Sonia Almarcha —conocida por papeles cinematográficos como La Soledad, El reino o El buen patrón— es Kurt Köpler, un talentoso actor al que el ministro fascista que acaba de llegar al poder le ofrece dirigir el Teatro Nacional. Köpler aceptará el puesto, su ambición es máxima y cree que podrá mantener en el teatro un espacio de libertad y resistencia. Todavía los fascistas no han mostrado su rostro más feroz. Este es el punto de partida de Mefisto for ever, la obra con la que el autor belga Tom Lanoye triunfó en el Festival de Aviñón en 2006, una versión libre de Mefisto, la novela que publicó Klaus Mann, hijo de Thomas Mann, en la Alemania de 1936.
Almarcha, bajo la dirección de Álvaro Lavín, ira sumergiéndose en este personaje poliédrico, talentoso al igual que ambicioso, que irá degenerando a marchas forzadas al mismo ritmo que el sistema político que le rodea. Resistencia, colaboracionismo, intervencionismo, guerra cultural, las preguntas que levanta la pieza resuenan hoy muy cercanas. La obra, que acaba de estrenarse en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid, ha tomado una actualidad inusitada en una Europa en la que países como Italia, Polonia, Suecia, Hungría, Eslovenia, Finlandia o Países Bajos han visto sus Gobiernos intervenidos o directamente presididos por partidos de ultraderecha. Una obra que además llega a la cartelera española en un complejo año electoral. De este momento político, de la fuerza del texto, de la gran interpretación de Almarcha y de la poderosa propuesta estética del montaje conversa elDiario.es con su director, Álvaro Lavín, corredor de fondo del teatro que celebra 30 años de una de las compañías fundamentales del teatro español contemporáneo, Meridional.
“La razón máxima por la que llevo a la escena esta obra es una pregunta: ¿Qué hubiera hecho yo si estuviera en la situación de Kurt? ¿Optaría por seguir llevando a escena grandes textos para intentar cambiar una sociedad que ve sus derechos aplastados por una tiranía? ¿Qué haría yo hoy si la ultraderecha llega al poder y pone un ministro de Cultura que tiene que elegir un director de un teatro nacional?”, reflexiona Álvaro Lavín, que desde que leyó el texto traducido por Julio Grande ha estado obsesionado por levantar esta obra. “Además, en Mefisto estamos ante un personaje con una gran pasión: estar en escena. Me parecía muy interesante que si miras a Kurt desde un lado es un claro colaboracionista, pero si lo miras desde otro sí hay una lucha comprometida”, argumenta Lavín.
Para crear el personaje de Kurt Köpler, el autor se basó en el director flamenco Joris Diels, director del Teatro de Amberes durante la Segunda Guerra Mundial que, tras ser condenado por colaborar con los nazis, fue absuelto cuando aparecieron testimonios de personas a la que había salvado de una muerte segura. El primer montaje de esta obra en 2006, dirigido por el flamenco Guy Cassiers, se estrenó precisamente en ese mismo teatro.
El nazismo que no se veía venir
“En la obra los espectadores somos ventajistas, sabemos cómo acabó el nazismo, pero me interesa ese primer momento, esas primeras leyes que van recortando derechos, donde nadie quiere imaginar, ni puede, al extremo que se va a llegar. Por eso, para este montaje hemos montado una estética sucia, gris, como si todo surgiera de un recuerdo y no la situase temporalmente”, explica Lavín sobre esta obra en que el vestuario y el maquillaje (a cargo de Anna Tussell y Arantxa Ezquerro) llaman sobremanera la atención. Los actores llevan un maquillaje blanco y agrietado; sus rostros parecen, por un lado, espectros. Por otro, se acentúa la característica del actor que no sabe salir de su personaje, que cuando vuelve a la vida, de algún modo, sigue representando.
La apuesta de Meridional es también ambiciosa para una compañía independiente. La obra cuenta con ocho actores en escena. “Se trataba de apostar por Meridional, creemos que este tipo de montajes también tienen que ser abordados por compañías independientes y no solo por los centros nacionales”, explica Lavin. Así, en el montaje podemos ver actores bregados y bien conocidos como Elisabet Gelabert o Iván Villanueva y actores jóvenes como Paula García Lara o Cristina Varona. Un reparto donde destacan una divertida, pero con mucho recoveco, madre de Kurt (Esperanza Elipe), un ministro de Cultura abyecto (Darío Frías) y un joven fascista que acabará inmolado por los suyos, que trae recuerdos a Falange Española (Nacho Redondo).
La actriz que interpreta al hombre protagonista
Pero sobre todos ellos sobresale la interpretación de Sonia Almarcha. La actriz decide acertadamente encarnar a Kurt sin masculinizarlo, dejando que se apodere de su cuerpo este ser tan imbuido de codicia y teatro. Durante la obra vamos asistiendo a los ensayos de los montajes que van haciendo desde el teatro nacional: Hamlet o Ricardo III de Shakespeare, El jardín de los cerezos de Chéjov… Las autoridades irán recortando el repertorio, prohibiendo todo menos los autores patrios como Schiller o Goethe. En escena Kurt ensaya, interpreta los grandes textos con un toque expresionista y hoy desfasado que, insospechadamente, funciona al escaparse de un naturalismo que posiblemente quedaría falso.
