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Entrevista
Fotógrafo

Ramón Masats: “Cuando hacía alguna foto buena, lo notaba en el corazón”

Ramón Masats. Foto: Inglima Fifi.

Alejandro Luque

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La reunión es en su piso madrileño, y al segundo intento: en el primero, Ramón Masats (Caldas de Montbui, 1931) se excusó alegando que sus problemas respiratorios le habían dado una mala noche y lo habían indispuesto para la entrevista. Esta vez también pidió disculpas entre toses y se mostró igualmente cansado. 89 años y muchos kilómetros a sus espaldas no han pasado en balde por este hombre sencillo, de pocas palabras, pero extremadamente amable, cuya formidable producción fotográfica es ahora objeto de una gran retrospectiva en la Tabacalera de Madrid. Rodeado de libros y obras de arte de algunos ilustres amigos, y asistido por su mujer, Paloma, Masats pide un cigarrillo a todas luces contraindicado y se aviene a hacer memoria con el periodista.

¿Recuerda cómo era el acto de mirar antes de que todos tuviéramos cámaras en el bolsillo?

Mi mirada era normal. Al comprarme una cámara fotográfica sí cambió todo: empecé a buscar la ironía, y otras cosas. Y cambió la forma de mirar, de sentir. Por ejemplo, iba por la calle con la cámara, y buscaba cosas que pudieran interesarme. Cuando dejé de hacer fotografías, mi mirada volvió a cambiar. Volví a ser, digamos, normal. ¡Espero!

Su última foto, ¿la recuerda?

[Lo piensa morosamente] No… Lo único que recuerdo es que me di cuenta de que se había acabado. Pero la última foto, no, no lo he pensado nunca…

¿Qué tenían los fotógrafos catalanes de su generación? Muchos de ellos fueron grandes profesionales con una enorme personalidad.

Pues no lo sé, debía de ser la Agrupación Fotográfica de Cataluña, que aglutinó a mucha gente joven y nos hacía reunirnos a menudo, y fuimos aprendiendo entre todos mirar de una forma distinta. Y los viejos de la Real Sociedad iban por su parte, y nosotros por otro lado, y poco a poco intentábamos cambiarlo. Coincidimos con una serie de revistas que nos unían, discutíamos, charlábamos… Luego, aquí, en Madrid, me encontré también con una generación joven que seguía esa búsqueda. Y la revista Afal fue la que acabó de aglutinarnos a todos, a los catalanes, los madrileños, los andaluces…

Llama la atención que hubiera tan pocas mujeres, con excepciones como Colita. ¿Sabemos a qué se debía?

Había menos mujeres artistas, había menos mujeres en todos los ámbitos profesionales. Estaban apartadas de nosotros. No interesaba hablar con ellas, había mucho machismo. Colita es Colita, siempre fue muy echada para adelante. Entró en la fotografía como secretaria de [Oriol] Maspons, empezó a conocer a fotógrafos que pensábamos distinto a la mayoría, y con ese carácter que tiene dijo: 'me voy a dedicar a esto'. 

También de aquella época es Juana Biarnés…

Juana Biarnés era también de Tarrasa, no me acuerdo bien cómo nos conocimos. Pero íbamos con un motocarro los domingos a hacer fotos, lo pasábamos muy bien.

Hubo un tiempo en que a la gente le llamaba la atención el hecho extraordinario de ver una cámara. ¿Cómo se comportaban ante la lente?

Un señor con una cámara era un objeto extraño. Era una cosa un poco rara. Se quedaban inmóviles, o bien hacían caras… Pero no podían ser indiferentes.

¿Ha cambiado algo más el trabajo de fotógrafo?

Era igual que ahora, coges el coche, te vas a tal sitio, das una vuelta a ver qué encuentras… Yo siempre he sido muy aficionado a Andalucía, me parece una maravilla...

Tradicionalmente nos hemos llevado muy bien andaluces y catalanes, aunque ahora las banderas estén separando un poco a la gente, ¿no cree? 

La madre que las parió… Con algunos parientes de Cataluña casi no nos hablamos. No porque hayamos reñido, pero en cuanto vamos allí, a Paloma, por ser madrileña, alguna pullita le cae.

Debo preguntarle por sus fotos de Franco, con rostro o sin él. ¿Recuerda cómo fueron aquellos trabajos?

Los retratos fueron un encargo que me hicieron. Me sorprendió muchísimo, pero no pude decir que no. Vino porque unos arquitectos de Huelva me pidieron que hiciera un reportaje de la provincia para decorar el sitio de la caja de ahorros onubense, o algo así.

Hice el trabajo, les gustó, y me dijeron: por cierto, nuestro director de la sucursal es amigo de Franco, y me dice si podrías hacerle fotos. Pues sí, si es un encargo como otro cualquiera. No hablamos más de ello, y a las tres semanas o así me llaman de El Pardo. “¿Es Ramón Masats? Pues véngase el jueves próximo a El Pardo para hacerle unas fotos a Su Excelencia”. ¿Cómo le dices que no?

No hay manera, claro.

Aparecí con un 600 en el palacio, hice algunas fotos, y al final le quise hacer unos primeros planos al lado de una ventana. A mí no me gusta llevar nunca focos ni flashes, trabajo solo con una luz de ventana. “Excelencia, siéntese aquí, míreme…” Todo normal. Él ya era aficionado a la fotografía, entonces yo ya iba con el fotómetro, un aparato para medir la luz que ya no existe…

Le tomo la luz, pongo el diafragma pertinente, le hago una foto, dos, le meto otra vez el fotómetro, y a la tercera vez me dice: “¿Y por qué me mide tanto con eso?”. “Pues mire, Excelencia, en un día nublado como hace hoy, si las nubes tapan el sol o lo despejan, cambia todo”, le expliqué. “Pues usted concéntrese en la cámara, que yo le voy indicando: va a hacer sol, va a hacer sombra…” Y así fue.

