Te podrá gustar más o menos el formato de macrofestival, pero lo cierto es que tiene la influencia y el poder de convocatoria suficientes para resucitar a un grupo muerto desde hace 20 años y colocarlo encima de un escenario, justo después de la actuación del hype más tierno de la temporada. Hablamos, en el mejor de los casos, de grupos venerados y citados frecuentemente por otros grupos con los que el público puede quitarse una espina que ya daba por perdida, una oportunidad para que nuevas y viejas generaciones de oyentes comprueben cómo se comporta en distancias cortas esa reliquia sobre la que llevan años leyendo en revistas especializadas. Yo también estuve ahí. En el peor de los casos, que los hay, y a pesar de la nostalgia y de nuestra buena voluntad por convertirlo todo en un hecho trascendental, hablamos de gente no-muerta, de zombis sin un ritual infalible en directo.
De pronto no cuesta tanto entender que Ride sean los siguientes en sumarse al revival noventas, después de las celebradas vueltas de My Bloody Valentine y Slowdive y, en general, después de la actualización de la escena shoegaze en los últimos años, que nos ha empujado a usar el término por encima de nuestras posibilidades. Y ellos también lo tenía complicado para ponerse de acuerdo: Andy Bell y Mark Gardener, amigos desde el instituto, formaron Ride en Oxford a finales de los ochenta y durante el cambio de década iban a comerse el mundo. Pero también debido a las tensiones entre ambos, el grupo llegó moribundo a 1996 con un disco póstumo que nadie quiso comprar porque para entonces todo era brit-pop. Aunque se les ha visto juntos en ocasiones especiales, Andy Bell pasó a ser parte activa de Oasis y Beady Eye hasta anteayer, así que hay algo de empujón definitivo en el hecho de que Liam Gallagher anunciase hace unas semanas que cerraba su último chiringuito musical (¿reunión de Oasis de cara al 20 aniversario de What’s The Story…? Dice su hermano que no).
Los rumores se dispararon hace unos días, al menos durante unas horas, cuando una lona con el nombre RIDE fue instalada en la fachada de un edificio del barrio del Born, en Barcelona. ¿Ride al Primavera? ¡Ride al Primavera!]
Desde su sello Creation Records, en Londres, Alan McGee fue testigo y parte de aquellos años, desde los primeros pasitos de Primal Scream y The Jesus and Mary Chain a mediados de los ochenta hasta la supernova de champán y cocaína que supuso el fichaje de Oasis. Allí también crecieron, al calor del ruido y bajo toneladas de efectos y feedback, otros grupos más modestos en actitud entre los que se encontraban Ride. Y ojo porque, como apunta el NME, el dinero recaudado por los primeros dos discos y EPs del grupo es lo que en gran parte permitió a Creation vivir su época dorada. Hace unos meses, McGee publicó un libro con sus memorias sobre aquellos días, titulado Creation Stories: Riots, Raves and Running a Label, que resulta muy útil para reconstruir la historia del grupo.
El auge: All that buzz
McGee se topó con Ride en 1989, en una época en la que estaba obsesionado con el acid house, drogándose en fiestas y en la oficina como si no hubiera un mañana. Buscaba, en concreto, un disco de música de baile indie que se ajustara a su sello y que no llegaría hasta unos meses después: era Screamadelica (1991), de Primal Scream, el equivalente a colocar a los Rolling Stones en medio de una rave. McGee escuchó a Ride por primera vez en la oficina de Cally Calloman, A&R de Warner que andaba detrás de ellos. No tenían nada que ver con la escena de clubs, pero tuvo que reconocer que “no eran tan malos”.
Todo postureo: Ride era una banda perfecta para Creation, cuatro chavales menores de 20 con sus jerséis holgados y su pinta de morrisseys, que preferían firmar con una indie que una major –su modelo era 4AD y las portadas de Vaughan Oliver– y cuyas canciones estaban influidas “por los Valentines y House of Love aunque con un sonido más joven, más romántico”, escribe en su libro McGee, al que le bastó stalkearles por algunos conciertos y una llamada telefónica a Calloman para hacerse con ellos. Como recuerda su manager, el acuerdo con Creation fue básicamente un apretón de manos, sin papeles firmados. Típico McGee.
