El balance accidentado del Mad Cool 2018, un festival donde más fue menos
La tercera edición del Mad Cool cierra con una leve línea ascendente en su estadística. No era muy difícil reponerse al desastre del primer día, en el que las colas se extendían por kilómetros y dejaron a las 80.000 personas abrasadas bajo el sol y con un enfado monumental.
El festival madrileño ha pujado por convertirse en un evento digno de capital europea desde su debut, y la falta de rivales -el Dcode juega en segunda- le ha hecho correr más de la cuenta para competir contra sí mismo.
Por su tercer cumpleaños, decidieron dar un salto exponencial y multiplicar por dos sus posibilidades: el doble de asistentes, el doble de superficie e, inevitablemente, el doble de problemas. Da la sensación de que querían ofrecer una imagen de fortaleza respecto al año anterior, cuando la muerte del acróbata Pedro Aunión hizo saltar las alarmas por la seguridad y condiciones de sus trabajadores. Pero ni la estrategia más estudiada se salva de los imprevistos del directo.
Quizá hubiera jugado a su favor otro año de ensayo y error a menor escala antes de abalanzarse sobre el exceso. El segundo día, sin embargo, proporcionó un respiro al evento hasta que una banda tránsfuga les frustró la madrugada. El tercero, al fin, fue el reflejo de todo lo que se esperaba del Mad Cool: buena música, un ambiente sano y una leve mejora en la organización.
Aún así, hubo errores que un festival con tales ínfulas no se debería permitir. Esto ha sido lo peor y lo mejor de una cita musical donde menos hubiera sido más.
Los errores
El caótico transporte
Se lo habían apuntado como un tanto victorioso antes de empezar, pero el transporte ha sido el talón de Aquiles del Mad Cool. Organizado en un recinto a las afueras de la capital, con 80.000 personas regresando a sus casas a la misma hora, no es suficiente abrir tres paradas de metro y trasladar el foco del problema a Nuevos Ministerios. Ni siquiera la flota de 25 autobuses dio abasto para contentar a los asistentes.
La otra opción, ofrecida por el propio festival, era reservar un Uber con la aplicación fruto del patrocinio de la compañía estadounidense en el Mad Cool. ¿El problema? Es un servicio que establece las tarifas dependiendo de la demanda, así que muchos se encontraban con que un trayecto de 10 kilómetros ascendía a 80 y 90 euros. “Sale por lo mismo que un viaje en avión a Londres”, se quejaron en las filas.
Es un fijo que a la salida de grandes eventos nocturnos haya problemas de traslados, pero respecto al año pasado Mad Cool ha multiplicado los obstáculos en lugar de las soluciones. Más gente y el doble de distancia a la almendra de Madrid requerían un planteamiento minucioso y unas negociaciones más exhaustivas con la Comunidad y el Ayuntamiento.
Las aglomeraciones a la entrada
Con 80.000 personas en un recinto cerrado, es obvio que las filas son parte inherente de la experiencia festivalera. En el baño, a la hora de comer, al abordar a uno de los pobres chicos con litros de cerveza cargados a la espalda o al subirse a un autobús de vuelta a casa. El problema es que esas decenas de miles de personas te pillen por sorpresa con los efectivos insuficientes para atenderlas.
El primer día fue un fallo de organización garrafal, como si los responsables no se creyeran que toda esa gente que había comprado entrada fuese a asistir de verdad. Los números no solo se traducen en más entradas e ingresos, sino en un despliegue de medios a la altura. Y Mad Cool no lo estuvo. Así ocurrió también en las barras de bebida, que el segundo día tuvieron que reforzar y repartir mejor a los trabajadores para evitar las asfixiantes aglomeraciones de personas sedientas.
Mención aparte merece el colapso a la entrada de IFEMA recién empezado el festival y que provocó que muchos se perdieran a sus grupos favoritos como Tame Impala, el gran damnificado por un control de seguridad exhaustivo y lento. La desesperación fue tal que decenas de asistentes optaron por derribar una valla y adentrarse como si de una avalancha humana se tratase.
La cancelación de Massive Attack
Hay ciertos egos con los que es difícil tratar, algo que con el star system musical se puede volver una odisea inaguantable. Sin embargo, la comunicación de un evento con sus asistentes ha de ser prioritaria y más si se busca velar por su seguridad. Ante la cancelación sin previo aviso de Massive Attack, la organización tardó más de una hora y media en ofrecer una explicación a los asistentes, que además se limitó a unas breves líneas en una pantalla sobre las exigencias del grupo.
