Volvió a sonar ese canto jondo que hizo universal a la compañía jerezana en los Claustros de Santo Domingo de la Feria del libro de Jerez. Volvió a sonar Vinagre de Jerez, el texto escrito hace 35 años por Juan Sánchez, más conocido como Juan de la Zaranda. El motivo fue la presentación de obra y legajos de juan de la zaranda: teatro incompleto, editado por Ediciones del Bufón y firmado como juan sánchez de la Zaranda. El libro, ya desde su título y firma, sin mayúsculas y con el apellido del autor tachado, denota el cuidado con que la editorial ha tratado el legado de este autor, maestro del escapismo de homenajes y laudatorios.
La edición, seleccionada por el sobrino del autor y periodista Paco Sánchez Múgica, recoge las obras ya publicadas en 1996 por la editorial Visor, Mariameneo, Mariameneo y Vinagre de Jerez, la segunda y tercera obra de La Zaranda, y otros textos inéditos como la obra que se presentó en 2007 en el Festival Iberoamericano de Cádiz, La Santoentierro. Además, el libro contiene otros textos como La maletita, Pregón Macandé y unos “apuntes imprecisos” de pura reflexión escénica o que abordan proyectos como la obra que montó Sánchez con los Gitanos de Jerez, Tierra cantaora.
El libro fue presentado por el periodista Javier Benítez, la editora Mercedes Martínez y el propio Sánchez Múgica. Una presentación corta y sentida donde se recordó el arraigo de este autor fallecido hace 10 años con su ciudad, Jerez. Más allá de la presentación editorial el numeroso público congregado esperaba con ávido respeto el momento en el que los miembros de La Zaranda, Paco Sánchez, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, leyeron fragmentos de la obra Vinagre de Jerez apoyados en un video grabado de la función que la compañía dio en la desaparecida sala Olimpia de Madrid en los años 90.
En la lectura no se podía oler el espacio lleno de serrín avinagrado de ese tabanco perdido en el tiempo, ni percibir la fuerza simbólica de los toneles de vino, las sillas desvencijadas, las garrafas vacías, o la prensa de vino y los palos de madera que se convertían en cruces de un pueblo olvidado. Un teatro simbolista, lírico, ritualista y de una negrísima comicidad que hizo que la obra traspasase fronteras. Pero aun con todo, la emoción ante esas palabras tanto tiempo en silencio estuvo en todo momento presente durante el acto.
Vinagre de Jerez se estrenó en 1989 en la Feria de Huesca. Llegó ese mismo año al FIT de Cádiz y desde ahí viajó a Alemania, Italia, Francia, toda Latinoamérica e incluso Nueva York. El propio Paco de la Zaranda lo recordó en la lectura: “La hicimos durante más de siete años. Juan decía que había que seguir, pero nosotros queríamos seguir haciendo teatro. Juan a partir de ese momento se quedó más en el mundo del flamenco. Pero si es verdad que esta obra y la anterior Marimeneo Marimeneo, ambas escritas por Juan, fueron nuestra escuela”. Después de Vinagre de Jerez, Juan Sánchez daría un paso a un lado, lo sustituyó Eusebio Calonge que estrenaría Obra póstuma (1995) y con ella continuó el recorrido de la más importante e universal compañía de teatro de este país que hoy todavía sigue bien viva. La Zaranda acaba de estrenar nueva pieza, Manual para armar un sueño, obra que llegará al Teatro Español el próximo mes de febrero.
El pellizco y el quejío
Los textos de Juan Sánchez abrieron un mundo. Textos que surgían de oír al pueblo, de las barras de los bares, de las mujeres en la calle y de un profundo conocimiento de la literatura española influenciada, sobre todo, por tres voces del siglo XX, las de Ramón María del Valle Inclán, Antonio Machado y Federico García Lorca. Sánchez además supo llevar a escena el quejío, ese dolor punzante, ese “ay” del arte flamenco, que este autor supo combinar con la liturgia religiosa y el teatro andaluz que hunde sus raíces en el Teatro Lebrijano de Juan Bernabé, aquella mítica compañía popular e independiente de un teatro político y social que subió la voz de toda una sociedad andaluza oprimida, olvidada y orgullosa.
Esos eran los mimbres del teatro de Juan Sánchez. Eso y sus flamencos de Jerez, Ana y Manuel Parrilla, Diego Rubichi, Juan Moneo “el Torta” y Manuel Morao. Todos hoy también desaparecidos. Su teatro tenía compás, se basaba y se estructuraba en palos. Además, Sánchez poseía con un olfato escénico descomunal siempre en busca de lo que él llamaba el “pellizco” y un amor irredento por sus personajes. Fue la amalgama de todas esas virtudes la que posibilitó el alumbramiento de un teatro sagrado y popular irrepetible y universal. Un arte difícil de explicar y al que la Zaranda siempre se ha negado a poner palabras.
