La primera regla para informar del Diario Vivo es que no se habla del Diario Vivo. O que al menos no se destripa la historia. “El espectáculo efímero” que se representa y muere en una única función no se puede grabar, tampoco está en YouTube y vive del boca a boca. A partir de aquí si los lectores y socios (preferiblemente ambas cosas) echan de menos detalles en este texto, toca recordar la regla número uno.
En su primera década, elDiario.es había hecho casi todo: destapado exclusivas, provocado dimisiones, cubierto guerras y pandemias y guardado en cajones grandes historias pendientes de un dato por confirmar, pero este sábado en el Teatre Principal de Valencia fue distinto: el diario se abrió en canal.
Un grupo de periodistas pero no solo, acostumbrados a contar historias de otros se presentaron ante el silencio expectante del público para hablar de las suyas. Las novedades que habían venido a contar nunca se habían hecho públicas. A su manera, eran también exclusivas sin publicar. Seguro que había habido confidencias previas a amigos muy cercanos o que alguna de ellas vio la luz en comidas familiares, pero no eran conocidas, ni siquiera para el grueso de la redacción. Desde este sábado, una audiencia cómplice se compromete a guardar el secreto.
Sin más atrezo que un juego de luces, una pantalla y el punteo de la guitarra del argentino Raúl Kiokio, como acompañante que iba y venía, tomaron la palabra diez trabajadores de elDiario.es durante una noche veraniega y valenciana que ya cayó en otoño. Fueron Juanlu Sánchez, Ana Requena, Ander Oliden, Esther Alonso, Natalia Chientaroli, Raúl Rejón, Álvaro Medina, Raquel Ejerique, Toño Fraguas e Ignacio Escolar. Rostros muy conocidos y habituales de la tele o las radios junto a otros que no. Subieron ellos pero hicieron ver que podría ser cualquiera de los otros 200, visto cómo ha crecido elDiario.es en este tiempo. La clave era mantener el bisturí con valentía y disimular el temblor de las primeras veces ante un público que se había sentado a ciegas en la platea. Sobre las tablas, desfilaron diez relatos no estrictamente periodísticos por una vez: gente contando historias que le pasan a otra gente, sí, pero ahora de la misma oficina.
Sobraba material, todo el que proporciona una década de un diario digital que nunca se para -ni noches ni fines de semana, tampoco el viernes santo o la navidad sagrados para los periódicos de papel.
En la hora y media larga que dura la función están el nacimiento allá por 2012, la primera noticia publicada —El Congreso se salta la ley desde 1982 para ocultar sus cuentas— y el brindis con cava barato y donetes blancos para celebrar la campanita de los socios que iban entrando. La gamberrada de la bandera republicana en la ventana al paso de la caravana de Felipe VI por la Gran Vía, camino de la coronación en 2014.
Están, cómo no, ejes de la línea editorial todo este tiempo, el feminismo y los micromachismos, pero esta vez vistos de puertas adentro. La víspera de aquel 8M de 2018, “el único día que elDiario.es se quedó en silencio”, cuando se hizo ver a los hombres de elDiario.es que el paternalismo y la condescendencia que denunciaban los titulares de su periódico se habían infiltrado también en una redacción progre.
Emerge, por supuesto, en la obra el año y medio de pandemia cuando todo se tambaleaba fuera y las sacudidas amenazaban con llevarse por delante una redacción que tenía todos los sueños por cumplir. Periodistas que tenían que esconder noticias a periodistas de la competencia que vivían (y por primera vez trabajaban) en sus mismas casas... El desplome de la publicidad, que aportaba el 70% de los ingresos, y, justo detrás, el fantasma del ERE y los despidos. En medio de semejante tsunami, el reto de hacer un periódico desde casa, entre niños, lavadoras, telecoles y varios positivos por COVID.
Como hilo argumental, impregna el espectáculo ese optimismo casi enfermizo de los fundadores que habían decidido sacar un periódico en lo más duro de la crisis, durante la era del austericidio y la espiral de cierres y despidos. Pero sobre todo, la razón de ser del proyecto: los socios se imponen como solución cuando venían peor dadas por el coronavirus: de 36.000 a 56.000 en ocho semanas tras la llamada de auxilio a un país encerrado que contenía la respiración. El 94% de la comunidad que ya pagaba por lo que podía leer gratis decidió también voluntariamente aumentar sus aportaciones para salvar su periódico. “Por favor, subidme la cuota”, podía leerse en algunos correos electrónicos. Y la moraleja compartida de los días más agónicos: “Nuestros socios son una pasada”.
La tragicomedia sin actores profesionales que es siempre la vida en un periódico encuentra espacio para esas dudas que ningún medio presenta a sus lectores. Y para los temblores, que se disimulan en las noticias publicadas pero siempre están, cuando el aparato institucional y mediático de una presidenta regional en apuros se pone a trabajar a toda máquina para machacar a una periodista incómoda. “Querella criminal”, acentuando el adjetivo “criminal” atronó la amenaza presidencial ante las cámaras de todo el país.
Las intimidades de un periódico visto por dentro en un teatro llegan a poner en cuestión algunos dogmas del oficio: el primero, no hablar de nosotros mismos. En Diario Vivo, como en las redacciones, como en la vida, hay lágrimas de las buenas y de las otras, éxitos que mueren tan pronto como se aprieta el botón de publicar y noches en vela.
Reproduce la desgracia familiar que atraviesa a la persona y al periodista, que decide apretar los dientes y escribir, por si lo suyo le puede servir a otros. Y tanto que sirvió...
En algunos pasajes hasta puede entenderse que la función quiebra el sacrosanto código de la redacciones. Lo que pasa dentro esta vez no se queda dentro y los periodistas comparten con un público aliado momentos poco confesables y hasta esos debates menos trascendentes. En diez años da tiempo además a mirarse en espejos de feria que devuelven imperfecciones para identificarlas y reírse de ellas. El resumen de la década incluye desahogos y autoparodia con esas bravuconadas que se dicen cuando se piensa que nadie está mirando: “Yo si no entiendo una palabra, la pongo en el titular”. “No quiero tanto que sea cierto, como tener razón, en esta fase de la vida estamos”.
Que haya sido posible franquear el paso a un territorio tan poco propicio como una redacción para airear desvelos, intereses y frustraciones, tiene detrás meses de trabajo de Diario Vivo. Se encargaron de abrir la lata un grupo de mediadores —François Musseau en la dirección, junto a Vannesa Rousselot y Marta Núñez Gallego— que lleva ya un lustro exhibiendo la trastienda del periodismo en los escenarios.
Información de servicio para quien a pesar de la regla número 1 del Diario Vivo, todavía tenga curiosidad: por una vez, este espectáculo efímero que no se graba ni se fotografía dará una segunda oportunidad: el 15 de noviembre en el Teatro Fígaro de Madrid. Puedes comprar ya tu entrada aquí. Todos los socios y socias recibirán un código de 40% de descuento por correo. Si tienes dudas escríbenos a socios@eldiario.es.
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