¿Qué es eso del postporno?
1989. Nueva York. Teatro Harmony. En el escenario, una mujer ataviada con lencería de encaje, medias negras, liguero y zapatos de tacón alto. Lleva la melena roja recogida, pestañas postizas y mucho maquillaje. Se recuesta en un sillón, abre bien las piernas, se introduce un espéculo en la vagina e invita al público a mirar dentro. Es Annie Sprinkle, considerada como la precursora del posporno, en cuyos espectáculos incluía esta performance llamada 'Public cérvix announcement'. Proponía una visita al cuello de su útero como forma de parodiar los mitos y el oscurantismo que han rodeado a los genitales de las mujeres. “Asómense y verán que no tiene dientes”, dice divertida. Y anima a las mujeres a explorar sus vaginas.
En realidad Sprinkle tomó prestado el concepto de 'postpornografía' del artista holandés Wink van Kempen, quien se refería con esta expresión a las creaciones sexualmente explícitas cuyo objetivo no es masturbatorio sino paródico o crítico. Indignada con la industria del porno en la que había trabajado como actriz y que consideraba tanto sexista como irresponsable ante la crisis del sida, Sprinkle pasó a dirigir sus propias películas y a organizar espectáculos en los que desarrolla sus facetas de artista, educadora sexual y activista feminista.
En el Estado español, esta corriente tomó fuerza ya iniciado el siglo XXI. El clímax llegó en 2008, cuando el teórico queer Paul B. Preciado (anteriormente conocido como Beatriz Preciado) organizó en Donostia el congreso FeminismoPornoPunk, en el que participaron tanto las figuras más destacadas a nivel internacional (el fotógrafo trans Del Lagrace Volcano, la cineasta Tristan Taormino o la propia Sprinkle) como artistas, activistas y comunicadoras (o todo a la vez) del panorama estatal: entre otras, las Post-Op, Diana Pornoterrorista o María Llopis, una de las dos integrantes del (para entonces desintegrado) colectivo Girls Who Like Porno.
La otra mitad era Águeda Bañón, la posible nueva directora de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona, a quien Ada Colau valora por su experiencia en comunicación digital y su trayectoria en los movimientos sociales. Para muchos medios de comunicación, en cambio, el titular es que Bañón se dedicó al porno.
Entre 2002 y 2006, Girls Who Like Porno crearon piezas de videoarte y facilitaron talleres con un enfoque feminista: “Queríamos hacer saltar por los aires los estrechos corsés en los que apretamos nuestras identidades, nuestra fantasías y nuestra sexualidad. Y queríamos pasárnoslo bien haciéndolo”, cuentan en el manifiesto que se puede leer en su web. En él se desmarcan de otra corriente, el porno para mujeres (cuya directora más destacada es Erika Lust), “porque esa etiqueta se está usando para hablar de un porno lleno de feminidad, es decir, música romántica, polvos suaves, cariñosos y heterosexuales”.
“El postporno es teoría y es carne”, escribe Llopis. Su libro 'El postporno era eso' facilita la tarea de definirlo y aporta además una exhaustiva guía de películas y proyectos relacionados con esta corriente. “Para mí el postporno es política queer, postfeminista, punk, DIY [do it yourself, háztelo tú misma], pero también una visión compleja del sexo que incluye un análisis del origen de nuestro deseo y una confrontación directa con el origen de nuestras fantasías sexuales. Por eso el postporno a veces es más un tipo de meta porno, y se centra en cuestionar la industria pornográfica y la representación de nuestra sexualidad que hoy en día se hace en los medios”, abunda. ¿Qué representación es esa? El sexo como “receta simple, repetitiva y limitadora”, en palabras de Sprinkle, protagonizado por cuerpos jóvenes y siliconados que fingen sentir placer.
De bichos raros a protagonistas
Preciado define el postporno como “el efecto del devenir sujeto de aquellos cuerpos y subjetividades que hasta ahora sólo habían podido ser objetos abyectos de la representación pornográfica”: las mujeres, las minorías sexuales, los cuerpos no-blancos o discapacitados, los transexuales, intersexuales y transgénero. En el postporno, aquellas personas ignoradas por el porno hegemónico o utilizadas para representar fantasías ajenas, a menudo incluso de forma denigrante, toman las riendas y se graban o actúan expresando su sexualidad, convirtiéndose en protagonistas con un guion que ellas deciden.
