La risa amarga de Forges sobre la España de los currelas

Elena Cabrera

5 de diciembre de 2021 21:27 h

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Dice Maripuri: “Anuncian por la tele una muñeca que da a luz, no le renuevan el contrato laboral y se queda sin trabajo”. Maripili le contesta: “Ya no saben qué inventar”. La amiga, toda sabia, le replica: “Mucho me temo que en este caso los jugueteros no se han inventado nada”. El chiste no se ha quedado viejo y la risa que produce se mezcla con una gota de sudor frío. Forges dibujó esa viñeta en el siglo XX pero estos son los datos que muestran que tener hijos precariza el trabajo de las mujeres, a día de hoy.

A la izquierda vemos a un tipo haciéndose el harakiri. A la derecha, otros dos hombres le observan. Uno exclama “cielos, ¿qué hace?”. “Nada. Es un banquero que como en el ejercicio ha obtenido unos beneficios de solo 109.000 millones tiene que dar un toque catastrofista”, le explica el otro. De aquella, Forges contaba en pesetas. Aquí va una noticia del 29 de octubre: la gran banca gana 16.000 millones, un 52% más antes que la pandemia.

Dos paisanos —dos Blasillos— caminan hacia la izquierda (como siempre en las viñetas de Antonio Fraguas). Uno lee el periódico: “El índice de desempleo alcanza la cifra de 3.047.000 parados”. El otro le contesta: “Y el índice de audiencia en la telebasura llega a veces a los cinco millones de espectadores”. “Malditas cifras”, dice el primero. “Malditas”, le replica el otro. La gran noticia de esta semana es una cifra récord en el empleo de noviembre: solo 3.182.687 personas desempleadas.

Leerse de una sentada las decenas de viñetas que componen En el curro con Forges (Espasa, 2021) es echar mucho de menos a su creador, fallecido en 2018 a los 76 años, profesional técnico de la televisión convertido en humorista gráfico, ya que podría haber seguido sacando punta sin fin al mundo del trabajo, cuyas condiciones de precariedad, meritocracia e incluso surrealismo siguen por todo lo alto.

Señalan sus familiares en el prólogo que abre este volumen algo que es pura antropología de la arquitectónica del currismo español: sus viñetas recortadas del periódico, ya amarilleando, eran (y siguen siendo) los pilares “morales” de cubículos de oficina, laterales de archivadores de todo tipo de funcionarios de cara al público, paredes de talleres, columnas de redacciones de medios de comunicación, corchos de habitaciones, tablones sindicales de empresas de todo pelaje, puertas de nevera de los office del hospital, fondos de barra de bar e interiores de comercios, fuera de la vista del cliente pero tampoco demasiado. Dice la familia que este libro es heredero de aquellos “retablos”, aunque “un poco más currao”.

Aunque su primera viñeta la publicó el diario Pueblo en mayo de 1964, no entran en esta antología sus publicaciones hasta que empieza a colaborar con el diario Informaciones en 1967. Allí sigue hasta 1979, donde se labra su fama durante la Transición. En el 73, cuando ve que la va bien, abandona su trabajo en Televisión Española y se dedica al humor gráfico. Como cualquier currela freelance, asoma a otras publicaciones como Diez Minutos, o las especializadas Hermano Lobo y El Jueves. Pasa por otros periódicos, como Diario 16 y El Mundo, pero en 1995 comienza a publicar un chiste diario en El País, hasta su muerte.

Esta escena sucede en el concesionario de coches. El cliente se queda un poco estupefacto cuando el vendedor le presenta un flamante nuevo modelo: “Y este, además de ABS y air-bag, tiene un expediente de regulación de empleo de 4.200 trabajadores en la fábrica”. Durante la pandemia, las personas en ERTE figuraban en los datos del INE como ocupadas. Este habría sido un buen material para Forges.

Un señor en shock lee este titular en el periódico y añade “Virgen santa”: “El Estado garantiza el cobro de las pensiones”. Es un chiste anterior a 1999 pero aquí va un titular de eldiario.es de hace pocas horas: El Congreso aprueba la reforma que garantiza la revalorización de las pensiones según el IPC. Virgen santa.

En el despacho de un señor con corbata, este informa a un chaval joven al otro lado de la mesa: “Le vamos a firmar un contrato de cinco minutos y luego ya veremos”. Este es un chiste publicado en este siglo pero absolutamente atemporal. España es la campeona de Europa en trabajo temporal, contaba Laura Olías con la percha del primero de mayo de este año, “¿Y si en España lo normal fuera tener un trabajo fijo?”, se atrevía a preguntarse la redactora especializada en laboral de este diario. “Va a ser muy complicado”, le contestaba un economista, al que no es difícil imaginar como uno de esos tipos con retranca que protagonizaban estas encrucijadas forgianas.

A Antonio Fraguas también le gustaba la radio. Se le escuchó en Protagonistas de Luis del Olmo, en La ventana con Javier Sardá y Gemma Nierga y en No es un día cualquiera, de Radio Nacional de España con Pepa Fernández. Dirigió dos películas (País S. A., 1975, y El bengador gusticiero y su pastelera madre, 1977) y cuatro series de humor en televisión (El MuliÅ„andupelicascarabajo (1968), Nosotros (1969) y 24 horas aquí (1976), en TVE, y Deformesemanal (1991), en Telemadrid). Y, por supuesto, publicó muchos libros, no solo de sus viñetas, sino también novela, como Doce de Babilonia (1992). Es decir, que no paró de currar ni un solo día. De hecho, como resalta su familia, mereció la Medalla al Mérito en el Trabajo, que le entregó el exministro de Trabajo Jesús Caldera en 2008. Y, hablando de ministros, esto es un parque infantil, con su balancín, su castillo y sus columpios. En el centro, un tobogán. Al pie de él, un par de maletines abandonados. Deslizándose alegremente, dos señores con sombrero, gafas y bigote. Uno le pregunta al otro: “¿Usted también se ha escapado del ministerio?”. “Afirmativo”, le responde, a punto de caer al arenero.

“La historia es ir hacia delante para volver atrás”, le decía Antonio Fraguas a Enric González en una entrevista en JotDown, “es un poco como La Yenka: izquierda, izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un, dos, tres”, añadía, rematando con el golpe de humor una cosa muy seria y muy cierta. Por eso su visión encajó también en la prensa diaria, compartiendo tinta con las noticias, sonsacando lo que piensa el lector unos segundos antes de que efectivamente lo haga, con sorna y estupor. Como él ya no está y, en verdad, los periódicos en papel también están dejando de estar y ya no hay nada que recortar y pegar con celo por ahí, En el curro con Forges se complementa con unas páginas que no son de papel de couché y que son “recortéibols”, para ponérselas al jefe en algún lugar visible camino del baño de la oficina.