Taylor Swift tiene 34 años, 11 álbumes de estudio y seis giras a sus espaldas. También ha ganado 14 premios Grammy y es una pulverizadora de récords. No hay estadio en el mundo que se le resista a colgar el cartel de 'sold out', ha conquistado la taquilla con el documental The Eras Tour y continúa recaudando ingentes cantidades de dinero en una tournée global que esta semana ha desembarcado en Madrid con un doble concierto en el Santiago Bernabéu. Un show en el que despliega su talento como cantante, compositora y performer durante tres horas y media en las que se recrea en repasar su carrera dividida en eras a base de temazos –desde Love Story a Anti-Hero, por citar solo dos ejemplos–, puestas en escena, carisma y aplomo.
La propuesta de la artista estadounidense se basa en un escenario que se extiende por toda la pista que durante el año copan los jugadores del Real Madrid. Solo que en su caso no distingue entre delanteros, centrocampistas ni porteros. Ella es el epicentro de un terremoto que copan sus bailarines, la banda y una inmensa pantalla que se abre para dejar hueco a decorados que van desde una oficina a un dormitorio, pasando por una cabaña de bosque y una escena digna de cualquier película inspirada en Cabaret. Lo visual tiene un peso importante, porque además de la pantalla colocada en el fondo, hay múltiples repartidas en lo más alto del estadio que permiten ver a la estrella del pop desde cualquier ubicación.
Inmersos en la era en la que los shows parecen tener que estar pensados para generar vídeos en formato adaptado a TikTok, la estadounidense se aprovecha de este recurso para darle dinamismo a sus conciertos; pero sin que le arrebate el protagonismo. Comparte plataforma con sus músicos, bailarines y coristas. No deja a nadie fuera, ni les adjudica un papel injustamente secundario. Al contrario.
Opta por ocupar gran parte de la pista con una plataforma que recorre sin descanso, ocupando el espacio, imponiéndose, dejando claro un poder que escenifica desde el inicio de su show en el que, tras afirmar a su ejército 'swiftie': “Me hacéis sentir extremadamente poderosa”. Se besa el brazo, sacando músculo de lo que ha conseguido, sin dejar de sonreír.
Ella es la que más disfruta de su espectáculo, y lo contagia desde el sonido de los primeros acordes de Miss Americana & The Heartbreak Prince con el que abre sus conciertos. La pantalla la copan entonces habitaciones de los distintos colores que definen las eras de su trayectoria, y que va recorriendo durante su recital. Etapas que acompaña con los looks entre los que se dividen sus fans. El primero es un body color rosa, sobre el que se coloca una americana brillante azul, que usa para encarnar The Man. Una canción en la que se replantea cuán diferente hubiera sido su vida si hubiera sido hombre.
La puesta en escena simula una oficina en la que varias mujeres ocupan los puestos detrás de varias máquinas de escribir. Ella tira al suelo los papeles que hay sobre sus mesas y pronto son bailarines hombres los que acaban ejerciendo sus 'labores'. Taylor, mientras tanto, asciende planta a planta de una escalera que deja claro que no entiende de techos. En seguida arranca la era Lover, con la artista con la guitarra colgada. La tonalidad amarilla inunda el estadio, con el cuerpo de baile simulando coreografías 'de salón' a su alrededor. El dorado es el que marca el viaje hacia Fearless. La artista invita a que el público dibuje corazones con sus manos, culminando el apogeo de amor con You Belong To Me y uno de sus grandísimos hits –de los que quienes dicen que no conocen ninguna de sus canciones, tardarían poco en tararear–, Love Story.
La siguiente parada es Red. Como no podría ser de otra forma, el color que impera es el rojo, partiendo de un interludio que la cantante aprovecha para cambiar de vestuario –una vez más–. El escenario lo copan globos rojos y unas cajas que abre y cierra una de las bailarinas para introducir las melodías de los temas que vienen. Taylor Swift regresa pronto, ahora con una camiseta blanca de manga corta y sombrero negro. Al tiempo que entona 22 se acerca a regalarle su gorro a un niño que le espera al final del pasillo de escenario que preside la pista.
Después se deshace de la camiseta para quedarse con un body negro y rojo en el que clama uno de sus grandes hits contra los ex, We Are Never Ever Getting Back Together, en el que uno de sus bailarines incluye un guiño a España. Si en el concierto de este miércoles gritó un “ni de coña” a ese 'volver a liarte' con tu ex, este jueves tocó el turno a la frase: “¡Ni borracha!”. Lo siguiente es volver a bajar las revoluciones, capa negra y roja en mano, pie de micro teñido de las mismas tonalidades y la guitarra.
