La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Manolo Kabezabolo, el verso más libre y silvestre del punk español

Nando Cruz

15 de mayo de 2024 22:49 h

0

Pocas frases menos punk se han pronunciado en España que esta: “Para no trabajar más en la vida, qué mejor que meterte en el ejército y hacerte cabo primero de la banda, que además de estar rebajado de servicios, solo tienes que ir allí a supervisar la limpieza de los jardines y a los ensayos”. Tampoco esta cotiza mucho como alegato punk: “Fui un poco cobarde. Por el respeto que tenía a mi padre y el miedo que le tenía me fui a la mili con 18 años. Me fui de voluntario”. Esta tercera ya sí: “¡Militares! ¡Subnormales! ¡Parásitos sociales! Gentes amargadas de esta sociedad cuyo único hobby es destrozar al pobre soldado”. Todas proceden de la misma persona. Y la estratosférica distancia que las separa funciona estupendamente para perimetrar el devenir de Manolo Kabezabolo, un tipo que siempre se ha movido entre extremos y a base de bandazos vitales.

Hijo de militar franquista y nieto de falangista, Manuel Méndez Lozano (ese es su nombre real), se declaró anarquista en cuanto perdió el miedo a su padre, aunque por aquel entonces ni siquiera sabía muy bien qué era el anarquismo. En sus días de más insólito esplendor, Manolo Kabezabolo vivió internado en un hospital psiquiátrico del que solo salía para actuar. Su mánager de entonces, Manolo Monzón, le buscaba todas las actuaciones posibles para que pasase el mínimo tiempo encerrado. “Se le llenaba el corazón cuando lo iba a buscar. Manolo era todo alegría. Y al llevarlo de vuelta al psiquiátrico, era la tristeza pura y dura”, recuerda Monzón en Manolo Kabezabolo. Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí, documental se estrena en cines el 17 de mayo.

El adjetivo vertiginoso se queda corto cuando hablamos de Manolo Kabezabolo. En el último año y medio que pasó en el psiquiátrico a mediados de los años 90 (volvería en otras ocasiones), el punki maño subió nada menos que a 225 escenarios. Estaba más días en la carretera que encerrado. Por entonces, solo había publicado un disco, ¡Ya hera ora! (1995) y, sobre todo, dos maquetas que habían corrido como la pólvora. Aquel interno diagnosticado de esquizofrenia con brotes psicóticos era un ídolo en Zaragoza y el resto de Aragón. Su fama ya se había extendido por Euskadi y otros puntos de la península gracias a canciones como El aborto de la gallina, Viva yo y mi caballo, Mata a tu viejo, Vota idiota, Me como un pirulo, Un papel morao y tantísimas otras.

Portavoz de vergüenzas sociales

Manolo Kabezabolo hace balance de su vida sentado en un banco del psiquiátrico de Zaragoza en el que ha pasado varias temporadas. A lo largo del documental aparecen también opiniones de ilustres compañeros de batallas como Albert Pla, Fernando Madina (cantante de Reincidentes), Kutxi Romero (líder de Marea) y Evaristo Páramo. Este último recuerda el día que conoció a Manolo Kabezabolo de la forma más brusca posible: sin previo aviso, el punki maño subió al escenario durante un concierto de La Polla Récords, agarró el micrófono de su ídolo y cantó con él todas las canciones que le dejaron. Especialmente afinada es la aportación de la escritora granadina Cristina Morales, que califica al cantautor punk como un imprescindible “portavoz de las vergüenzas sociales”.

Formalmente, cabría describir a Manolo Kabezabolo como una suerte de Billy Bragg del universo kalimotxero, pues durante años se plantaba en el escenario solo con una guitarra eléctrica. Sin embargo, sus letras no perseguían un acabado poético sino el impacto más crudo. Tampoco abordaba temáticas de altos vuelos políticos y emocionales. Prefería mantenerse en el barro y describir lo que mejor conocía: el devastador impacto del alcohol y las drogas en la sociedad. Él sabía perfectamente de lo que hablaba. No solo porque en el psiquiátrico lo tenían totalmente narcotizado, sino porque para abandonar aquel estado vegetal, en cuanto salía se pasaba el días “usando la nariz como el oso hormiguero y bebiendo toda la Ambar posible”, explica alguno de sus compañeros.

Aunque el esqueleto sea la desordenadísima trayectoria vital de Manolo Kabezabolo, el documental reflexiona también sobre los efectos de una educación represiva, sobre la incapacidad para manejar la enfermedades mentales y sobre el escaso valor cultural que se concede a las anomalías. A lo largo de esta hora y media de metraje, es fácil imaginar escenas similares en las biografías de Daniel Johnston, a Shane MacGowan o incluso a Pete Doherty; todos ellos mitificados en sus respectivos países. El punk español nunca anduvo sobrado de glamur y tal vez Manolo Kabezabolo sea el mejor ejemplo de ello. Tuvo que mantenerse vivo y medianamente cuerdo durante tres décadas para recibir, ya en 2015, el Premio de la Música Aragonesa a la trayectoria artística.

Subidones y recaídas

La de Manolo Kabezabolo era, sin duda, una historia que merecía ser contada y a ello se ha dedicado el cineasta oscense José Alerto Andrés Lacasta perfilando todas sus aristas. La del tipo que trapicheó con drogas en la mili, la del que vivió el éxito como una sorpresa, la del autocoronado rey del speed, la del superventas en camisetas, la de un músico obligado a alternar los subidones de adrenalina y las recaídas en picado, el miedo escénico y el desprecio familiar. Tal vez sorprenda a más de un espectador la disciplinada obediencia que exhibe durante el rodaje, pero al otro extremo de su imagen de drogadicto kamikaze hay también un tipo educado y responsable. De otro modo, no viviría para contarlo.

La historia de Manolo Kabezabolo es la de un Quijote hasta las cejas de speed, es una adaptación berlanguiana de Trainspotting, es el cutrerío intrínseco del punk español regado con altas dosis de empatía. No hay en Si te kedan dientes es ke no estuviste ahí intención alguna de glorifica al protagonista, pero dos escenas destacan por el cariñoso verismo que transmiten. La primera es esa en la que Manolo Kabezabolo, frente al espejo del lavabo, se coloca cuidadosamente la dentadura postiza. La segunda llega cuando, en su condición de ilustre personaje, es invitado a cantar los números del bingo en una comida popular. Es difícil retratar con más puntería lo que significa ser un superviviente del punk.

Y sin embargo, el detalle más revelador de la cinta es una canción inédita titulada Hoy por hoy las calles callan que se cuela hacia el final. La interpretó semanas atrás junto a Ariel Rot en el programa Un país para escucharlo y brilla precisamente por el tono decepcionado que desprende. “Ya no siento en mi cerebro la llamada de la calle / Por más que busco un motivo, no hay ambiente, no hay color / Ya no hay punk-rock en los bares, ya no se enrolla la peña / La mirada de la gente es insegura y violenta”, canta el aragonés a sus 58 años. En otra estrofa apunta: “No hay camellos en los festis: ahora hay perros policía / Los after son la antesala de una cita en psiquiatría / Y si miro hacia lo alto, hay drones que nos vigilan”. No es conveniente subestimar a Manolo Kabezabolo.