racista en lo musical? ¿Está la industria musical española poco predispuesta, o poco preparada, para lanzar artistas españoles no blancos? ¿Cómo se explica que Concha Buika, mallorquina de origen guineano, sea prácticamente la única española negra que ha gozado de cierto éxito?

¿Cuántos ejecutivos de origen gitano tenemos en Sony cuando el flamenco tiene una importancia tan grande en nuestra sociedad? Ninguno

José María Barbat, presidente de Sony Music Iberia y responsable de los fichajes de Rosalía y C. Tangana, empieza su análisis con un dato: “España es el segundo país del mundo, tras la República Dominicana, donde más se consume dembow dominicano”. Es un ejemplo de cómo los flujos migratorios de las últimas décadas, principalmente los de procedencia latinoamericana, ya tienen una marcada presencia en nuestras listas de éxitos. Sin embargo, hay un doble tapón para los artistas españoles de origen latino. Por un lado, los artistas locales del mainstream están adoptando esos sonidos, caso del propio Tangana. Por otro, “tenemos la lista de ventas copada por artistas de Puerto Rico, Colombia, Panamá...”, analiza Barbat. “Muchos hijos de latinos están haciendo música en España, pero el dominio absoluto a nivel mainstream es de los artistas foráneos. Nuestras listas de ventas y las de los países de Latinoamérica se parecen muchísimo. En Francia o Italia, no pasa. No tienen un continente entero hablando su mismo idioma; nosotros, sí.… Ahora vas a un concierto de Rauw Alejandro y ves al público que hubiese ido a Estopa hace 20 años”, ilustra.

Discográficas 100% blancas

Otro motivo que podría explicar la ausencia de artistas locales no blancos en las listas de éxitos es la ausencia de trabajadores no blancos en las propias discográficas. Ahí Barbat asume parte de responsabilidad: “Tengo compañeros de origen magrebí en Francia. Y en Benelux e Inglaterra es algo que está ya en la composición demográfica. En España vamos por detrás. Y ese tema ya está sobre la mesa en Sony desde hace dos o tres años. Nuestro trabajo es buscar estos ejecutivos de origen latino o de color en las escuelas de música. No los podemos robar a otras discográficas porque tampoco los tienen”, avanza. En realidad, esa carencia está detectada hace décadas. “¿Cuántos ejecutivos de origen gitano tenemos en Sony cuando el flamenco tiene una importancia tan grande en nuestra sociedad?”, se pregunta Barbat. Su respuesta: “Ninguno”.

El periodista Víctor Sánchez llegó de Colombia hace más de dos décadas y trabaja promocionando artistas latinos en España. Así hizo, entre otros, con Karol G, J Balvin y Jhay Cortez, antes de que se convirtieran en estrellas. “En 20 años solo he conocido a un ejecutivo discográfico no español. Se llama JR y es cubano”, apunta. Se refiere a José Ramón del Río, fundador en los años 90 de la revista El Manisero y actual director creativo de Universal. JR, de hecho, discrepa. “Yo he conocido mexicanos como ‘Frijolito’, argentinos, chilenos, cubanos, colombianos… En Universal tenemos a una chica de origen árabe en el departamento artístico”, señala. “Y en tiempos de Hispavox, Waldo de los Ríos fue director artístico”, recuerda refiriéndose al compositor y arreglista argentino.

La siguiente anécdota de Sánchez tal vez sea más aclaratoria de la mirada musical angloblanca que impera en las multinacionales. “Un día llegué a Warner. Aquello parecía la redacción de un periódico. Todo el mundo tenía el culo pegado a la silla. Hice una encuesta, por curiosidad, y pregunté a cada uno si le gustaba el reguetón. A ninguno le gustaba. ¡A nadie le gustaba la música latina! Todos eran indies, rockeros, metaleros...”, rememora. “El reguetón salvó de la quiebra a las discográficas, pero aun así reniegan del reguetón. Son hipócritas”, denuncia visiblemente indignado. Sánchez no suele morderse la lengua. Meses atrás se hizo popular un vídeo en el que denunciaba el desprecio de los medios de comunicación españoles hacia el reguetón.

Cuarenta años de retraso

En 2016, París fue la ciudad invitada para las fiestas de la Mercè y la capital parisina envió a actuar a Barcelona a un representante musical de su ciudad. El escogido fue MHD, un veinteañero de padre guineano y madre senegalesa que practica un trap con influencias africanas. ¿Barcelona podría enviar a un artista de origen magrebí o ecuatoriano como representante de su escena musical? “No, Barcelona no está preparada para eso”, afirma Tania Adam, periodista e investigadora especializada en culturas africanas de la diáspora. Pero en su opinión, es imprescindible añadir un tercer factor al debate de si la industria musical española es racista. “Las migraciones llegaron a Francia en los 50 y 60 y, como en Bélgica o Inglaterra, empezaron a crear sus comunidades. Lo que está pasando ahora en España, estos países lo vivieron hace ya 30 o 40 años”.