Pero cuando Kurt deja de ensayar y habla a sus compañeros el registro no cambia, Kurt confunde vida y escenario. Este pequeño giro actoral, Almarcha lo modula a la perfección haciéndolo evolucionar hasta un final donde se va viendo la descomposición del personaje. La escena final donde Kurt interpreta a uno de los malvados del teatro por antonomasia, Ricardo III, es de antología. Kurt, al principio, imita al ministro de propaganda del partido (un alter ego del nazi Hermann Göring) haciendo mofa así de sus amos, pero Almarcha va haciendo ver lo que Kurt también tiene del Ricardo de Shakespeare, cómo el personaje se come al actor. Una escena donde Kurt comenzará a decir frases de Hamlet, del Tío Vania de Chéjov, del Mefistófeles de Goethe, indistintamente y de manera frenética… Asistimos a la desaparición del propio Kurt que se disuelve, desaparece ante los ojos del espectador.
“Sonia tiene un talento descomunal y, además, está en un momento muy consciente de sus capacidades”, explica Lavín sobre esta actriz que comenzó su andadura en el teatro clásico con el director Adrián Daumas y en los últimos años, aparte de su explosión como actriz de cine, sigue muy vinculada a la compañía vasca de Adolfo Fernández, K Producciones, con la que estrenó hace dos años Siveria. “Es increíble el nivel de escucha que tiene, sabe perfectamente cuándo aportar algo. Y cuando empieza a entender contigo el lenguaje que quieres contar es maravilloso. Tiene una disposición tremenda, no conoce límites, no hay horas… En cierto modo, Sonia tiene algo del personaje de Kurt y, personalmente, me he sentido un privilegiado de poder asistir a esa transformación”, explica Lavín sobre esta actuación memorable.
30 años sobre las tablas
Meridional es una de las compañías más veteranas de la escena española. Montajes como QFWFQ. Una historia del universo (1999), sobre textos de Italo Calvino, Miguel Hernández (2001) o Calisto (2011), han hecho que el gran público les reconozca y los quiera. Sus señas de identidad son el juego actoral, el compromiso político y el cuidado del texto, que tiene en su dramaturgo Julio Salvatierra a uno de los referentes de la escritura dramática española. Meridional es una compañía que ha recorrido España de arriba a abajo, que conoce la red de teatros nacionales como nadie y que entre sus filas se encuentran actores de una versatilidad enorme como el propio Álvaro Lavín, Marina Seresesky, Chani Martín o el recientemente desaparecido gran cómico Óscar Sánchez Zafra. Con este montaje cumplen treinta años. Su última obra, Turistas, con Chani Martín y Pepa Zaragoza, sigue de gira. Una comedia agria sobre cómo los españoles disfrutan bajo sus sombrillas en las mismas playas a las que van llegando cadáveres de inmigrantes que no han conseguido “cruzar”.
Al preguntarle a Lavín, conocedor de los entresijos de la exhibición del teatro, por cómo ve la distribución de un montaje con la carga política de Mefisto for ever, afirma: “El teatro siempre sale perdiendo. Sé que habrá muchos ayuntamientos que, por su sesgo político, no quieran ni venir a ver la obra, más aquellos donde la ultraderecha ya ha entrado y lo ha hecho como Atila. Pero esto es más largo. Primero fue una crisis tremenda y luego una pandemia. La red nacional está muy mermada en presupuestos y en personal, directores de teatro que no tienen ni dinero para desplazarse a ver las obras. Pero sigo pensando que esto depende de la valentía y la decisión de las personas al frente de las programaciones culturales. Conozco a muchos de ellos que siguen sacando fuerzas de flaqueza”, explica Lavín sobre la delicada situación de las compañías de teatro para girar en los últimos años.
Política cultural al servicio del partido
“Muchos partidos están utilizando la cultura como un arma. Es un momento muy complicado. Los productores se ven abocados a elegir obras que no den problemas y sean fáciles de vender. Algo entendible cuando te estás jugando el pan. Meridional cree que el momento actual es delicadísimo, la pérdida de libertades es algo plausible, todos tenemos que estar poniendo nuestras mejores maneras y nuestras mejores armas culturales para que el espectador tenga la posibilidad de poder pensar por sí mismo y no dejarse llevar solo por un discurso. De ahí la decisión de hacer esta obra, necesitamos un espectador crítico y reflexivo. La crisis y la pandemia fueron dos estupendas excusas para limitar la pluralidad y lecturas complejas de lo que pasa en nuestra sociedad”, concluye Lavín que está comenzando a recibir ofertas para girar y ya tiene cerrados bolos en Mallorca, Bilbao y Canarias.
En el tardofranquismo, los años 60 del pasado siglo, Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre mantuvieron una gran polémica, quizá la gran última polémica del teatro español, sobre qué hacer frente a la dictadura franquista. Buero Vallejo no aceptaba que lo tildaran de colaboracionista y abogaba por lo que se llamó el 'posibilismo'. Sastre defendía una actitud de total enfrentamiento al régimen. Hoy la vuelta de una polémica similar ya no parece tan marciana. Al reflexionar sobre aquella época, Lavín no deja de poner en valor a muchos hombres y mujeres del teatro que dieron ejemplo y pusieron las bases artísticas y logísticas de lo que hoy es el teatro español. Pero, al preguntarle si cree que en un futuro próximo veremos muchos Kurt, responde: “Ya los hay, ¿no?”.