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ANÁLISIS

Los orígenes de la fiebre por la bachata que no conocen Rosalía ni C. Tangana

El cuerpo ya no pide salsa, como cantaba Gloria Estefan en 1998, ahora pide bachata. Esta nueva 'fiebre' es una derivada del éxito de la música latina, que ha sido reducida de forma injusta a una etiqueta comercial: el reguetón. La bachata fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2019, momento en el que se produjo su apogeo fuera de la República Dominicana. Pero ¿dónde nace este fenómeno mundial?

En España, hace años sonaba en ambientes muy concretos, como locales latinos, barrios de gente migrante o entornos de danza profesional. Ahora, los artistas más escuchados del momento no se conforman con serlo en la radio o en los auriculares de sus fans: quieren conquistar las pistas de baile, y para eso han recurrido a la bachata.

Rosalía, C. Tangana, Nathy Peluso o reguetoneros como Bad Bunny y Ozuna se han sumado simultáneamente al estilo dominicano de moda. Las cifras son demenciales. La fama, de Rosalía y The Weekend, lleva 30 millones de visualizaciones en YouTube. Ateo, de Tangana y Peluso, 22. Pero Volví, de Bad Bunny y Aventura, tiene más de 180 millones. Hay que destacar la presencia de Romeo Santos en esta, un auténtico rey Midas de la bachata que ha colocado temas como Obsesión o Propuesta indecente durante años en la radiofórmula española. Algo inverosímil hasta ahora.

“Es un problema español, porque en Francia, Alemania o Italia nunca han tenido prejuicios hacia lo latino”, opina Diego A. Manrique, periodista y crítico. “En el mundo musical y mediático estábamos muy anglofonizados”, reconoce este referente, que ha trabajado para El País, Rockdelux, Televisión Española y Radio 3. Manrique sostiene que “a los españoles les gustaba la música latina hasta que llegó la inmigración, aunque suene desagradable”.

Lo que resultaba “exótico” empezó a mirarse desde una perspectiva racista y de clase: “De pronto eran molestos porque les gustaba la música alta, se reunían con sus compatriotas hasta tarde o se pasaban el día en el parque con un radio cassette”. “En este país tenemos muy poca costumbre de diversidad”, se lamenta. La más castigada por este entorno discriminación en los años 80 y 90 fue la cultura latinoamericana. “Nos falta cariño y conocimiento hacia ella porque queríamos ser modernos según las pautas de Londres y Nueva York”, piensa el crítico. 

Con la aparición de las plataformas y la globalización musical, la bachata, el vallenato o el reguetón escaparon de los entornos marginales y, según Manrique, “quedó demostrado que el público español estaba muy abierto a este tipo de sonidos y se puso de moda una cultura que antes estaba totalmente desvalorizada”.

Nos falta cariño y conocimiento hacia la música latina porque queríamos ser modernos según las pautas de Londres y Nueva York

Los números han modificado estos prejuicios y no solo hacia los estilos latinos, también hacia otros como el flamenco. Diego A. Manrique recuerda que, en 1991, un gran capo de la radio musical española criticó que la SGAE organizara un concierto de Camarón, Tomatito, El Último de la Fila y Ketama en Nueva York porque “parecía Casa Patas”. “Hoy existe hasta la bachata flamenca, que hace unos años era inconcebible por partida doble”, reconoce el experto.

La banalización de la bachata

La percepción de que solo ahora se están haciendo bachatas que interesan al público no es solo eurocéntrica, sino engañosa. “La música latina tiene una trayectoria enorme gracias a referentes de altísima calidad musical y vocal”, precisa Ioshinobu Navarro, investigador en Historia de la Danza y Antropología Cultural y docente en la Universidad Rey Juan Carlos. Menciona como ejemplo a los grandes cuartetos de son, salsa y bolero de los años 40, 50 y 60. “A partir de ahí, nos habituamos a escuchar la música desde el punto de vista anglosajón, pero en el Caribe y Latinoamérica estos estilos han tenido mucho recorrido”, compara.

Mientras que España abrazaba todo lo que sonase a inglés, al otro lado del Atlántico Ramón Torres, Olivo Acosta, Miguelito Cuevas o Tony Santos “tomaron la bachata como medio musical para contar la realidad de su tiempo”, escribe Navarro en The Conversation. No en vano, el origen de la bachata en República Dominicana es humilde y así lo heredaron sus sucesores. “Durante el estado dictatorial de Rafael Trujillo, a mediados del siglo XX, la bachata se reprimió y el merengue se impuso como baile nacional”, explica. Los marginados empezaron a bailarla para abstraerse de la realidad política, social y económica de su país, y muchas de las letras aludían a esa situación. 