Llega el turno de All Too Well, que Swift acompaña con una puesta en escena que simula una nevada en directo. Al haber empezado el concierto a las 20h de la tarde, se echa de menos que sus propuestas ocurran bajo la luz de la luna y no la del día. Algo que se acaba comprobando conforme pasan las horas, en la que su juego con las luces –pulsera individual para cada asistente incluida– consiguen un mayor efecto envolvente que ilumina el estado hasta al ritmo de la batería de según qué tema.
La serpiente que lo conquista todo
The Eras Tour abraza su primera propuesta 'de cuento'. Enchanted viste el Bernabéu de morado y azul, y de vestidos de princesa. Todo ello para pasar a un fondo en el que una serpiente parece querer inyectar con su veneno al público. Ella se cambia de nuevo con un mono que cubre la mitad de su cuerpo, de nuevo negro y rojo, con los que interpreta los cañeros Are You Ready For It, Delicated y Look What You Make Me do. Para el último introduce a sus bailarinas en unas cajas transparentes que las atrapan como si fueran muñecas. Escena que se reproduce en la inmensa pantalla frontal, en la que diversas 'Taylors' son las que ejercen tal papel.
Swift vuelve a abandonar el escenario para dejar que se transforme en un bosque con luciérnagas. Del fondo emerge una cabaña de madera, repleta de musgo, bajo una enorme luna. Hay árboles y ella luce ahora un vestido rosa. La travesía lleva hacia Cardigan. Con ella llega uno de los momentos en los que la artista, al igual que hace en sus canciones, se abre en canal para explicar que el álbum al que pertenece, Folklore, le cambió la vida. Lo compuso en dos días durante la pandemia. “En aquellos días en los que veíamos cómo escapar de la realidad y estábamos confusas respecto a lo que estaba pasando”, reconoce al tiempo que confiesa que se tomó componer temas como escribir su propio diario.
En aquella etapa le ayudó inventarse personajes como la Betty que protagoniza su tema homónimo. Luego llegó Evermore, que nació como una continuación orgánica a aquel álbum. “Entonces no sabíamos qué iba a pasar, si habría más conciertos. Por eso me siento tan agradecida de poder tocar Champagne Problems” antes de que el Bernabéu se caiga por completo. La estadounidense consigue lucir su amplio registro, sacando partido a sus particulares agudos, pero también a sus potentes graves, para dejar al público ovacionándola durante dos minutos y medio. Ella misma es la encargada de, en cierto modo, detenerlo, para poder continuar el concierto.
Acto seguido suena una tormenta y todo se tiñe de miedo para dar paso a Style, una falda morada y un top rosa llenos de brilli brilli. Aquí se inserta otro bloque de sus canciones más queridas: Blank Space, Shake It Off y Wildest Dreams. Los temas correspondientes a su último trabajo discográfico, The Tortured Poets Department lo lidera un paisaje nevado, el color blanco y un color del mismo color sobre el que se impresionan letras de color negro.
En So High School una plataforma le permite recorrer la pasarela mientras ella se abraza al pie de micro y concluye con un efecto sobre la pantalla frontal en la que parece dejar sus ojos en blanco. Le siguen otros temas como Fortnight, The Smallest Man Who Ever Lived y I Can Do It With A Broken Heart, para el que se reserva un número que emula los clásicos del cine mudo.
El último tramo del concierto lo ocupan las canciones sorpresa, que este jueves ha dado espacio a un Our Song con el que sorprende a las 'Swifties', que siguen celebrando cada canción, ahora con Swift con un vestido largo azul tocando un piano de madera, convirtiendo el estadio en su habitación. Pronto vuelve devuelve la energía proyectando sobre el suelo del escenario y la plataforma el fondo de una piscina en la que la cantante nada para llegar a su final y, con un vestido corto con lentejuelas azul claro, se introduce en la era Midnights.
Para la puesta en escena de Anti-Hero recuerda al Dogville (2003) de Lars Von Trier y viaja hasta Midnight Rain donde opta por un body también azul pero con flecos, las sillas como si estuviera en Cabaret. Sobre ellas baila, se disfruta y remata una conquista de la que ya solo quedan los últimos retazos que protagonizan temas como Mastermind y Karma, que pone el broche de talento, purpurina y la constatación de que si Madonna es la reina del pop y Britney Spears la princesa; Taylor Swift se ha reservado su propio capítulo, al que quizás le falta un título, pero lleva tiempo plagando de valiosísimo contenido.