“Quiero olerte el bacalao, María” o “Meto y saco el coche a la hora que quiero del garaje de la vecina” son metáforas sexuales que todo el mundo conoce y corea en Portugal. El responsable es la pimba, un ritmo popular adorado desde hace décadas por su poder para desinhibir desde ancianos a adolescentes.
Casi desconocido para el foráneo por la omnipresencia del fado, emblema de la musicalidad portuguesa, la pimba surge en todo su esplendor en contadas ocasiones, principalmente las graduaciones universitarias y las fiestas populares, como las que este mes se celebran en Lisboa.
Con sus primeras notas cambia el ambiente en las abarrotadas plazas y todos piden a María que les deje “ir a la cocina para olerle el bacalao”: adolescentes, familias con hijos que empiezan a aprender la letra desde la más tierna infancia y jubilados para los que la pimba representaba, en la dictadura, su forma de coquetear.
“A ellos les gusta, porque está por dentro. Los portugueses entienden lo que quiero decir”, explica en entrevista con EFE Quim Barreiros, el rey de la pimba desde hace cuatro décadas.
Con su espeso bigote, su sombrero de fieltro y su inconfundible acordeón, Barreiros, de 71 años, es una suerte de “rockstar” en su país, como Diomedes Díaz en Colombia o Manolo Escobar en España; le paran por la calle, le piden autógrafos y selfis que no le molestan, confiesa este autor que suele hablar de sí mismo en tercera persona.
Su secreto, que revela sin necesidad de insistir, es dar alegría al pueblo de la 'saudade'.
“Mi música es música del pueblo, es música popular y las fiestas de junio quieren alegría. Si quieren alegría, el Quim Barreiros transmite esa alegría”, expone.
“Me gusta mamar de los pechos de la cabritilla”, entona cualquier noche de verbena lisboeta, en las que alcanza cachés que solo se permiten los barrios más pudientes; el público, enardecido, canta con él.
“Una fiesta popular, donde toda la gente está con la cerveza en la mano, la sardina asada, la bifana (un típico bocadillo de carne de cerdo)... toda la gente quiere saltar, cantar. Ahí invitan al Quim Barreiros”, resume.
Y estas rimas picantonas, que en los estertores de la dictadura salazarista sonrojaban a los lusos, ahora sorprenden a los cada vez más extranjeros que viven en el país y que, tras un curso básico de portugués, ya tienen acceso a ese doble significado, que según Barreiros es parte de la historia de la literatura de su país.
“Si estudiases la literatura portuguesa de hace trescientos años verás que ahí están las cantigas, el doble sentido... es una cosa nuestra, que fui a buscar e interpreto”, argumenta.
Con todo, la pimba estuvo “adormilada” hasta que, a mediados de los 70, Barreiros empezó a subirse a los escenarios y romper los estereotipos de la reserva sexual de sus compatriotas.
“Ya en la dictadura yo cantaba y siempre fue un éxito. Cuando aparecía cantando con doble sentido fue siempre un éxito. Nunca más paré”, recuerda.
A partir de ahí, ha ejercido la libertad creativa con alguna base real, confiesa. Así fue, por ejemplo, con la letra de “Bacalhau”, quizá su himno más conocido y en el que se sigue a María hasta la cocina para oler su pescado, “el plato favorito del pueblo de Portugal”.
“¿Cómo surgió? ¡Pues por el olor!”, dice antes de estallar en una carcajada.
Castigado por los críticos musicales (“Dios es Dios y no agrada a todo el mundo, hija mía”, se consuela), Barreiros encuentra adoración en las barriadas y las comunidades de portugueses que viven en otros países, para los que actúa cuando es invierno en Portugal y comienza su periplo, desde Canadá a Australia.
Y mientras, invita a ir a las ya inauguradas fiestas de Lisboa, que se extenderán todo junio, porque a través de sus notas, “es una oportunidad de ver a los portugueses desinhibidos”.
Antípodas del desgarro del fado.