Como explicaron más tarde, les honra que intentasen movilizar a todas las bandas del recinto para que su cabeza de cartel ofreciera el show prometido. Pero también deberían saber que no se puede tener a la gente desinformada y disgustada durante tanto tiempo y bien entrada la madrugada.
Algunos fueron más allá y les culparon directamente por programar a dos platos fuertes en la misma franja horaria: los británicos del trip hop y los escoceses Franz Ferdinand. Un combate en el que el escenario de los primeros salía perdiendo y que al parecer indignó sobremanera a Robert de Naja y a Daddy G. Hasta el punto que no les importó dejar tirados a sus miles de fans en pleno viernes noche.
La enorme zona VIP
La criticó incluso el vocalista de Queens of Stone Age. La parte VIP reservada frente al escenario ganaba en tamaño respecto a otros años y convertía la explanada del principio en un área desangelada tras la que se apelotonaban miles de personas con entrada normal. “No tocaré hasta que los dejéis entrar y será mejor que los dejéis entrar, porque trabajáis para mí esta noche”, amenazó Joss Homme.
Si bien es cierto que la seguridad del festival permitía el acceso a ciertas personas del público sin pase VIP una vez empezado el concierto, el enorme espacio nunca llegaba a llenarse. Al fin y al cabo, el precio de la entrada ya es lo suficientemente alto como para pagar una tasa de fan privilegiado.
Las virtudes
Un cartel competitivo
Pocos eventos jóvenes pueden presumir de satisfacer a los melómanos con varios momentos para la historia. Aunque con escasa presencia nacional y femenina, el cartel del Mad Cool compite en la península con grandes como el FIB, el BBK y el NOS Alive. Este año, Pearl Jam, Depeche Mode, Queens of Stone Age y Arctic Monkeys salvaron la cara al festival hasta en sus momentos más tensos.
Todos los artistas apostaron sus mejores cartas en un evento con una corta memoria musical, lo que es de agradecer, y las leyendas primigenias ofrecieron un directo más ágil que muchos artistas emergentes. Ahí estaba Dave Gahan ensombreciendo con sus piruetas al jovencísimo Kaleo, o Eddie Veder encarnando el espíritu rock and roll botella en mano mientras cantaba sus incombustibles Small Town o Even Flow. O KaseO recordando por qué es el rey del rap en España. O Dua Lipa, poniendo a bailar hasta al más estático con hits actuales como New Rules y One Kiss.
Cada uno cumplió con su rol y ofreció el ritmo necesario para aguantar las nueve horas sin altibajos. Otros años, este carrusel de genialidad se solapaba hasta la desesperación y convertía las hojas de horarios en garabatos imposibles para no dejarse nada en el tintero. Esta vez, salvo en contadas ocasiones, la repartición entre los escenarios ha sido bastante más asumible.
Los baños y la zona de restauración
Sin entrar a valorar los desorbitados precios, el boulevard reservado para comer y beber estuvo a la altura de las necesidades, que allí dentro son muchas. La variedad es siempre un grado y la carta volvió a superar la barrera de los deprimentes carritos de perritos calientes y los bocatas de pan con nada de otros festivales.
Lo mismo ocurrió con los baños, en todo momento supervisados por trabajadoras del festival para mantenerlos limpios y con el utilitario completo.
Un enclave cómodo y atractivo
Aunque alejado de la ciudad, IFEMA ha brindado a los organizadores del Mad Cool la oportunidad de desplegar sus encantos. El césped artificial y acolchado sustituía a la incómoda gravilla y los millones de luces LED le daban el efecto psicodélico buscado cada año por el festival. Además, dejando de lado los armatostes de cemento de la Caja Mágica, el extenso recinto ferial permitía que todos los escenarios estuviesen al aire libre y tuviesen más o menos la misma acústica. Una carencia que debían solucionar con premura.
Doble acierto el de incluir un punto violeta contra el acoso sexual y una carpa para las artes bautizada como el acróbata fallecido el año anterior. Quizá lo que se echaba de menos eran, precisamente, más espacios artísticos o interactivos sustituyendo al de las grandes marcas patrocinadoras. Un detalle que acercase el Mad Cool a la música y a su público en lugar de convertirlo en un centro comercial reservado al mejor postor.