La activista, escritora y cineasta transgénero estadounidense Tobi Hill-Meyer es una de tantas que, después de trabajar en la industria del porno, decidió ponerse detrás de las cámaras para producir contenidos eróticos que ofrecen una visión representativa de la sexualidad de las personas trans. En su artículo 'Donde las mujeres trans no están: su lenta inclusión en el porno', explica que las mujeres trans sólo aparecen en la industria en subgéneros con nombres despectivos (tranny o shemale) y de forma muy estereotipada: con tacones, exhibiendo penes grandes y erectos, “pese a que muchas no están a gusto con sus genitales y prefieren prácticas creativas como el tribadismo, la estimulación del perineo o el uso de arnés”, expone.
Ha dirigido la película ‘Doing It Ourselves’ (‘Haciéndolo nosotras mismas’), con la que ganó el Premio a la Cineasta Emergente en los Feminist Porn Awards 2010 y por la que recibe constantemente cartas de personas trans que le agradecen haberse visto representadas de forma respetuosa y positiva.
Otro referente trans es Lazlo Pearlman, un artista de performance, tatuado y fornido, que desconcierta al público con striptease en los que termina mostrando su vulva. En la película 'Fake orgasm' (Orgasmo fingido, dirigida por Jo Sol) permanece desnudo, tumbado en una cama, mientras que una serie de personas lo observan y le hacen preguntas sobre su cuerpo, su identidad y su sexualidad. Pearlman utiliza su cuerpo como espejo para que el público sea consciente de sus prejuicios.
Pero el postporno no solo visibiliza y abre debates sobre los cuerpos que desafían las normas sexuales y de género. Las personas con diversidad funcional son otro colectivo clave. La propia Annie Sprinkle fue detenida por publicar unas fotos en las que era penetrada por una mujer con su pierna amputada. A este lado del charco, el proyecto audiovisual Yes, we fuck! nos demuestra que las personas con discapacidad física o intelectual también sienten deseo sexual y gozan, ligando sus experiencias a las de personas que trabajan en el ámbito de la sexualidad. En este documental asistimos, entre otras historias, a la primera experiencia con el BDSM (bondage, dominación-sumisión y sadomasoquismo) de Oriol, un hombre con diagnóstico de parálisis cerebral, y acompañamos a Mertxe, una mujer ciega, a un taller de eyaculación de coños impartido por un chico trans.
“Mi cuerpo es un campo de batalla”
En los años ochenta, el feminismo se dividió entre el sector que abogaba por abolir la prostitución y la pornografía y el que prefería promover representaciones de la sexualidad en clave no sexista. Annie Sprinkle fue una de las caras más visibles de las segundas. Esta apuesta entronca con el arte feminista generado desde los años sesenta, en el que creadoras como Carolee Schneemann o Hannah Wilke utilizaban su cuerpo de maneras que enfurecían a unos críticos acostumbrados solo al desnudo femenino dibujado o esculpido a antojo del genio masculino. Esos críticos que rechazaban al unísono el Vagina Painting de Shigeko Kubota (se introducía un pincel en la vagina y pintaba con sangre menstrual) celebraban “la performance de Yves Klein en la que instruyó a mujeres desnudas para que se untaran con YKB -azul de Yves Klein- y rodaran sobre rollos de papel ordenados por él”, explica Mithu M. Sanyal en su ensayo 'Vulva. La revelación del sexo invisible'.
Por ello, no es de extrañar que el postporno haya sido desarrollado por activistas feministas y queer, ni que las videocreaciones de Girls Who Like Porno se hayan expuesto en muestras de arte. Otras han tomado su relevo, como Diana J. Torres, más conocida como la 'pornoterrorista', que está contribuyendo a romper el tabú sobre la eyaculación femenina con sus performances, talleres y su libro Coño potens. Manual sobre su poder, su próstata y sus fluidos.
De la misma manera que, por tanto, haber formado parte del movimiento postporno no es un secreto inconfesable sino una etapa en la carrera de una activista como Águeda Bañón, las performance y las acciones de calle son instrumentos clave para el movimiento feminista. Desde la segunda ola del feminismo, con lemas como 'Lo personal es político' y 'Mi cuerpo es un campo de batalla', las mujeres utilizan sus cuerpos para denunciar la dominación patriacal, como en la acción en la capilla de Somosaguas de la Universidad Complutense por la que han imputado a Rita Maestre, portavoz de la Alcaldía de Madrid.
Tanto el artivismo feminista como el postporno critican precisamente los arraigados esquemas machistas a los que apelan los sectores conservadores que han desacreditado a Bañón y Maestre. Ese imaginario patriarcal que divide a la mitad de la población entre buenas y malas mujeres, ese en el que el cuerpo de las mujeres solo se puede mostrar si es para deleite de la mirada masculina, y en el que el escote o los labios de dirigentes políticas inspiran titulares.