Aunque se hizo famoso al frente de la Velvet, cuando Reed conoció a John Cale en 1964 ya había sacado discos con Pickwick Records. Primero se llamaron Primitives, después Warlocks. Sólo después de conocer al resto de la banda, el guitarrista Sterling Morrison y el batería Maureen Tucker se convirtieron en The Velvet Underground. Su colaboración con Cale, que era violinista, junto con el apadrinamientro de Warhol y la colaboración forzada pero mágica de la bellísima modelo alemana Nico reinventó el lenguaje del rock and roll.
El venerado disco del plátano (The Velvet Underground & Nico, 1967) fue un fracaso comercial y se ha convertido en uno de los más influyentes de la historia de la música contemporánea. “Sin Lou no existiría Bowie - escribe Lloyd Cole, líder de los Commotions- ¿Yo? Probablemente sería profesor de mates”. Y probablemente tiene razón. Reed publicó dos discos más con la Velvet, después de que Warhol, Nico y, después de White Light/White Heat (1968) hasta Cale la hubieran abandonado: The Velvet Underground (1968) y Loaded (1970).
Su segundo disco en solitario, una joya del glam-rock producido por David Bowie y Mick Ronson (Transformer, 1972), se dedica a destrozar a los miembros del club más selecto de Nueva York: la Factory de Warhol. Como todo el mundo sabe, cada párrafo del principio de Walk on the Wild Side está dedicado a una persona en concreto. En Vicious, dedicado al propio Warhol, Lou le dice ladinamente, “Oye, me diste con una flor (...) pero me quieres dar con un palo”. Otros dos clásicos instantáneos, versionados hasta la náusea: Satellite of Love y Walk on the Wild Side.
Los años negros
Con Berlin (1973), Reed se bajó del carro y se sumergió en la negrura de la famosa estación del Zoo: suicidios, abuso doméstico, prostitución adolescente, madres que pierden a sus hijos por culpa de la drogadicción. Aquellos que le acusan de glamurizar el consumo de drogas no han escuchado este durísimo disco conceptual, demasiado deprimente hasta para etiquetarlo como heroine-chic. En palabras de Loo: “Transformer es un álbum divertido. Berlin no lo es”.
Después de Sally Can’t Dance (1974) vino Metal Machine Music (1975), un disco doble experimental que hasta su discográfica etiquetó de Avant-garde y que gustó a la crítica pero espantó a los radioyentes. Reed acabó el año apalancado en el mugriento (hoy menos) Gramercy Park Hotel, tratando de sobrellevar la adicción, la pena y el juicio con su exmanager Dennis Katz. “Un cadáver con pulso”, decían de los conciertos. Coney Island Baby (1975) fue la última oportunidad que le dió RCA para redimirse y el disco que le salvó.
Rolling Stone dijo que hasta tenía buen aspecto (arrogante, despejado, seguro de sí mismo) y declaró Coney Island Baby su mejor disco desde la Velvet.
Los años de madurez
Después de capitanear los macarras 70, en los 80 se casó con Sylvia Morales y presentó The Blue Mask (1982). A partir de aquí, su carrera dió un giro más comercial y estable. New Sensations (1984) y New York (1989) son discos más políticos que callejeros, con canciones mordaces que agradaron a la crítica y afianzaron a los fans. En los 90 se divorció de Morales, se enrolló con Laurie Anderson y volvió a trabajar con sus antiguos colegas: John Cale en un tributo a Warhol llamado Songs For Drella (1991) y un revival tour con The Velvet Underground. Anderson y Reed se casaron en 2008.
La influencia de Anderson sería buena para Lou y mala para su música: empezó a llevar a su instructor de tai chi a los conciertos y empezó a sacar discos semimísticos (The Raven) y de ambient (Hudson River Wind Meditations). Luego vendrían la demonizada colaboración con Metallica (Lulu, 2011) y la eterna jam session que fue The Metal Machine Trio, la banda que montó con Ulrich Krieger y Sarth Calhoun.
Esta primavera, Reed se sometió a un necesario trasplante de hígado del que jamás se recuperó del todo. Este verano fue ingresado con un cuadro de deshidratación extrema. Las causas directas de su muerte todavía no han sido confirmadas.