La historia dice así: el cuerpo de la joven monja Cathy Cesnik, que enseñaba en la escuela para chicas Archbishop Keough en Baltimore apareció en 3 de enero de 1970 en un basurero en Landsowne, Maryland. Llevaba desaparecida desde noviembre del año anterior. Su caso permaneció sin resolver hasta 1995, cuando una de las exalumnas del colegio denunció abusos sexuales por parte de los religiosos del centro educativo, y fue amenazada por destacados miembros de éste. Si hablaba, sufriría las consecuencias, como le había pasado a Cesnik.
Esta es la premisa de The Keepers, la serie que estrena Netflix el 19 de mayo y que parte de una idea concreta: “La historia no es el asesinato de la monja, sino su encubrimiento”, como explica el tráiler. Y pretende revelar que el centro y su cúpula religiosa encubrieron los abusos sexuales de toda una comunidad a través del silencio, costara lo que costara.
En la producción de The Keepers se ha contado con amigos, familiares, periodistas y miembros de las instituciones que quieren “descifrar la verdad” que se esconde detrás del caso.
¿Nos suena? Sí, nos suena. The Keepers y su atractiva premisa es el último de una multitud de estrenos que rondan los crímenes reales y que se han visto serializados por las grandes compañías audiovisuales.
En los últimos tiempos hemos seguido en Making a Murderer la historia de Steven Avery, que pasó 18 años en prisión por la agresión sexual e intento de homicidio de Penny Beerntsen. Fue exonerado por la justicia en 2003, pero le volvieron a detener acusado del asesinato de Teresa Halbach, una fotógrafa local.
Se ha recuperado también el juicio de Amanda Knox, la joven estadounidense acusada junto a su novio Raffaelle Sollecito de perpetrar el asesinado de Meredith Kercher en Perugia en 2007, con todos los horrendos titulares de los tabloides británicos, también presentes en el documental, producido por Netflix.
Hemos revivido el caso de O.J. Simpson en American Crime Story: the People vs. OJ Simpson, quizás el juicio más mediático de la historia, precursor de la telerrealidad y crisol de cómo se manifestaron las tensiones raciales en la costa oeste de Estados Unidos en los noventa. Sí, porque si de alguna década hablamos cuando hablamos del fenómeno del true crime, los crímenes reales llevados a la pantalla, es de los años noventa.
Tras tratar a O.J. Simpson primero, y después pasar por el huracán Katrina, la tercera temporada de American Crime Story se centrará en el caso de Andrew Cunanan y el asesinato del diseñador Gianni Versace, que promete infinidad de ramificaciones en un caso delirante, tanto en el crimen serial como en su tratamiento mediático.
El turbio desenlace del crimen de JonBenét Ramsey, la reina de la belleza infantil, ha supuesto no una, sino dos adaptaciones en el último año, una de ellas Casting JonBenet, una especie de mirada quirúrgica al propio fenómeno de las series true crime.
La serialización como enganche narrativo
Jorge Carrión, autor del libro Teleshakespeare, lo interpreta como “una expansión natural del fenómeno serie, que se caracteriza por la colonización de cualquier género o espacio narrativo, que la industria ve como un nicho de mercado. Después de los superhéroes, por ejemplo, las docuseries”.
De ahí, el auge de tanta ficción basada en hechos reales, cuando no, directamente, una adaptación del caso criminal. Precisamente por eso, “la convergencia necesaria entre dos fenómenos paralelos, nacidos ambos en 1999, Los Soprano y Big Brother, las series de calidad y la telerrealidad”, opina Carrión.
Así, el crimen no es novedad, pero sí triunfa en su formato por calidad y serialización. Justin Webster, autor de la aclamada Muerte en León, la serie documental sobre el caso de asesinato de la presidenta de la Diputación de León Isabel Carrasco, cree que la importancia es el formato, precisamente. “El true crime ha tenido enorme éxito, ya desde The Jinx, o el caso O.J. Simpson y se remonta a The Staircase, quizás el referente de todas estas”, explica.
“Pero no creo que se trate tanto de los crímenes en sí, sino de la evolución del documental narrativo para adaptarse a sus posibilidades. No olvidemos que Dickens o Balzac entregaban sus obras por capítulos, y eso contribuía al éxito. Esa serialización ha llegado finalmente al cine y al documental”, opina.
Lo que sí ha quedado claro es que es la apuesta actual de las grandes cadenas. Aún así, Webster diferencia el true crime de los trabajos más novedosos. “Si lo piensas, Making a Murderer exige diez años de compromiso; Muerte en León, al menos dos. Se trata de producciones largas y complicadas que mezclan periodismo con cine y que se alejan de la factura rápida y sensacionalista”.
Lo que importa no es la sangre
La mayoría de casos tratados inciden en el proceso judicial y en las preguntas que los casos despiertan. Al ser historias muy conocidas y tener en algunos casos entre diez y veinte años de antigüedad, es prácticamente imposible hablar de spoilers y de actualidad. Es por eso que lo que importa no es el crimen, sino el porqué. Desde Muerte en León hasta Making a murderer, el final ya se conoce. Así que lo que engancha es otra cosa.
La pregunta que responden es la misma que el origen de la narrativa de no ficción, la obra A sangre fría, de Truman Capote, en el que se conoce quiénes son los asesinos de una familia idílica de Kansas y lo que hay que descubrir es el porqué. Es muy posible que por eso, la mayoría de estas series de true crime relaten minuciosamente los juicios, que a su vez desglosan los pormenores previos a los asesinatos, intentando encontrar sus razones.
“Si lo piensas, Muerte en León es una historia que ya estaba televisada. No era interesante informativamente, pero sí narrativamente. El caso ya había sido televisado, simplemente había que intuir que, si le dabas el enfoque y la relevancia en pequeñas dosis, resultaba fascinante”, concluye Webster.
Fascinante como el caso de JonBenét Ramsey, cuyo asesinato llegará, serializado, en breve, una vez más.