Un día llegué a Warner. Aquello parecía la redacción de un periódico. Todo el mundo tenía el culo pegado a la silla. Hice una encuesta y pregunté a cada uno si le gustaba el reguetón. A ninguno le gustaba

“En París puedes ver policías negros y a musulmanes con sus rollos en la cabeza que te atienden en la farmacia. Allí la inmigración es más antigua. Sus hijos ya son abogados, médicos, artistas… Los franceses ya consumen la música que hacen los negros franceses”, coincide Sánchez. “Todo esto es parte de un proceso y España, en ese sentido, está todavía en pañales. Pero también hay que reconocer que aquí hay un racismo hipócrita. En las discográficas y en todos lados. Lo mismo pasa con salas de fiestas que llevan españoles y que hablan mal de los latinos que son los que las llenan y les dan de comer”, insiste.

Para Adam, “el racismo en la industria musical es una extensión del racismo que hay en la sociedad. Y una sociedad que tiene una aversión a la alteridad permea en todos los aspectos: en el metro, en el banco, en el mercado y en la industria discográfica”. “Pero la música es ese lugar en el que siempre se ha dejado expresarse a los negros”, recuerda. “¿Cómo puede, aún así, seguir siendo racista una sociedad?”, se pregunta. “La música y el deporte son mundos en los que los negros acaban triunfando. En el fútbol, por mucho que luego haya gritos racistas en la grada, ningún entrenador deja de convocar a un jugador porque sea negro. En la música, sí. Nuestra sociedad acepta a cantantes negros de fuera, pero rechaza a sus cantantes vecinos. Hay que intentar entender qué pasa ahí. ¿Por qué aceptas a un Jay-Z y no a un Morad?”, nos plantea.

Porque esto no es solo una cuestión de dar color a las listas de ventas y a los catálogos autóctonos de las discográficas. Que Stormzy fuese galardonado en 2018 con un Brit Award facilitó que toda Inglaterra escuchase cómo reclamaba a la entonces Primer Ministro tory Theresa May las ayudas prometidas a los habitantes del edificio Grenfell incendiado meses atrás. Que Mahmood ganase el Festival de San Remo en 2019 permitió que toda Italia viese cómo el entonces Ministro del Interior, el ultraderechista Matteo Salvini, lamentaba públicamente su disgusto ante su victoria. Que Morad gozase de máxima exposición pública tal vez contribuiría a que el Top 10 de 2021 incorporase temáticas cruciales de nuestra época como la violencia policial contra los migrantes, la sobrepoblación en los suburbios o la falta de expectativas para la juventud. Y este rapero barcelonés de origen marroquí no ha alcanzado el éxito gracias a la industria discográfica o los medios de comunicación, sino a pesar de ambos

Mentalidad extractivista

“Las compañías no dejamos de ser un reflejo de la sociedad en que vivimos”, asume Barbat. La reflexión de Adam va en dirección contraria, aunque solo en apariencia. “Las multinacionales justamente son espacios con una mirada más abierta. No son tan conservadoras como las instituciones culturales, cuyo objetivo es transmitir la cultura de una nación. La industria funciona con mentalidad extractivista y el inmigrante aún no está explotado. Sí lo ha sido en Francia, Inglaterra y otros países. Ese paso en España está por dar, pero no porque la industria sea racista, sino porque es una explotadora capitalista y no se atreve a innovar. La industria no innova: explota. Pero no me atrevo a decir que la industria sea racista, sino que si la sociedad es racista ese proceso de explotación se retrasa. Cuando entiendan que eso es negocio, abrirán su mirada”, intuye.

“Las multinacionales necesitan renovarse y encontrar nuevos captadores de talentos”, dispara Sánchez. El presidente de Sony dice estar en ello: “Los afrobeats están al caer y del mismo modo que hemos sido los primeros en encontrar fenómenos como Rosalía o C. Tangana, me gustaría ser el primero en encontrar esto. La única manera de conseguirlo es tener a la gente adecuada en mi equipo”, admite. “Las transformaciones demográficas generan nuevos nichos de mercado y las discográficas ven esos nichos de mercado y buscan las herramientas para explotarlos”, detecta Adam. “Fichar a un gitano para que te haga de puente para llegar a otros sonidos (el flamencotón) forma parte de esa reflexión extractivista y, en ese sentido, sí diria que la industria es racista. Ese gesto también es una muestra del racismo que existe en la sociedad”, lamenta.

