La batalla de distintas escenas musicales por hacerse un hueco en el presente ha sido una constante a lo largo de la historia. Desde el rock and roll primigenio hasta la penúltima de las llamadas músicas urbanas, pasando por el hip-hop o el hardcore, todo género musical ha necesitado y creado espacios de encuentro desde los que adquirir visibilidad forjando alianzas y estrategias. Días atrás, se celebró en Barcelona otro de esos foros de diálogo y exhibición cargados de futuro. Pero, a diferencia de aquellos encuentros iniciáticos de heavies, de punkies o de indies, en esta ocasión el elemento aglutinador no fue ningún estilo musical.
El festival Acció Migrant se ha erigido en tres ediciones en la plataforma de lanzamiento de decenas artistas ignorados, invisibilizados o directamente rechazados por el circuito cultural debido a su condición de migrantes. Es probable que algunos ni siquiera tengan regularizada su situación administrativa en España. En un país con un 18% de habitantes extranjeros, la de artistas migrantes es la escena artística más desconocida. Precisamente por ello fue una abrumadora sorpresa comprobar la riqueza, ingenio y variedad de propuestas que se dieron cita la semana parada en los dos escenarios y, también la feria paralela que acogió sesenta proyectos literarios, de danza, teatro, moda, cocina, música y otras disciplinas escénicas impulsadas siempre por personas migrantes.
En ese hormiguero de inquietudes y anhelos que fue el festival Acció Migrant coincidieron bailarinas que exploran terceras vías en los estereotipos binarios de las danzas bolivianas, historiadoras que buscan restituir la importancia de las mujeres en la música brasileña, modelos bolivianas que defienden una representación no exotizante de los cuerpos racializados, investigadoras cubanas que rebaten la mitología heroica del indiano y hasta un colectivo de cocina, migración y activismo llamado Las Jamaiconas que, a través de la gastronomía de sus países de origen, propone acciones artísticas en las que la cocina conecta con el erotismo, la política o la música ruidista. Y también, dramaturgos filipinos, dibujantes argentinas, discjockeys argelinas, podcasters venezolanas…
Un 70% del público de esta tercera edición de Acció Migrant era femenino y un 11% de los artistas que presentaron proyectos se declararon no binarios. Sin perseguirlo, el festival no solo se ha convertido en refugio de creadores migrantes, sino también en espacio seguro para la comunidad LGTBI. Ahí estaba también la diseñadora queer venezolana de ascendencia libanesa Zia Mannah. Se dedica a la venta ambulante de su obra artística desde su silla de ruedas motorizada y su sueño es crear un prototipo de vehículo con el que artistas migrantes discapacitados, como es su caso, puedan vender sus obras en la calle. Pocos festivales más inclusivos habrá en España y aun así Acció Migrant sigue planteándose retos. Entre los más urgentes: incorporar colectivos y artistas migrantes de países africanos y asiáticos que por ahora están fuera de su radar.
Una enredadera de colectivos
El arte se construye en base a redes, saben los artistas que han desfilado por esta feria de culturas en resistencia. Y el colectivo de rap Slimey Rhymes es la prueba de que esas redes ya no atienden a fronteras. En él se apoyan y alternan al micrófono y las bases rítmicas dos artistas procedentes de Líbano y Argelia. Falló a la cita un tercer integrante, originario de Rumanía. Minutos antes, el rapero brasileño Maré Acauâ había presentado su repertorio acompañado por una bailarina enmascarada y varios músicos. Acció Migrant es ese espacio de resonancia donde escuchar y escucharse, reconocer y reconocerse, socializar recursos, cultivar el apoyo mutuo y, claro, disfrutar. Más que un vivero, una enredadera.
