Se impuso la cordura. Ganó La voluntad de creer en los premios Max de teatro 2023 de la Fundación SGAE, una de las obras más aplaudidas de esta temporada y que confirma la carrera de este creador que llegó a España desde Buenos Aires hace ya una veintena de años y que ha dado montajes tan recordados como Los ojos (2011), Las palabras (2013) o Las canciones (2019). La influencia de Messiez en nuestro teatro es ya un hecho, solo hay que ver cómo sus libros siguen siendo año tras año de los más vendidos en las secciones de teatro de toda España. Un autor y director que ha sabido trasladar a nuestro país la gran renovación que se dio en Argentina en los años 80 y 90 del siglo pasado.
El teatro de Messiez está basado en la actuación, algo que bien se demuestra en la obra que se llevó el gran galardón de esta edición pero que curiosamente no tenía ninguna otra candidatura. Ni como autor, ni como director, ni a ninguno de los grandes actores que levantan este montaje como Rebeca Hernando, que está enorme y que recogió el premio junto con otro grande de esta compañía, José Juan Rodríguez. No es fortuito que fueran ellos quienes recogieran el premio en vez de las productoras del espectáculo, Buxman Producciones y el Teatro Español. Ganó el teatro que reside en el actor y su capacidad de jugar y crear.
Ya en el primer premio se dejó entrever el carácter que se está afianzando en los últimos años en estos premios ya veteranos que llevan celebrándose desde 1988. El galardón al Mejor espectáculo para público infantil, juvenil o familiar recayó en Blancanieves de La Chana Teatro, el único representante de Castilla y León en los premios. Primó el reparto geográfico. Algo que se confirmó más tarde cuando Pier Paolo Álvaro recibió el premio al Mejor diseño de espacio escénico por Ás oito da tarde, cando morren as nais, espectáculo que era también el único representante en esta edición por parte de Galicia. Nada objetable, son buenos trabajos. Pero no dejan de tener estos premios la sensación de estar diseñados con escuadra y cartabón. Unos premios que a diferencia de los Premios Talía, son decididos por un jurado que en teoría solo tiene en cuenta la calidad artística de los mismos. La defensa de la periferia estuvo presente en toda la gala, pero también lo estuvo la sombra de esa escuadra y cartabón un tanto artificial.
Otro de los grandes premios fue para las dos actrices, Marta Nieto y Marina Salas, que han interpretado el mismo papel en La infamia, la obra basada en los escritos de la periodista mexicana Lydia Cacho, luchadora de los derechos humanos que fue secuestrada en 2003 después de publicar un libro sobre la prostitución infantil en su país, Los demonios del Edén. Una obra dirigida por José Martret y que se estrenó en las Naves del Matadero de Madrid del Teatro Español, uno de los grandes ganadores de este certamen. El Teatro Español, aparte de esta obra y de llevarse el gran premio con La voluntad de creer, que también se estrenó en Matadero, estuvo presente en otro de los ganadores de la noche, Cucaracha con paisaje de fondo, montaje que se estreno en el madrileño Teatro Quique San Francisco pero que en mayo llega al Teatro Español. La obra, escrita y dirigida por Javier Ballesteros, se hizo con dos de los galardones del certamen, el premio al Mejor espectáculo revelación y a la Mejor autoría revelación.
En la danza, Cataluña estuvo bien presente a través de una de las bailarinas y coreógrafas más serias y potentes del país, Lali Ayguadé, que este año ha realizado Runa, una pieza donde Ayguadé sigue demostrando maneras y modos de un movimiento basado en una potentísima formación en el norte de Europa (Vandekeybus, Alain Platel, etc.) y que año a año va siendo más propia. La coreógrafa se llevó el premio a la Mejor intérprete de danza y a la Mejor coreografía. También, con la misma lógica de repartición geográfica, el Mejor espectáculo de danza fue a parar a La reina del metal, de la compañía flamenca de Jaen Vanesa Aibar & Enric Monfort.
Cataluña también se llevó otra alegría al recibir el Mejor espectáculo musical o lírico en manos de Gran Teatre del Liceu y su montaje La gata perduda, una ópera de nueva creación que se ha realizado con los vecinos del barrio del Raval de la ciudad de Barcelona. Quizá fue Cataluña la gran ganadora de estos premios. Aparte del premio Max de honor a Tricicle, unos clásicos del mimo y el humor, en Cataluña también recayó otro de los premios especiales, nuevo este año, el premio Max Aplauso del público, un nuevo galardón que reconoce la calidad del espectáculo que más tiempo ha estado en cartelera por el apoyo del público y que recayó en El petit príncep de la compañía La Perla 29. Una noche perfecta que concluyó con el Premio al mejor actor que recayó en Pere Arquillué por su trabajo en L’adversari.
Pero, como decíamos, hubo para todos. Así la compañía valenciana el Pont Flotant se llevó el galardón a la Mejor autoría teatral por la obra Eclipse total. Euskadi estuvo también bien presente, la veterana Tanttaka Teatroa se llevó el premio a la Mejor producción por Sexberdinak, y la compañía vasca La Dramática Errante, que aunque optaban a cinco premios pudo rascar el de la Mejor adaptación de obra teatral por Yerma, que recogió María Goiricelaya emocionada y reivindicativa de un teatro político, social y valiente. La noche además acabó con un justo premio a Iñaki Rikarte, director vasco de una de las obras más valientes de los últimos años, Supernormales, una obra interpretada por actores con diversidad funcional que muestran sin tapujos los prejuicios existentes alrededor de este colectivo. La obra se entrenó en el Centro Dramático Nacional la temporada pasada y ante la buena respuesta del público se ha decidido reponer a finales de este mismo mes.
Una gala con aire gaditano
El espectáculo comenzó con ecos zarandianos, en un escenario perfecto, bajo los arcos de herradura de estilo islámico del Gran Teatro Falla, uno de los grandes cosos del país con capacidad para 1.200 espectadores. El lema de esta gala dirigida por Ana López Segovia y el director y autor José Troncoso era “el teatro del futuro”, algo que tampoco dio para mucho juego dramatúrgico. No había que liarse. Sabía decisión. Luego había chirigota y cante, como no podía ser de otra manera, pero quizá el momento más genuino se dio, curiosamente, en el discurso institucional de la Sociedad General de Autores y Editores.
Antonio Onetti, presidente de la SGAE, comenzó el discurso espantando asperezas y rivalidades: “Queremos felicitar a la Academia por los Premios Talía, enhorabuena y que sea por muchos años”, tras lo cual la disertación del presidente, en la que le acompañaba Juan José Solana, presidente de la Fundación SGAE, fue roto por una de las tradiciones teatrales más largas, más de 200 años, y más bonitas de Cádiz: los títeres de la Tía Norica. Los muñecos de la Tía Norica decían con chufla: “Ahora viene el tabarrazo de siempre”, ante lo cual Juan José Solana se soltó el pelo, toco el piano y Onetti celebró el nuevo Estatuto del Artista, la danza y la diversidad, y lo hizo en verso. Por una vez el discurso tuvo gracia, estuvo animado. Algo que se agradeció. En definitiva, la gala estuvo discreta, animada y con un público, el gaditano, que mostró la facilidad de convertir el aplauso en palmas y compás.