Durante la presentación, Paco de la Zaranda, visiblemente emocionado, decía: “Me gustaría, aunque sea un milímetro, expresar lo que significa estar aquí. Si me dijeran que hablase de Shakespeare sería muy fácil, hablar de Juan me resulta imposible. Primero porque Juan nunca se fue, siempre ha estado con nosotros y porque Juan fue el que me enseñó que el silencio era lo más importante en el teatro. Decía León Tolstói aquello de ”enséñame un ladrillo de tu aldea y me ensañarás el mundo“. Yo creo que Juan nos enseñó un ladrillo de Jerez con el que nosotros hemos ido edificando una casita que sigue por hacer en el mundo del teatro”.
Tras la charla, Paco de la Zaranda contaba a este diario cómo su hermano Juan escribía una vez estaba hecha la obra tras meses metidos en la nave que la compañía tiene en Jerez. Cómo en sesiones interminables Juan dirigía, apuntaba un texto a un actor y aquello iba cogiendo forma. Pura escritura escénica nacida de la investigación y el laboratorio teatral que estos jerezanos supieron crear desde la nada en un panorama, el español, donde esta manera de trabajar era apenas inexistente. Algo que en otros países de Latinoamérica es más habitual. No es de extrañar que La Zaranda sea hoy casi una cuestión de fe en países como Colombia, Venezuela o Argentina, donde acaba de ganar el premio María Guerrero a Mejor Espectáculo Internacional en el Teatro Nacional Cervantes por su espectáculo La batalla de los ausentes. Un país en el que la compañía ha podido mostrar todos sus trabajos hasta la fecha.
Condenados a la itinerancia
Durante el acto se respiró también la coyuntura contradictoria que sigue viviendo esta compañía. “Esta obra se tardó dos años en montar. Ahora, desgraciadamente hay que montar en 45 días, como mucho 60. Mandan las productoras”, afirmaba Paco de la Zaranda con voz agridulce ante una situación lastrada que quizá se explique más gráficamente con el cambio hace pocos años del nombre de la compañía que pasó de denominarse La Zaranda, Teatro Inestable de la Andalucía Baja a La Zaranda Teatro Inestable de ninguna parte. La Zaranda no tiene un espacio propio, un teatro donde poder crear y mostrar, y sigue sin tener apoyo estable del Estado. La compañía continúa viviendo de la taquilla y se ve necesitada de cada función para poder pagar alquileres y rentas.
También es ilustrativo el comienzo de la creación de su última pieza, Manual para armar un sueño. Un vendaval se llevó buena parte del techo de la nave de trabajo de la compañía, el agua arruinó todo ese espacio lleno de objetos que son memoria y materia de sus trabajos. Nadie estaba allí para ayudarlos. Allí, solos, Campuzano y Sánchez, luego llegaría Bustos, comenzaron su nuevo trabajo agarrados a la rabia y el amor por una profesión que todavía sigue intacta.
Para concluir la presentación del libro, Paco de la Zaranda relató al final de Vinagre de Jerez que la compañía no salía a saludar y a recibir los aplausos, “nunca lo hemos hecho ni creo que lo hagamos”. Marca de la casa, alergia al folclorismo y el aplauso, reacción a la Andalucía del olé y la brillantina. Pero si bien la situación de esta compañía esencial del teatro denota el cuidado hacia la cultura en España, La Zaranda sigue teniendo el poder de su público y su trayectoria, “quiero decir una cosa para acabar, porque a Juan le hubiera gustado. Él admiraba al director polaco Tadeusz Kantor. Y da la casualidad de que dentro de 20 días estaremos haciendo La batalla de los ausentes en el teatro que era casa de Kantor en Cracovia. Es la primera vez que vamos y sé que a Juan eso le hubiera gustado”, concluyó Paco de la Zaranda.
El propio Juan Sánchez contaba hace años a este periodista cómo en 1986 lo arrastraron a Madrid, era muy difícil sacarle de su Jerez, para ver Que revienten los artistas de Tadeusz Kantor en el Teatro Español. Tras la función, alguien le llevó al camerino a conocer al ya octogenario director polaco, “y todo flaco el viejo se levantó, se acercó a mí, puso su mano sobre mi cabeza y me dijo que me bautizaba como su heredero en España, casi me caí al suelo de la impresión”, recordaba el autor.