En la mayoría de casos, los proyectos artísticos están vinculados a experiencias vitales complejas. La ecuatoriana Elisa Carrasco abandonó en enero su país, tomado por el crimen organizado, cuando el gobierno decretó el estado de excepción. “Es muy distinto ser migrante cuando sabes que no tienes un sitio al que volver. Es desolador saber que el Ecuador del que me fui ya no existe”, explicaba. De ahí nace Lugares Para Más Tarde, un proyecto transmedia para visibilizar y conectar artistas ecuatorianos en la diáspora con los que siguen allí. No menos doloroso fue el proceso migratorio de Quinny Martínez. “He dormido en la calle y he pasado 52 días internada en un CIE”, recordaba esta escritora colombiana. Pero si su madre “con un huevo hacía diez tortillas”, ella fundó hace cuatro años la editorial Plataforma Cero y ya ha publicado a setenta autoras. El lema de Quinny: #EscribirEsParaValientes. Y ante la dificultad de entrar en ferias del sector, ella también ha creado la Feria Itinerante de Literatura Migrante.
La opción que vemos y que defendemos es la autoorganización porque quienes están haciendo la política cultural en términos descoloniales y antirracistas son todo colectivos autoorganizados
La actuación del quinteto Las Forasteritas fue ese momento especial en que tantas cosas cristalizaron. El repertorio de este grupo peruano reforzado por una baterista chilena y una violinista puertorriqueña se nutre de hyaunos, género andino de raíz prehispánica que Las Forasteritas actualizan con letras sobre la condición del migrante en el siglo XXI; sobre su propio periplo hasta instalarse en España. A los pocos minutos del concierto ya habían desatado la fiesta. En primera fila, una mujer africana a quien nadie conocía bailaba aquella música peruana y enseñaba a bailar a quienes lo deseasen. Unos metros atrás se formó un corro con decenas de personas de diversas procedencias asidas de las manos por un mismo ritmo. Al final subió Maré Acauâ a rapear unos versos en portugués mientras Las Forasteritas seguían cruzando musicalmente los Andes.
Aún más amplio fue el círculo que se formó alrededor del colectivo boliviano Pukaj Wayra. Con sus cánticos, flautas y percusiones mostraban sus respetos al dios sol en pleno solsticio de verano igual que han hecho sus antepasados durante siglos. Una ceremonia andina milenaria en una metrópolis europea.
El censo no engaña
Acció Migrant también acogió un espacio de debate y reflexión donde poner palabras y datos al racismo institucional y social que sigue impidiendo que en un país con altísimos índices de población nacida en el extranjero, la representación de las personas no blancas y migrantes en los espacios culturales siga siendo tan anecdótica, cuando no inexistente. Según el último censo, en Barcelona ya reside un 33,6% de personas no nacidas en España. También coexisten 36 tradiciones religiosas distintas. Sin embargo, solo un 2% del funcionariado de la ciudad tiene alguna ascendencia migrante. Hay una España presente y real, la que muestra el censo, y otra imaginada o anclada en el pasado, desde la cual se sigue legislando. Esa abismal desproporción es palpable en muchos ámbitos de la vida cotidiana: en el laboral, en el informativo y, sin duda, en el cultural.
En la anterior edición de este encuentro ya se redactó una docena de propuestas para revertir el menosprecio hacia la aportación cultural que ofrecen las personas migradas. Entre estas, destacaba la necesidad de dar apoyo a expresiones culturales y religiosas no institucionales, apoyar activamente a las iniciativas jurídicas para regularizar a las personas migrantes y promover la incorporación de personas migradas como programadoras y dinamizadoras culturales en espacios de toma de decisión. Que actualmente la interlocución de los creadores migrados con la administración sea desde los despachos de interculturalidad y no desde los de cultura ya los sitúa al margen de las creaciones oficiales y autóctonas. Es solo una de las trabas simbólicas que, unidas a las burocráticas, a las políticas y a las puramente económicas, convierte el acceso de las personas migrantes a la práctica cultural en una desesperante y a veces agotadora carrera de obstáculos.
Varios ponentes y espectadores señalaron el miedo a la diferencia, el miedo a perder los privilegios y el desconocimiento de las culturas vecinas como motivos principales por los que no se trabaja activamente para derribar estas barreras y abrir las puertas en igualdad de condiciones a los creadores migrantes. A lo largo del día también se señaló el paternalismo con que se trata la diversidad, esa política asimilacionista que exige al migrante que abandone sus raíces y se integre. Vicky Canalla, de la plataforma Regularización Ya que lucha por normalizar la situación administrativa de casi 800.000 personas en España, denunció que el término integración ya es, en sí mismo, supremacista.
