La temporada de series de este año viene bastante cargada de títulos interesantes. Está por ver cómo serán el retorno a Twin Peaks, la adaptación de la novela de Neil Gaiman, American Gods, o la miniserie de la HBO protagonizada por Nicole Kidman, Big Little Lies, que aterrizarán en los próximos meses. Aunque hoy, ahora, ya hay una serie que se ha adelantado al hype.
Hace unos días, HBO España estrenaba Taboo, una serie producida por Ridley Scott y dirigida por Steven Knight que se presenta como drama histórico pero que es algo más. Es una historia de venganzas, un thriller psicológico, un melodrama con toques sobrenaturales... y también, un producto audiovisual hecho a mayor gloria de su protagonista: Tom Hardy.
Su piloto rompe esquemas para plantear un desarrollo a fuego lento que tiene todos los ingredientes para ser una de las series más interesantes del momento. Veamos.
Un tándem que funciona
Steven Knight, el creador de Taboo, empezó con el pie izquierdo en el cine británico. Venía de ganarse cierto reconocimiento como guionista -el excelentísimo libreto de Promesas del Este lleva su firma-, cuando saltó a la dirección. Hummingbird (Redemption), con el que debutó en 2013, era un thriller de venganzas deslavazado con un confuso Jason Statham. Un filme en el que se podía apreciar una remota voluntad de sorprender que nunca llegaba a cristalizar.
Por suerte, luego tomó el camino de las series. Fichó por BBC Two y creó una de las apuestas más conseguidas en el terreno gángster del audiovisual moderno: Peaky Blinders. Una ficción protagonizada por Cillian Murphy sobre una familia que pretende hacerse con el poder de un Birmingham industrial arrasado por la I Guerra Mundial.
Casualidades del destino, justo antes Knight había dado con un actor en pleno auge de su carrera: Tom Hardy, un intérprete que desde que protagonizase el biopic Bronson, dirigido Nicolas Winding Refn, había encadenado una actuación destacable detrás de otra. El realizador tuvo a bien confiarle uno de los papeles más interesantes de la serie y pronto la ficción ganó enteros.
¿Por qué? Porque antes de Peaky Blinders, Kinght y Hardy habían abordado con éxito un complicado proyecto que sería su segundo largometraje: Locke. Una película que se desarrolla enteramente en el interior de un coche y cuyo único actor en pantalla es Tom Hardy. Un excelente drama sobre el progresivo desmoronamiento de los pilares de la vida en la sociedad occidental -trabajo, dinero, familia-, que sigue siendo la mejor actuación del actor inglés hasta la fecha. El tándem Knight-Hardy es el factor fundamental sobre el que se sustenta Taboo.
Sucio pero elegante
Taboo se desarolla en 1814, años antes del extenso reinado de Victoria I que pondría adjetivo al Reino Unido de su época. Un escenario de enorme potencial visual caracterizado por la suciedad grasienta de la revolución industrial enfrentada a la inmaculada belleza de la burguesía británica.
Un contraste que Steven Knight conoce y maneja bien: la puesta en escena de su serie es de un acabado irresistible. Su retrato de un Londres en el que la inmundicia y la fealdad son norma va como anillo al dedo para una historia de suciedades, morales y vitales.
Como telón de fondo, los daños colaterales de una guerra entre Estados Unidos y Reino Unido sangran a una decadente clase alta. La conocida como guerra anglo-americana enfrentó a los dos imperios por territorios canadienses -que también eran la puerta al comercio chino- y terminó en 1815. Pero durante cuatro años estuvo a punto de causar la ruina de un país que aún no había puesto fin a su contienda con la Francia napoleónica.
Entre tanto barullo, James Keziah Delaney, el personaje de Hardy, surge de entre los muertos para heredar unas tierras que pueden ser clave para la victoria de la corona. Sin comerlo ni beberlo, pronto se convertirá en un enemigo a los ojos del Estado, en un ladrón a los de su familia y en un proscrito a los de todos los demás.
De entre los muertos
“El crimen no requiere de un fantasma salido de una tumba. En Nueva York tenemos crímenes sin duendes ni demonios”, decía Ichabod Crane en Sleepy Hollow. Él era la voz de la ciencia en una época en la que un asesino fuese un fantasma sin cabeza parecía de lo más lógico. Pero como bien nos demostraron el relato de Washington Irving y la película de Tim Burton, si hay un fantasma todo es mejor.
Taboo nos presenta a su protagonista como un resucitado, alguien a quien todo el mundo dio por muerto pero que ha vuelto para molestar. El Reino Unido de entonces era un país en que los resurreccionistas robaban cadáveres para vendérselos al mejor postor: desde anatomistas que serían los padres de la cirugía moderna hasta brujos y hechiceros. Que alguien saliese de la tumba era algo habitual.
Pero si además ese alguien había sido enterrado en África, como el protagonista de esta historia, la cosa se complicaba. Los ecos de la esclavitud y un racismo sistemático convierten a James en un paria. Un negro. Y él asume serlo mientras prepara su venganza, como Boris Vian en Escupiré sobre vuestra tumba. Una revancha que aún no ha empezado a hervir pero que ya huele a fría y calculada. Veremos el sendero que sigue Taboo, que de momento ha plantado -sin pretenderlo- la semilla de algo que se puede convertir en una de las ficciones más interesantes del momento. O todo lo contrario. El tiempo y Tom Hardy lo dirán.