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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La rotonda de Blasillo

Hay en Huesca una rotonda… Bueno, como puede usted imaginar en Huesca hay, como en la mayoría de ciudades de España que se precien, decenas de rotondas. Quizá en Huesca haya algo más que unas decenas, para qué engañarnos. Pero la que yo digo es especial. Es redonda, está cubierta de césped más o menos verde y está rodeada de coches. Hasta ahí todo normal. Lo que la hace especial es que en su mismo centro se levanta una placa enorme con un Blasillo cariacontecido, ojos cerrados y bufanda al viento, que parece negarse a leer la frase que le acompaña: un sencillo, humilde y sincero “Huesca a Forges”.

El humorista bautizó entonces a Huesca como “Rotondas city”. Imagino que la mañana del pasado jueves el Blasillo amaneció aún más amilanado que de costumbre, como si no tuviera fuerzas para protagonizar un solo chiste más, como si quisiese llorar a ese padre que acababa de partir.

Un día, hace ya algunos años, crucé por esa misma rotonda con Forges, y me reí con una broma que hizo no recuerdo si sobre lo endiablado del engendro para regular el tráfico o sobre la pasión de los políticos municipales por fotografiarse inaugurándolas. Íbamos en busca de aceitunas, judías y chocolate, tres de las especialidades de La Confianza, una maravillosa tienda de ultramarinos abierta desde 1871 en la Plaza Luis López Allue. Nos acompañaba Fernando García Mongay, director del Congreso de Periodismo Digital de Huesca. Forges, que poco antes me había entregado el premio “Blasillo”, me preguntó si me sentía orgulloso del galardón. Le dije que por supuesto, y con el entusiasmo me vine arriba y de alguna manera traté de devolverle la pregunta: “De toda su vida profesional ¿de qué se siente más orgulloso?”, pregunté. “¿Tú que crees?”, me contestó. “Yo le admiro profundamente porque no hay un ambulatorio, una sala de profesores de un colegio público, un sindicato o una ONG, lugares donde hay gente trabajando para los demás, que no tenga en la pared una viñeta de Forges pegada con celo o clavada con chinchetas”, acerté a decirle. Se paró en mitad de la rotonda, me cogió de los hombros, agachó la cara y me dio un beso en la cabeza mientras decía: “pues yo también estoy orgulloso de eso”.