“En Europa se han blanqueado y aceptado ciertos ritmos de orígenes humildes y marginales”, dice el experto. Eso no significa que solo ciertos estratos de la sociedad dominicana tengan derecho a escuchar bachata, pero ahora corre el riesgo de caer en clichés. “Ya ha pasado con el reguetón, que en sus inicios eran letras de crítica social imitando al rap y se han ido degradando y alimentando el prejuicio”, piensa Navarro. 

Antes de Tangana y Bad Bunny, la bachata ya había dado un giro radical en 1991 con Juan Luis Guerra. Su Bachata rosa sonaba parecida a lo que luego triunfó con Romeo Santos y Aventura. También la temática era distinta. Ya no hablaba del dolor o las dificultades de la gente pobre, negra y afrodescendiente, sino que interpretaba “la cultura de un pueblo”. Un legado que ha desaparecido en casi todos los productos actuales, sobre todos los que provienen de Europa y Estados Unidos.

Esta es una crítica común al enaltecimiento de lo latino por parte de Occidente. Muchas veces se olvida de los orígenes, de los artistas locales y de los años de desprecio. Rosalía ha sido una de las señaladas por esta cuestión. “Si realmente quería experimentar con la bachata, ¿por qué no aprovechó para presentar a un artista dominicano?”, escribieron en el medio Popsugar Latina. Le acusaron de apropiación cultural –un reproche que no es nuevo para la catalana– y de hacerlo con un cantante canadiense de fama mundial, como The Weeknd. En el caso contrario mencionan Volví, la bachata en la que Bad Bunny se reúne con grandes exponentes del género como Aventura y Romeo Santos.

Ioshinobu Navarro no comparte esta visión: “Toda acción musical que se haga desde el respeto no es apropiacionismo musical”. “Rosalía tiene muy claras sus raíces y a partir de ahí puede enfrentar otros ritmos y entender mejor otras culturas. Siempre y cuando se haga con conocimiento y lejos de clichés, no es nada reprochable”, cree el experto. De hecho, la base de La fama la firma Tainy, un niño prodigio de la música urbana de madre dominicana y mucho conocimiento sobre los géneros del Caribe.

Navarro defiende que “gracias a artistas europeos que interactúan y fusionan sus músicas con estos ritmos, otros cantantes latinos tienen grandes masas de seguidores en Europa que nunca habrían alcanzado”. No obstante, recuerda que el mercado sabe lo que vende y que esta nueva corriente es tan solo “un producto más”. 

En Europa se han blanqueado y aceptado ciertos ritmos de orígenes humildes y marginales

“Que esté tan de moda ahora tiene su parte buena y su parte mala: lo bueno es que se está hablando de bachata y se está dando a conocer. La gente empieza a escucharlas por Rosalía, Tangana u Ozuna y quizá se interese por otras”, espera Iván Ortiz, bailarín profesional y profesor de una academia de bachata en Madrid. Trabaja junto a su pareja, Saray Caballero, también bailarina internacional. “Lo malo es que el público se acostumbre a eso y que luego no les gusten las bachatas originales”, añaden. Sin embargo, incluso a eso le ven ventajas.

La importancia del baile

Iván y Saray han sentido en su propio negocio los beneficios del boom de la bachata. “Se ha notado un cambio de tendencia, sobre todo en la edad de la gente que se apunta. Han pasado de ser personas que venían de bailes de salón, a partir de 40 y 50, a ser mucho más jóvenes”, revela Iván. Cree que la razón principal es la propia evolución del género, que a partir de 2014 empezó a mezclarse con el RnB y el pop “y a la gente le entró mucho mejor por los oídos”.

Reconoce, por su propia experiencia, que antes los bailes estaban más estigmatizados. Ahora compiten en bachata en todos los rincones del mundo y acogen en sus clases a gente que llega atraída por los éxitos modernos. “La parte mala de eso es que la música se contamina, pero los profesores y bailarines también podemos educar sobre ello”, confía. 

Para él, lo más importante es que el baile sea “como una terapia”. El investigador Ioshinobu Navarro lo comparte al cien por cien. “La danza es el primer lenguaje que ha tenido el hombre” y la bachata “libera endorfinas, nos hace sentir felices, relajados y alejados del ruido cotidiano”. De hecho, el punto fuerte de Ateo es su vídeo y el sensual baile entre C. Tangana y Nathy Peluso en la catedral de Toledo, que provocó todo un cisma en el Arzobispado.

“El coronavirus ha hecho crónico lo que venía gestándose de hace cinco o seis años”, piensa Navarro. “El tiempo que hemos estado confinados obligatoriamente, sin esa libertad absoluta y prepotente con la que el ser humano pisa el mundo, nos ha hecho sentir pequeños”, reflexiona. Ahora, en cambio, percibe unas ansias por compartir que la bachata es capaz de compensar: “Volver a la comunidad y volver a bailar es algo liberador”.