Creation lanzó el primer EP de Ride en enero de 1990, cuya tirada inicial de 4.000 se agotó en tres días “sin inversión alguna en marketing”. En total llegaría a vender 60.000. El apoyo de la prensa británica, con tradición por inflar las expectativas de los grupos antes incluso de tener un primer LP en la calle, fue fundamental para entender todo lo que estaba por llegar: el 20 de enero de 1990, Melody Maker publicaba una entrevista donde el periodista afirmaba: “Ride son casi perfectos, son demasiado grandes para ser verdad. Esta es toda la crítica que puedo hacer de su increíble EP de debut”. Un poco más adelante en el texto, uno de los músicos afirmaba que “los noventa van a ser geniales. Hay muchas bandas haciendo cosas nuevas con las guitarras […] Es como si una generación se hubiera ido y ahora surgiese una nueva”.
Ride contó también con el interés de Seymour Stein en aquellos primeros días, que a la postre sería responsable del desembarco del grupo en Estados Unidos –y en el resto del mundo salvo UK–, bajo un contrato que contemplaba un adelanto de 350.000 dólares por álbum. Durante aquel 1990 imparable, Ride publicó otros dos EPs que llegaron al top 40, su disco de debut (el tremendo Nowhere, que se convirtió en el lanzamiento más exitoso de Creation hasta la época), grabó un par de sesiones con John Peel para la BBC y ejerció como telonero para House of Love.
Como resultado de todo aquel ruido, Ride era por derecho una de las bandas esenciales de cara al próximo año. En su primer número de 1991, Melody Maker los colocaba en portada bajo un titular que prometía: “RIDE. Tu mayor esperanza para un grandioso año nuevo”.
El estallido. Y las zapatillas
My Bloody Valentine, Slowdive y Ride forman la santísima trinidad del shoegaze según Creation, ese lugar donde suciedad, la experimentación y el volumen del primitivo garage rock se dan la mano con las melodías, la euforia y la sensibilidad propias del pop clásico. “La prensa musical llamó a aquello shoegazing porque las bandas no miraban hacia el público y empleaban mucho tiempo aplicando efectos con los pedales”, recuerda en su libro McGee, que también fichó a The Boo Radleys, Swerverdriver y Slowdive. En los comienzos de Ride se aprecia con claridad que la devoción por los Beatles, Beach Boys y Phil Spector no estaba reñida con la que sentían por Stooges, los Ramones y 13th Floor Elevators: “No me gustaría que todo esto se limitase al ruido”, decía Mark en aquella entrevista a Melody Maker de enero de 1990. “Adoro las melodías, adoro aquellas canciones de pop que ejercen una atracción mágica, que te obligan a amarlas. Respeto mucho todo eso”.
Going Blank Again, publicado en marzo de 1992, es Ride en su mejor forma. Y la inagotable Leave Them All Behind que servía de arranque a su segundo disco sigue siendo la destilación perfecta del shoegaze y uno de los himnos fundamentales para entender la extraña poesía que crece en el interior de la turbina de un Boeing, ocho minutos de ruido blanco y dulzón, aa-aaahs incluidos, que se colocó en el número 9 de las listas de venta, por encima de los propios TJ&MC (en el 10) y de Primal Scream (11). Going Blank Again vendió 45.000 copias en su primera semana y con el tiempo le han concedido el disco de oro por superar las 100.000.
Lo mejor y lo peor de Ride se basaba en la tensión que fluía entre Andy Bell y Mark Gardener. Pero no ayudaba precisamente que McGee entendiera desde el principio, de forma equivocada, que Ride era “el grupo de Mark y que él era quien componía todas las canciones”. “Mark tenía 19 años pero podría tener 29”, escribe McGee en su biografía, “uno de esos tipos seguros de sí mismo. Era menos tímido que Andy, participaba más en las fiestas del sello y conseguía hacerse visible de una manera que Andy no podía”. La decisión de Creation fue obvia: “Eran todos buenos chicos, pero no servían de cara a la prensa. Tratábamos de trabajar cómo podían decir algo incómodo, una cita que pudiera servir de titular, pero no eran ese tipo de gente. Así que intentamos proyectar un poco más a Mark por encima de Andy como frontman y pin-up, y aquello fue probablemente un error, porque los celos irrumpieron cuando Mark salió solo en una portada del NME”. Era febrero de 1992 y la Escena Que Se Celebra A Sí Misma seguía mirándose los cordones.
