La música de 'Legend of Zelda': no solo suenan ocarinas en Hyrule

De las sombras surge un hombre vestido de elegante etiqueta negra y pide ruido al público. De pronto, una jauría de silbidos y aplausos baja por las gradas del Palacio Vistalegre de Madrid hasta llegar al escenario, donde el hombre los recoge agitando las manos. No es el cantante de rock más esperado del otoño y los músicos que están a su espalda tampoco son la típica banda acostumbrada a ejércitos de fans.

Son el productor estadounidense Jason Michael Paul y la orquesta Zelda Symphony, encargados de hacer rugir el pasado sábado a cientos de fans del videojuego Legend of Zelda. El espectáculo forma parte de la gira homenaje al 30 cumpleaños del juego de Nintendo, que ha llevado al conjunto por Canadá, Estados Unidos y tres ciudades de España. En nuestro país, donde los recitales de música clásica reciben un escaso 8% de asistentes, resulta casi un espejismo ver a un público tan joven ovacionar al músico después de un arpegio. Será la magia de la banda sonora.

Hace tiempo que la música de los videojuegos se ha convertido en un arte digno de ser analizado como cualquier gráfico o elemento del story-telling. Las scores de Final Fantasy auparon a Nobuo Uematsu como uno de los mejores compositores actuales, e incluso el tema principal del juego de estrategia Civilation IV alcanzó los Grammy. Pero en el Olimpo sonoro de la industria hay un nombre propio que sobresale por encima del resto para los gamers: Koji Kondo. A él le debemos los temas monocordes de Super Mario Bros y las partituras de Starfox y Zelda.

Por eso el público enloquece cuando su imagen sale en la pantalla gigante que se alza sobre la tarima. “Le encantaría haberse involucrado más en los conciertos y esperamos que así sea cuando termine con Breath of the Wild”, nos dice el productor en referencia al nuevo juego de la saga, en el que Kondo está supervisando la banda sonora. Mientras tanto, los 64 músicos de la orquesta cuentan con su total aprobación para trasladar a los oyentes por el mundo fantástico de Hyrule. Y lo cierto es que lo consiguen con creces.

Del jazz al canto medieval

Cuando The Legend of Zelda: Symphony of the Goddesses empieza a sonar, no nos trasladamos al frente de la pantalla con el mando de la Nintendo 64 entre las manos, sino unas dimensiones más allá. La Obertura pone a trabajar a cada uno de los componentes -cuerdas, viento, percusión y coros- para hacernos llegar al primer acto con un pico de adrenalina. Para entonces, los seguidores disfrazados de cosplay, los niños que han sido arrastrados por sus padres y los menos enterados ya acompañan al unísono a Link por el Valle Gerudo.

“Mi esperanza es que cada vez más personas distintas y con intereses opuestos se acerquen a las orquestas sinfónicas, ya sea con el reclamo de un videojuego o con otro elemento de la cultura pop”, confiesa Michael Paul. El promotor piensa que la heterogénea música de Koji Kondo, además, lo pone excepcionalmente fácil.

A diferencia de los acordes previsibles de Super Mario, que funcionan más como un estímulo o pista para el jugador, la banda sonora de Zelda es atmosférica. Podemos encontrar pasajes épicos para recorrer la Fortaleza de Gerudo u otros con un componente folklórico que acompañan a los Tri Force Heroes. Descubrimos en este primer acto todos los géneros que inspiran a Kondo para no sonar repetitivo en los escenarios tan diferentes de Zelda.

Los cantos gregorianos, el jazz, la fantasía hollywoodiense o melodías inspiradas en la clásica del siglo XX, como Bolero, de Maurice Ravel. En una época donde lo normal era limitarse a repetir de forma machacona las mismas notas, llegó Kondo con un estilo más propio de los estudios musicales de cine. El japonés se había formado en Bellas Artes, pero tocaba el órgano eléctrico desde los cinco años y tenía una banda de jazz donde versionaban a Deep Purple. Llegó a Nintendo cuando su departamento musical solo se había colgado una medalla por Donkey Kong y nunca más le dejaron escapar.

La magia de la orquesta

Como el mismo Kondo dice, solo estaba intentando convertir la experiencia del videojuego en algo más ameno y ahora hay personas que pagan 70 euros por ver sus composiciones en directo. También hay quienes lo ven como un truco de márketing más respaldado por Nintendo. Desde mediados de los 80, en Japón se popularizaron los conciertos de videojuegos como Pokémon o Halo para -entre otros intereses económicos- defender las piezas orquestales por encima de las partituras creadas por ordenador.

En cualquier caso, el medio centenar de músicos son quienes acaparan los vítores después de cada movimiento. Sobre ellos planea la sombra de Kondo y de Nintendo, pero el reconocimiento que reciben es tan auténtico como la ocarina a la que dan vida sobre la tarima de Vistalegre. Si ellos meten la pata, nadie va a echar las culpas al compositor japonés, por eso es de justicia que los aplausos se dediquen también a su gran talento. Son los que hacen sonar tan imponente la Ocarina of Time como la cabecera del odiado Majora's Mask (con una de las mejores BSOs de la saga, sin embargo).

La música de los videojuegos tiene el componente nostálgico de la banda sonora de cine, sumado a la sensación de que nosotros formamos parte de esa acción. Hay mucho trabajo detrás del fondo musical que siempre nos acompaña a los mandos y estos eventos sirven para hacernos conscientes de ello. En el cine hay premios que lo reconocen, pero la visibilidad de la música de videojuegos depende por completo de los fans. Por eso es importante que las gradas nunca dejen de “hacer ruido”.