“Esto no es el mal querer, es el mal desear”, se lee en las marquesinas y en los paneles del metro. Motomami no es El mal querer, por mucho que les pese a algunos (que lo hace). Rosalía no lleva cuatro años trabajando en su nuevo proyecto para hacer una prolongación del disco de 2018. Tampoco pretende complacer al público que la arropó entonces y se emocionó con las referencias a Lorca y a la tradición española, porque hace mucho tiempo que sus raíces han rebasado la frontera ibérica.
No es casualidad que Motomami se vaya a presentar el próximo jueves en un directo de TikTok adecuado al horario de EEUU y Latinoamérica, y absolutamente intempestivo para España. Es que Rosalía ya no es marca España, ella es su propia marca. Y el último álbum es la constatación de que la vida de la catalana ha dado un giro cerrado y va a relatarlo a su manera.
El objetivo a conseguir esta vez es una fama que no se contenta con un panel en Times Square y alguna actuación puntual en el meollo de la industria. Es una fama creada desde las tripas del mainstream, pero a la vez con una propuesta más íntima de lo que nunca fue El mal querer. Quizá esta ambición sorprenda o incomode tratándose de una artista española de 28 años con dos discos a las espaldas, pero no es algo que ella haya mantenido nunca en secreto.
Es mala amante la fama. Y no va a quererme de verdad. Es demasiao' traicionera. Y como ella viene, se me va. Si quiero duermo con ella. Pero nunca me la voy a casar
Cuando Rosalía estaba en Universal con el álbum Los Ángeles, el primero, una trabajadora le preguntó por sus planes de futuro. Unos planes que con 8.000 copias vendidas sonaban a quimera y que ahora cobran todo el sentido. “Dijo tres cosas: que quería hacer música de calidad, pero comercial y susceptible de convertirse en un éxito global; que quería ser como Luz Casal –tener su edad y seguir en los escenarios–; y que uno de sus sueños era colaborar con alguien como James Blake”.
Esta anécdota se cuenta en La Rosalía. Ensayos sobre el buen querer (Errata Naturae), una “comprensión cabal” de sus primeros años y un prólogo para entender el momento actual y el germen de Motomami; donde, por cierto, colabora James Blake cuatro años después de soñarlo y tres después de lanzar un sencillo juntos.
Una tienda de billetes
El disco anterior, en palabras de la propia Rosalía, era una investigación “de las pasiones, de querer mal, de todo lo que conlleva una relación de ataduras”. Nunca reveló si respondía a un aliciente experiencial o si era un poco autobiográfico. “Lo que está claro es que no hacía referencia a C. Tangana, porque él está en la mayor parte de los créditos de El mal querer”, revela Isabel Navarro, periodista y autora de uno de los ensayos La Rosalía. Si aquella obra tomaba la historia de una novela medieval del siglo XIII, ahora es su propia experiencia la que da forma a la música. Y en ese libro, la fama y la transformación son los capítulos más importantes.
“En cuatro años ha pasado de tener una vida como cualquiera de nosotros a habitar en ese universo de aviones, poder y dinero. Este disco ha convertido todo eso en estímulos y ha plasmado la ambivalencia de un lugar tan extraño y violento. La fama y la riqueza son muy complicadas para crear. Estoy segura de que todo el mundo le ha dicho lo que tenía que hacer y aun así ha mantenido su propio tempo”, afirma la escritora.
Después de sacar El mal querer, Rosalía firmó con la discográfica Columbia (la pata estadounidense de Sony) para su siguiente trabajo, donde comparte catálogo con Beyoncé y Bruce Springsteen. Y aun estando absorbida por lo más feroz de la industria musical, Motomami respeta su sello y su criterio. “En los años que separan ambos discos ella se ha vuelto una estrella global, pero sigue siendo fiel a su espíritu vanguardista y al laboratorio mental donde creó El mal querer”, cree Jorge Carrión, autor de Lo viral (Galaxia Gutenberg) y coordinador de los ensayos de La Rosalía.
“Intuyo que Motomami es todavía más experimental y radical que El mal querer. Más imperfecto, sí, pero esa imperfección forma parte del código de la gran obra de arte contemporánea”, añade Carrión, para quien Rosalía “sigue siendo una maestra en el arte de combinar lo clásico y lo viral, la tradición musical y las nuevas herramientas, la moda y las redes sociales”. Lo único nuevo es el dinero, tanto en la producción como en su día a día, “y por eso mismo está presente en las letras de sus canciones”.
Un billete, dos billete', una tienda de billete'. La más dura que le mete. Y sí, la fama e' una condena. Pero dime otra que te pague la cena
El mal desear de sus carteles de promoción se refiere a ese poder y a esa fama que pueden cercenarle artísticamente. “En esta etapa Rosalía, que ha tenido hambre de todo, ha obtenido lo que en teoría deseaba, pero es un deseo dañino. Piensa que en la tracklist está La fama, pero también una canción llamada Delirio de grandeza”, recuerda Navarro. “Reflexiona obsesivamente sobre la fama, sin olvidar las lecciones de la literatura clásica: como viene, se va”, añade Carrión.
En cualquier caso, la ambición que ya pregonaba desde Los Ángeles se ha cumplido. Ha tenido que emigrar, cambiar de ambiente, de sello y de estrategia para lograrlo. El lanzamiento de Motomami es la muestra de que Rosalía lleva cuatro años preparándose para jugar en otra liga, pero hay fans que no están dispuestos a olvidar el tablao Casa Patas donde se dio a conocer en 2016.
