“A veces, cuando estaba dando la clase, se ponía detrás de mí y me frotaba el cuello”. Hannah lo cuenta como su primera experiencia de abuso en el episodio más atípico y ambicioso de las seis temporadas de Girls.
Lena Dunham lo bautizó como American Bitch en homenaje a todas esas chicas que se culparon por callar ante el manoseo de su profesor favorito. A las que fueron demonizadas por provocar los peores instintos del hombre. Y, en definitiva, al alto porcentaje de humanidad que aún confunde el abuso con la penetración.
El tercer capítulo de esta última temporada podría haber sido una charla TEDx o un artículo de opinión, pero Dunham decidió colarnos un tabú incómodo en media hora de caja tonta. Y lo mejor es que no somos conscientes hasta que la pantalla se funde en negro con Rihanna sonando de fondo. Es ahí cuando descubrimos que Hannah es más Lena Dunham que nunca y que American Bitch no es tanto un episodio al uso como el testimonio a bocajarro de su propia guionista.
Hace poco decíamos que Girls molesta y atrae porque se regodea en los defectos de sus protagonistas; y este episodio no es una excepción. La diferencia es que aquí Dunham sale de su microcosmos de malcriadas para arriesgarse con una crisis mundial: los abusos sexuales. En un país donde una de cada cinco universitarias ha sido víctima del acoso machista, es importante derribar los clichés que rodean al acto de la violación.
La ficción, desde las series de detectives hasta las películas más explícitas, suele repetir un patrón peligroso: callejón oscuro, chica borracha y hombre pervertido. Poco a poco se han ido abordando otros escenarios más realistas pero con menos gancho argumental. El agresor ya no siempre era un marginado social ni un sintecho, sino que podía ser el compañero más brillante de la universidad o tu escritor favorito, como en American Bitch.
Consentido pero sin sentido
¿Dónde se encuentra el límite del consentimiento? ¿Es el abuso de poder tan grave como la fuerza física? El episodio aborda todas estas preguntas a través de un dúo formado por un novelista cuarentón y una joven aspirante a escritora. El primero, Chuck Palmer, ha sido acusado por unas universitarias en Tumblr de abuso sexual; y la segunda, Hannah, ha llevado el caso a una web feminista para mancillar su imagen de tótem de la literatura.
En el apartamento de él se suceden las acusaciones, anécdotas y traumas que nos acercan al escritor, el mismo que en los primeros minutos de episodio se presenta como un ser maníaco y despreciable. Sentimos compasión por un hombre solitario que paga su propio éxito con pastillas para dormir y una precoz caída del pelo. Nos tragamos que quizá haya sido víctima de una conspiración de dos chicas que solo buscaban un momento de gloria. Como Hannah, le acompañamos a la cama (con ropa) porque “solo quiere sentirse cerca de alguien” mientras le miramos con ternura como a un cordero degollado. Y, entonces, ocurre: saca su pene y lo pone sobre la pierna de la protagonista.
Lo que pasa a continuación sorprende porque nunca hemos visto una situación parecida en la televisión ni en la cultura audiovisual. Hannah se lo toca, lo acaricia y al momento salta de un brinco de la cama con espanto. Palmer no ha necesitado forcejear ni someterla para que ella le toque el pene, simplemente lo ha sacado y el resto ha surgido con pleno “consentimiento”. “Así es como alguien abusa de su carisma y de su posición de poder para poner el pene en la pierna de alguien y pensar que ha sido consentido”, dice Judd Apatow, productor de Girls, en el detrás de las cámaras de American Bitch.
Dunham quería abordar ese tipo de abuso que permanece en las sombras a través de un personaje poderoso que se aprovecha de la impresión que genera sobre una joven aprendiz.
Chuck Palmer invita a Hannah a su pisazo del Upper West Side porque dice haber visto “algo diferente” en ella. La cubre de elogios hacia su escritura y personalidad, diciendo que es más lista, aguda y brillante que las demás. Cuando Hannah baja la guardia, le confiesa sus traumas y el tiempo que hace que no ha tenido una conexión verdadera con alguien, más allá del sexo con chiquillas que le persiguen como a una estrella de rock. Esto, para un personaje ambicioso y egocéntrico como es el de Hannah, es la peor trampa de araña.
“No creo que lo tuviese planeado, simplemente es la única forma que conoce para conectar con una mujer”, dice Dunham como comentario hacia su antagonista. La finalidad era simple: demostrar el trasfondo machista de las dinámicas de poder que están aceptadas en la sociedad. Pero Chuck Palmer no es solo un personaje imaginario, es el reflejo de alguien real a quien la joven artista ha querido situar de nuevo en el ojo de la polémica.
Philip Roth, el tercer protagonista
Si hay un escritor estadounidense vivo que provoca la misma ruptura entre personalidad y obra que el protagonista de American Bitch, ese es Philip Roth. Cierta parte de la opinión pública no consigue separar la lectura de su fama de misógino, algo que Lena Dunham coloca en la misma área gris que el concepto de consentimiento. “No puedes dejar que la política influya en quién lees o sobre a quién te tiras”, dice Chuck en un momento.
Él, escritor del método, defiende la búsqueda de historias aunque sea usando lo más bajo del ser humano. Por eso dice que abusan de él todas esas chicas necesitadas de una historia sucia y de una dosis de atención. De pronto, las tornas cambian y el misógino se convierte en víctima de un aquelarre digno de Salem. Suena aquejado y convencido, por lo que Hannah llega incluso a pedir perdón por haber sucumbido a los cotilleos antes que a la honorable trayectoria de un hombre digno.
Ese es el verdadero dilema al que se enfrenta Hannah. Cuesta bajar del pedestal a alguien que tiene las estanterías llenas de premios y fotos junto a Toni Morrison. Si además ese alguien te hace sentir como la reina del baile, parecerá que se ha ganado el derecho a convertir esa admiración en un pago sexual. “Por supuesto, en la literatura de Roth parece que la adulación es el único camino para que la mujer sucumba al poder del pene”, escribía una crítica literaria de The New York Times sobre Philip Roth. “Luego, las mujeres desaparecen”.
Esta línea de la reseña toma forma al final de American Bitch. Después del episodio sexual, Hannah se convierte en un florero más para Chuck Palmer. Hay una escena fantástica que lo deja de manifiesto, y es cuando la hija de este llega a casa y les ofrece un pequeño concierto de flauta travesera. Palmer mira embelesado a su hija, como si no se acabase de sacar el miembro delante de una desconocida. Con esta imagen, Lena Dunham mata dos pájaros de un tiro: primero, el de todos aquellos que niegan ser misóginos porque quieren a sus madres, hijas y hermanas; y también la forma en la que las mujeres se vuelven invisibles para estos hombres poderosos y machistas que ya han conseguido atención sexual.
Hannah sale de la casa y nada a contracorriente de una masa homogénea de chicas que se dirige al piso de Chuck Palmer. Algo ha cambiado, ella ya no es la brillante aprendiz de escritora que puso en jaque a un pez gordo de la literatura. Se ha convertido en una más de la corriente. Él, en cambio, sigue siendo el machista y abusón del principio, pero con un nuevo palo en su libro de conquistas.