Dos décadas sin apenas cambios
La mejor prueba de la urgencia de que las personas migradas se incorporen en espacios de decisión cultrual es la propia existencia del festival Acció Migrant. Está impulsado desde la cooperativa Connectats fundada en 2009 y dirigida por dos gestores culturales colombianos: Diego Salazar y Gigi Ríos. Salazar aterrizó en Barcelona en 2004, cuando a raíz del Forum de las Culturas ya estaba sobre la mesa el discurso del respeto y la tolerancia alrededor de la diversidad cultural. “Desde esa época no ha cambiado nada”, lamenta. “La demografía sí cambió pero la configuración de las hegemonías, no. Y eso genera tensiones”.
De ahí nace Acció Migrant, una suerte de fiesta de graduación en la que se presentan los proyectos que durante cuatro meses ha acogido el programa Fes! Cultura, una incubadora de formación, desarrollo y acompañamiento para artistas migrantes que impulsa la propia cooperativa de Salazar y Ríos. Si en la primera edición de 2022 el festival presentó una veintena de proyectos, solo dos años después han sido sesenta y tras una criba de 140 propuestas. Es una curva de crecimiento que prueba la necesidad de espacios que atraigan e impulsen tantísimas iniciativas de creadores migrantes acumuladas en los talleres y locales de ensayo y que apenas encuentran rendijas por la que colarse en salas, galerías, equipamientos municipales, ferias o fiestas de los circuitos oficiales.
Tanto Acció Migrant como Fes! Cultura son proyectos culturales en busca de incidencia política. Según Ríos, “espacios de acción colectiva en defensa de los derechos sociales y culturales de las personas migrantes. Porque lo social y lo cultural no se puede desligar”. De ahí, que uno de sus objetivos sea “garantizar que las personas migrantes participen en la vida cultural en pleno derecho”. A sabiendas de lo incierto que puede ser referirse a los migrantes como un colectivo, apuestan por fortalecer internamente esa identidad colectiva y, desde ahí, desactivar la narrativa imperante de la inmigración como amenaza. “Queremos mostrar todo lo que se construye, crear narrativas positivas para cambiar ese relato basado en el miedo tan arraigado en los medios, la política y la literatura”, apunta Ríos. Un relato del miedo, añade Salazar, que alimenta y del que se benefician los partidos de derecha y que los de izquierda intentan esquivar.
150 espacios y colectivos
La asistencia a Acció Migrant de gestores culturales, medios de comunicación y, sobre todo, representantes políticos fue prácticamente nula. No es algo que quite el sueño a sus organizadores. “Tengo poca confianza en la institución como escenario de posibilidades. En veinte años institucionalmente se han movido muy pocas cosas”, calibra Salazar. “La opción que vemos y que defendemos es la autoorganización porque quienes están haciendo la política cultural en términos descoloniales y antirracistas son todo colectivos autoorganizados: Periferia Cimarronas, Conciencia Afro, La Parcería, Sevilla Negra, Yo Soy el Otre, La Fábrica Rarita, L’Occulta... Y así hasta 150 colectividades que se posicionan desde un lugar migrantecentrado”, celebra.
Son estos colectivos los que garantizan que los cambios políticos no borrarán de un plumazo el camino hecho. Para Ríos, y aunque “la labor institucional siempre irá más lenta que la cultura de base autoorganizada”, sigue siendo necesario tomar la palabra cuando las instituciones les piden opinión. De hecho, la suya forma parte del entramado de voces que está elaborando el futuro Plan Nacional de Derechos Culturales.
A Salazar le encanta apoyarse en cifras para afianzar sus análisis. Una de las más aplastantes que maneja últimamente ya no hace referencia al pasado o al presente, sino al futuro. Según el Banco de España, el envejecimiento de la población hará necesaria la llegada de 24 millones de migrantes para que, en 2053, haya 37 millones de migrantes trabajando y garantizando las pensiones. “Este país seguirá cambiando e incluso las personas que llegamos aquí hace décadas vamos a tener que acostumbrarnos”, diagnostica. “Todas estas personas, además de trabajar, querrán participar en la vida cultural”, advierte.