¿Dónde está el flamenco?
“Soy igual de cantaora con el chándal de Versace que vestidita de bailaora”, reprochaba Rosalía en su entrevista con El País Semanal, de las pocas que ha ofrecido en España. Motomami no es una ruptura absoluta con el flamenco y la prueba es la canción Bulerías, que se retrotrae a las partituras de 2018. “Al final, mi carrera va a ser una carta de amor a los estilos de música que quiero”, ha reconocido, y en ellos se incluyen el flamenco, el dembow, el reguetón, el jazz, la electrónica y la bachata.
Se conocen pocas canciones del nuevo disco –La fama, Saoko, Chicken Teriyaki, y fragmentos cortos de las inéditas–, pero todas ellas han provocado reacciones encontradas entre el público. La más virulenta es hacia las letras, que mezclan palabras en inglés y español con slang típico puertorriqueño o dominicano.
“La gente no se da cuenta de que en las canciones, como en la poesía, no se escribe como se habla. En El mal querer también hablaba raro y nos reconocíamos en esa extrañeza porque pertenecía a nuestra tradición lorquiana. Rosalía siempre ha jugado a que no se la entienda. Ahora trabaja con el lenguaje de una manera muy libre, haciendo algo que nos parece marciano pero que fusiona una experiencia vital atravesada por su pareja puertorriqueña [Rauw Alejandro], sus amigos de Miami y su asalto global al inglés”, defiende Isabel Navarro.
Aunque la crítica internacional ha aplaudido ese “laboratorio mental” al que se refiere Jordi Carrión, los expertos creen que el público generalista no lo va a entender igual. “El mal querer al principio tampoco gustó tanto. Gustó mucho Malamente, pero el disco era una cosa rara que no le entró bien a la gente. Yo creo que Motomami irá conquistando su espacio con la gira, como ocurrió entonces”, cree la periodista. Rosalía es una artista visual y sonora, y por eso ni sus canciones se entienden bien sin el videoclip ni su personaje se entiende sin la exposición en las redes sociales.
Una ‘motomami’ es lo que tú quieras que sea
El imaginario de la motomami ha calado en la sociedad mucho más rápido que la flamenca de El mal querer. Como dice Noelia Ramírez, es “lo que pasa cuando mezclas el poderío con la mejor versión de la feminidad”. En las manifestaciones del 8M, la motomami era el sujeto de varias proclamas y pancartas. Pero Rosalía no tiene ninguna intención de convertirse en un símbolo feminista. “Su obra está atravesada por el feminismo, pero no lo expone de manera teórica porque no es una intelectual”, cree Isabel Navarro.
El ruido, los cascos y las motos, que a algunos les produce “ecoansiedad”, no son más que un homenaje a la motomami primigenia: su madre Pilar. La que le iba a buscar al colegio en moto y que bautizó su empresa con ese nombre. Igual que en El mal querer mostraba dualidad entre la mujer maltratada y su maltratador, fingiendo la voz de ambos, en Motomami vuelve a recurrir a un binomio: la “moto” sería el poder y la fuerza, y la “mami” la fragilidad y la dulzura.
“La autobiografía parece ahora mucho más evidente”, precisa Jordi Carrión. El símbolo de Motomami es la mariposa, que significa que “se ha hecho fuerte en su fragilidad”, según Navarro. Ha salido de la crisálida, como representó en el Saturday Night Live con lo que muchos confundieron con un edredón. “En la última canción de El mal querer advertía que ”a ningún hombre consiento que dicte mi sentencia“. Ahora parte de una posición de fortaleza, pero reconoce la fragilidad de esa criatura, que es un elemento universal y mítico”, dice la escritora.
Dentro de su sentido del empoderamiento, hay sensualidad y sexualidad, algo que no ha sentado bien a cierto sector conservador y una parte del feminismo. “Se dice que está siendo complaciente con un modelo patriarcal de sexualizar el cuerpo de la mujer. Es injusto. ¿Quiénes somos para decirle a una mujer hasta dónde puede o debe utilizar su capital de seducción? Ella es dueña de sus deseos y no se avergüenza de ellos”, defiende Navarro. “Está efervescente y muy físicamente enamorada y ha hecho un vídeo sobre sus contradicciones, su velocidad y su poder, rodeada de Amazonas moteras”, dice en referencia al videoclip de Saoko.
Las referencias sexuales en las letras de sus canciones también han sido duramente atacadas. Los versos de Hentai donde canta “te quiero ride como a mi bike” y “lo segundo es chingarte, lo primero Dios”, ha sido pasto de memes y burlas. “Las críticas furibundas y los chistes demuestran la incomodidad que sigue provocando que una mujer exprese su deseo sexual en primera persona. No es el ”desátame o apriétame más fuerte“ de Mónica Naranjo, no es ”like a virgin“ de Madonna, es mucho más explícito. Lo combina con una melodía minimalista y dulce, dejando claro que la obscenidad y la ternura pueden trenzarse y no son incompatibles”, señala la experta.
Aunque todo lo anterior la aleja de El mal querer, hay elementos que funcionan como un espejo. Referencias artísticas, las motos, melodías, restos del flamenco, ojos azules y ella, que es la misma, aunque algunos quieran tacharla de intrusa. Motomami nos suena más ajeno porque lo necesita para acercarse al resto del mundo. Rosalía ya no es una estrella patria, es universal, y es elección del público español acompañarla por este tour o vivir en el recuerdo del tablao Casa Patas.