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CRÍTICA

Hazle casito a Bob Dylan

8 de junio de 2023 18:10 h

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Bob Dylan no quiere que uses el teléfono porque a los 20 minutos del concierto necesitas saber qué tiempo va a hacer mañana en Toledo, si la receta de alcachofas era a 150 o 180 grados o si Sumar y Podemos ya tal. No quiere que tengas el móvil en la mano porque los reels de tu lupa de Instagram son más entretenidos que lo que está ocurriendo en el escenario. Alguno se aventura a llamarlo el concierto “más antipático”. Es un eufemismo de lo que simplemente es el concierto de un antepasado muy lejano. Que Dylan tiene un problema con el siglo XXI es evidente. No solo porque quieras hacerle una foto o un vídeo mientras canta When I paint my masterpiece.

Proclama su incapacidad para los nuevos tiempos en todos los temas incluidos en la película Shadow Kingdom, que acaba de convertir en nuevo álbum y que ha lanzado al mercado unos días antes de hacerlo contra el público madrileño. Dylan se presenta como un inadaptado, pero no tiene argumentos en vivo para sostener su pose. La primera noche de dos con todo vendido se reivindicó como una figura capital e incapaz de romper internet. Se regodeó en sus gruñidos más característicos y se relamió en sus imposturas más populares para disfrute de sus muy fanáticos que acudieron a escucharle en un día de lluvia en el campus universitario de la Complutense. A sus 82 años la fórmula todavía le funciona, aunque sea puro manierismo. Una parte del público se levantó y se marchó antes de la mitad y otra trató de levantarse de sus sillas mojadas para bailar algo. Fue imposible.

El protagonista de la noche fue el álbum de estudio número 39, Rough and Rowdy Ways. Quitando algunos temas viejos como Every Grain of Sand o To Be Alone With You, las 16 canciones que eligió tocar han sido compuestas en los últimos tres años. Porque Dylan se resiste a ser Dylan.

Lo más interesante del producto que ofrece en el ciclo de los conciertos Noches del Botánico es su enfrentamiento a los nuevos comportamientos vinculados a las nuevas tecnologías y esa negación tan simbólica: meter en una funda de neopreno el móvil para neutralizarlo. Se ha vendido el secuestro de los teléfonos de los espectadores al show como una medida correctora contra la vida compartida en la red y en directo. Algo así como una desintoxicación a la fuerza de nuestras distracciones digitales. La realidad es que el producto que vende Dylan no ha querido cruzar el siglo XX y obliga a todos a retroceder varias décadas. Pero los que vienen de aquellos años saben qué quiere decir que lo mejor del concierto sea la banda.

Bob Dylan prefiere hacerte cautivo y retirarte cualquier posibilidad de escapatoria digital, porque lo que ofrece es un producto cultural desfasado, insoportable y previsible. No es la lucha de Bob contra la tecnología de la distracción, es su pelea contra el paso del tiempo. Si Dylan te quita el aparato es para que no tengas escapatoria, para que no lo dejes de atender. Para que lo mires hasta la ira. Porque no va a hacer nada para que las dos horas sean una experiencia inolvidable. Capturar los móviles supone secuestrar la atención y en los medios sabemos muy bien que las reglas del juego cambian y hay que adaptarse. Es posible que lo mejor de la noche fuera la versión de Not Fade Away, en la que forzó sus gestos vocales más conocidos. Solo se permitió ese regalo a las 2.000 personas que lo miraban sentados. Quizá atónitos. También metió alguna de Nashville Skyline (To be alone with you) y de John Wesley Harding (Slow train coming). El Nobel de Literatura de 2016 se enredó en un blues infinito, en el que el color lo ponían los acompañantes.

Según la disparatada teoría de Loquillo, el rock norteamericano es la música que escucha el auténtico europeo. Esta noche se han aclarado las razones para darle a Karol G el Princesa de Asturias de las Letras.

Últimamente pienso mucho en los restos humanos que se exhiben en el Museo Arqueológico Nacional, con las excusas más peregrinas. Apenas hay justificación para que un cadáver momificado se exponga por la calidad de su conservación, porque se le notan los tendones, porque tiene hasta las uñas... La noche del miércoles, con el personal enfundado en plásticos azules para resistir a la lluvia, con el arcaico fondo de los edificios de la Ciudad Universitaria madrileña, he visto una escena arqueológica. Es lo que nos ha llegado de Bob Dylan, sus restos. Antes de que me liberaran el móvil de la funda esa y de que empezara a escribir esto en mi móvil, en el metro, de camino a casa, pienso en los 120 euros de la entrada. Y en que Dylan es lo peor que te puede pasar en el día si no te has sentado con tu banco a negociar que el tipo de interés de la hipoteca variable no te arruine la vida.