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'Fargo' muta para ser todavía mejor
A Fargo le gusta jugar con las etiquetas. A pesar de los antecedentes, su primera temporada reinventó la etiqueta de remake de la película de los Coen con el que se presentó en sociedad, y la segunda, aunque cuenta el pasado de uno de los personajes, tampoco puede ser tomada como una precuela de la serie que se convirtió en una de las sensaciones de la cosecha de 2014.
Ahora en su vuelta, desafía la maldición o las dudas que siempre siembra la segunda temporada de un éxito, con una nueva entrega que lleva un paso más allá la filosofía de serie antología, una historia independiente cada temporada, con uno de los relatos llamados a figurar en una posición muy alta en las listas de lo mejor de 2015. Las expectativas son peligrosas pero después de ver los cuatro primeros capítulos de la segunda temporada mucho tendría que torcerse las cosas para que Fargo (a partir del 13 de octubre en Canal+ Series Xtra) no vuelva a revalidar su título de must seriéfilo.
Aunque se pueden ver de forma independiente, la conexión entre las dos entregas de #FargoES se produce en el capítulo 9 de la primera temporada cuando Lou Solverson recuerda un episodio sangriento que hizo que dejara de ser policía para apostar por una vida mucho más tranquila para él y su hija Molly, atendiendo a los clientes tras la barra de un bar.
La segunda temporada viaja hasta 1979, hasta una nueva historia real inventada en la que la complicidad con el espectador comienza con el irónico “por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas. Por respeto a los muertos se ha contado todo tal y como ocurrió”. Molly Solverson, la policía tenaz y sensata de la primera temporada, tiene nueve años y es su padre el que tendrá que enfrentarse a la tormenta perfecta, llena de casualidades encadenadas cada de vez forma más absurda, que empieza a formarse sobre Sioux Falls, una ciudad suspendida en lo más crudo del invierno que se reparten Dakota del Sur y Minnesota.
Noah Hawley, que firma otra vez todos los capítulos, juega con el universo de los hermanos Coen añadiéndole esta vez unos toques tarantianos: que van desde el lugar en el que ocurre el detonante de la historia, el humor negro que salpica las escenas sangrientas hasta las pantallas partidas de aire sesentero que conecta a la historia con el cine policial de la década de los 70.
Los ejecutores de las absurdas casualidades, la maldad y las decisiones fatales que tiñen de nuevo la blanquísima nieve de Minnesota son una familia mafiosa al borde de una guerra sucesoria, el clan mafioso llegado de otro Estado que quiere quedarse con su negocio y un matrimonio (Jesse Plemons y Kirsten Dunst) que se complica la existencia tratando de encubrir un crimen. O lo que es lo mismo, el instinto criminal como forma de vida y el que, como le pasaba a Lester Nygaard, aguarda latente hasta las circunstancias lo convierten en un tratado sobre la estupidez humana.
En medio, los hombres buenos Lou Solverson (Patrick Wilson) un policía estatal que reparte el tiempo entre el cuidado de su hija Molly y su mujer Betsy (Cristin Milioti), enferma de cáncer, y el sheriff Hank Larsson (Ted Danson), jefe y suegro de Lou. El primer crimen los mete de lleno en una espiral de violencia que, como contaba Lou en la primera temporada de Fargo, culminó en una escena tan “salvaje y perturbadora” que hizo que abandonara su profesión de policía para siempre. 30 años después, Lou se convirtió en testigo de otra crónica negrísima que empezó a escribirse cuando el asesino a sueldo Lorne Malvo se cruzó con el vendedor de seguros Lester Nygaard.
La excelencia (seriéfila) se ha quedado a pasar el invierno en Fargo.
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