Por lo demás, ¿fue un modelo dócil?

Sí, ningún problema. Estuvo relajado y bien.

Supongo que uno tiene sus ideas políticas, pero no pueden interferir en el trabajo, ¿no?

Pues no, ni puedes rechazarlo. En fin.

Hay un retrato genial con el micrófono delante, del que apenas se le ve la gorra de plato. ¿Fue en la Plaza de Oriente o…?

No sé si fue en Salamanca, o por ahí… Pero el momento de ver que el retrato funcionaba sin cara, ese sí lo recuerdo perfectamente. Representaba al Gran Dictador, que puede ser cualquiera.

¿Percibía algún cosquilleo cuando decía para sí “la tengo”?

Chico, cuando yo hacía una foto buena, lo notaba en el corazón. A veces, cuando lo revelabas, no salía lo que habías pensado, pero pocas veces.

Y otras era al revés, ¿no? ¿No se ha llevado sorpresas?

¡No! Es curioso. Encontrarme una foto que no hubiese tirado intencionadamente, eso no ocurría.

¿Ha pensado alguna vez si en sus fotos había una intención desacralizadora?

Creo que, intuitivamente, sí. No sé si desacralizar era mucho pedir, pero podías dar tu opinión a través de la fotografía. Era una forma de ser irreverente, aunque mi forma de ser nunca casó con el gamberrismo. Sabía que tocaba cosas sensibles, pero no tuve grandes problemas.

Boxeo, toros… Ha retratado mundos que eran muy populares y han ido siendo marginados, ¿no cree?

Con los toros reflexionas y sí, hay una parte de crueldad, pobre animal… Pero al principio me gustaban. La mirada ahí ha cambiado mucho, antes no se preguntaba nadie esas cosas. El boxeo sigue gustándome. Si lo ponen por televisión, lo veo. No es como en aquellos tiempos en que, antes incluso de empezar con la fotografía, me iba a ver combates. Me parece más puro el boxeo que el toreo, aunque éste sea más artístico. El boxeo es un hombre contra un hombre, en cambio lo otro es el hombre contra un animal que lo único que sabe es embestir.

¿Y cómo era la relación de los fotógrafos con los escritores? Usted tuvo muchos amigos en ese gremio.

Bastantes. Siempre tuve muy buena conexión con ellos. Yo ya conocía la obra de más o menos todos ellos, y ellos conocían mis fotografías. Por mi parte había mucho respeto, por la suya creo que también, y eso se muestra en lo que escribían y fotografiaba. Lo que pasa es que siempre he sido una persona muy solitaria, y fuera de encuentros casuales, no me dedicaba mucho a alternar con ellos.

¿Qué autores le gustaban?

Pla me gustaba mucho. Lo tengo entero, en el piso de arriba. Delibes también…

¿Era la misma comunión la que tenía con los artistas plásticos? Ahora ya no hay tanta conexión entre gremios.

Sí, se ha perdido, pero en nuestra época era bastante corriente la amistad de pintores y fotógrafos. Normalmente se iniciaba cuando tenías que hacer un trabajo para alguna revista, “vamos a hacer una cosa sobre este pintor”. Ibas, lo conocías, y ya se establecía esa facilidad. Seguramente con [Antonio] Saura fue con quien más amistad hice.

¿Puede contarme la historia del retrato que le hizo, vestido con sotana?

No hay historia… un día fui a su casa a por algo, y me dijo: “mira, te he hecho esto”. Y yo contentísimo. No hay más.

Aquella imagen del partido de fútbol del seminario, ¿puede recordar cómo fue?

Fue un encargo que me hicieron del seminario de Madrid. Pregunté qué hacían normalmente los seminaristas, me tocó un partido de fútbol, y así me tocó la foto. No tiene más misterio.

¿Y la señora que pinta alrededor de la casa?

Aún no he conseguido saber exactamente qué hacía esa mujer. Incluso una vez tuvimos una comida con pintores y escritores, un grupo reducido de seis o siete personas, y nadie supo decir qué hacía esa señora. La opinión que prevalecía era que aislaba de moscas o mosquitos las bodegas, ya que todas las casas tenían debajo una.  

¿Qué le gusta de la fotografía de hoy? ¿Sigue lo que hacen otros?

No conozco la fotografía española de ahora. Ni la extranjera tampoco. Dije se acabó, y se acabó. Ni siquiera miro catálogos. Nada.

Para un fotógrafo, ver a tanta gente ahora que ya ni miran a su alrededor, locos con los autorretratos obsesivos.

Si a la gente le divierte… También puede servir para eso la cámara. Me parece raro que ante un monumento les interese más una foto suya que buscarle la luz, el encuadre… Pero bueno, si les gusta así, no hacen daño a nadie.

¿Recuerda haberse hecho algún autorretrato alguna vez?

No.

¿Algún consejo para alguien que siga cultivando la fotografía?

Que no se duerma. No tengo mucho más que decir, lo que tenga que hacer le saldrá de dentro, con pasión. Yo ya no tengo pasión por conocer, ando ya por otros derroteros.

La fotografía se lo perdonará, ya le dio usted mucho.

Espero, espero. Pero vamos, me da igual. Ya he trabajado, mucho, con mucha ilusión. Me gustaba mucho. Pero ahora ya, cuando uno es viejo… Ya me toca descansar, que me he pegado unos palizones de la leche.

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