El bajón: el rock añejo como lugar común
Estados Unidos seguía siendo un terreno más propio para el rock que para el pop. Y en Inglaterra, el éxito del brit-pop se basaba en gran medida en actualizar los hallazgos de su gloriosa y añeja tradición. En su intento por dar un giro a su sonido, para su tercer disco Ride buscaba los servicios de George Drakoulias, que venía de producir a Black Crowes y The Jayhawks. Aunque lo peor, según McGee, llegó cuando Bell, Gardener y compañía “comenzaron a vestirse como The Byrds e intentaron escribir canciones como ellos”. Para entonces “el estado de ánimo de la banda era realmente bajo. Andy nunca se recuperó del sentimiento de que no estaba siendo reconocido por todo el mérito que le correspondía” en el éxito grupo, según recuerda McGee. Y la gira internacional con Going Blank Again les había dejado exhaustos.
Morrissey-Marr, Brown-Squire, Anderson-Butler, Gallagher-Gallagher. Lo que ocurrió entre Bell y Gardener es una vieja historia que repite el drama indie vivido por otras tantas parejas artística de la época. La primera vez que McGee se encontró con ellos, Ride era una banda capaz de comportarse como una unidad: compartían la autoría de la composición de las canciones, cuidaban entre ellos como miembros de una familia, tenían completo control sobre lo que hacían y un manager que facilitaba todo eso. “Ahora Andy Bell dictaba lo que el bajista y el batería tocaban, era muy posesivo con la autoría de las canciones. Había una guerra por el control. Una cara del nuevo álbum sería escrita por Mark, la otra por Andy, y a diferencia de los primeros días, no había ideas de uno cruzando hasta canciones del otro”.
Carnival of Light, editado en junio de 1994, con la prensa ya pendiente de otra cosa, vendió 10.000 copias y “apenas recuperó los costes de grabación”. En efecto, la primera mitad del disco aparecía firmada por Gardener, la otra por Bell, y contaba con la colaboración de Jon Lord, teclista de Deep Purple, en la hipnótica Moonlight Medicine. Fue producido en su mayor parte por John Leckie (Stone Roses, Elastica, Kula Shaker). Steve Queralt, bajista del grupo y en cuyo dormitorio grabaron las primeras canciones en aquellos años de instituto, afirmaba después que ante la banda se abrieron entonces dos caminos y que eligieron el peor.
El grupo desaparecía definitivamente unos meses después, durante la grabación de Tarantula. “Yo quería tener un papel más importante en su cuarto álbum”, se lamenta McGee, “pero ya no había nada que pudiera hacer”. Andy Bell se había convertido en el compositor principal de Ride y no estaba dispuesto a que Mark cantase las nuevas canciones, y se lo hizo saber apenas pusieron un pie en el estudio. “Ante la perspectiva de un álbum sin canciones de Mark y no cantado por él, ¿qué podía hacer sino dejar la banda?”, recuerda McGee, que asegura que “no le culpo por su decisión”. El problema es que “Andy no era un buen cantante, así que fue un movimiento equivocado” y “se dio cuenta demasiado tarde de que no era capaz de cantar […] Fue un triste y temprano final para un grupo que durante un par de años parecían que podrían haberlo tenido todo”.
Una semana después de que Tarantula llegara a las tiendas fue retirado del catálogo de Creation. Era marzo de 1996 y aquella escena shoegaze que iba a marcar la década de los noventa había dejado paso a otra nueva. Es lo natural. Andy formó Hurricane #1 en pleno auge del brit-pop y tocó con los divertidos Gay Dad, antes de ser “rescatado” por Liam Gallagher como bajista para Oasis y Beady Eye. Mark probó suerte con The Animalhouse, en solitario, como productor y colaborando con gente como los norteamericanos The Brian Jonestown Massacre, uno de esos grupos que reverencian y citan a Ride en cuanto tienen la oportunidad. No se me ocurre mejor legado.