“Vivimos un momento en que lo subalterno, lo marginal y el barrio van entrando en juego en la industria musical. Es algo que pasó en Estados Unidos con la idea del gueto”, recuerda Adam. “Sin embargo, aquí no hay suficiente gente para crear una industria paralela como se creó en Estados Unidos. Madjody (periodista y parte del equipo del programa de televisión El Bloque) me comentaba meses atrás que no hay representantes negros de artistas. La gente negra de la industria solo son los artistas. Hay una mirada blanca que quiere acercarse a lo negro. Y hablo de lo negro en un sentido amplio incorporando lo árabe, a Morad… Cuando los agentes de la industria se diversifiquen, todo será más natural”, espera.

Barbat anuncia cambios en la cúpula portuguesa de su compañía. “No quiero que el nuevo equipo esté especializado en pop. Portugal es un país muy mestizo. En España seguimos centrados en buscar cosas más mainstream, pop, más flamenco...”, enumera. “Yo ya tengo una edad”, reconoce Sánchez, “pero me gustaría llegar un día a una discográfica y ver con mis ojos a cuatro latinos y dos negros. No sé si en 20 años...”, suspira. Para Adam, “incorporar trabajadores no blancos es un paso, pero no el único. Si no les das las mismas oportunidades de crecer que al resto, siempre estarán bajo las alas del jefe blanco. El quid de la cuestión es que esta sociedad no ofrece las mismas oportunidades a todas las personas. Por una cuestión de clase, de raza, de género... Nuestra sociedad no es perfecta y lo tenemos que aceptar”.

Los ‘avances’ de Operación Triunfo

Según cómo se mire, y en su condición de reality musical, Operación Triunfo, podría ser un espacio en el que la industria del espectáculo impulsase avances en la representación de la diversidad racial. Sin embargo, aunque Famous Oberogo (cantante de familia nigeriana y holandés de nacimiento) ganó la edición de 2018, él nunca representó a España en Eurovisión. El escogido fue el catalán Miki Núñez, que había quedado sexto. “La negritud todavía molesta en la sociedad española. Cuesta aún aceptar que un negro o un árabe sean españoles. Incluso alguien de América Latina. Ahí hay un racismo inherente”, denuncia Adam. “Y no es que haya un racismo en la industria musical. Hay un racismo en la sociedad y como la industria se mueve por dinero, no quiere arriesgar. Ahí el capital también está operando. Tres años después, Oberogo, por no tener, no tiene ni entrada en wikipedia. Nia Correia, de padre guineano, ganó la última edición de OT y ya ha fichado por Sony. Habrá que ver cuál es su futuro.

Si en algo coinciden las tres personas contactadas para este reportaje es en que tarde o temprano estos cambios llegarán. “No tardará en triunfar en España un artista de origen norteafricano acercando las tendencias que triunfan en esos países. Y me gustaría que fuésemos los primeros en encontrarlo”, suspira el presidente de Sony. “Estamos en ese proceso que se puede acelerar con políticas: viendo cómo en otros países esa representación va más allá del pantón blanco”, propone Adam. “Estos procesos hacen que la sociedad dé pequeños giros y que empiece a aceptar la alteridad y la diferencia como parte de la ciudadanía de una nación. Francia lo acepta, Inglaterra lo acepta. Con sus límites, porque también son sociedades racistas”, matiza. Y, por supuesto, advierte “que la representatividad aumente no es garantía de que la sociedad no sea racista. Miles Davis era muy conocido, pero se le aplicaban las leyes de segregación racial y tenía los mismos techos de cristal que cualquier otro negro”.

Llegado este punto, la pregunta del millón es: ¿qué utilidad podría tener que un chaval de familia nigeriana representase a España en Eurovisión, que un español de origen latino fuese número uno en ventas, que un productor gitano de flamencotón recibiese el Premio de la Música al Artista del Año o que Barcelona enviase a Morad como representante musical de la capital catalana? ¿Serían pequeños pasos para construir una sociedad más abierta o solo ejemplos de simbología hueca? “No son pequeños pasos ni simbología. Es lo que tiene que ser. La sociedad española tiene que ir hacia ahí. Esa es la nueva normalidad. No hay vuelta atrás. Y a quien no le guste, que se vaya”, zanja Adam.