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Toni Servillo, la búsqueda obstinada de la expresión interpretativa

Toni Servillo asegura que "vivimos una política basada en la depresión ciudadana"

EFE

Madrid —

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David Trueba le pregunta por sus principios, pero Toni Servillo se va al final. ¿Cómo empezó su vocación de actor? El actor napolitano, de 55 años -“aunque sé que aparento 70”, advierte-, elude la respuesta y habla de una profesión llena de “sacrificios, de renuncia, de fatiga y de desgaste”.

“Hago este oficio con la plena conciencia de disfrutar gastándome. Cuando biológicamente ya no sea capaz de poder gastarme, se acabará todo”, asegura en un encuentro con el director madrileño, previo al estreno en los Teatros del Canal de “Le voci di dentro”, un texto de su compatriota el dramaturgo Eduardo di Filippo (1900-1984).

En la sala hay periodistas, público, actores -Aitana Sánchez Gijón, Irene Escolar, Rossy de Palma- y directores -Mario Gas- que escuchan embelesados cómo el protagonista de “La gran belleza” desvela los entresijos de su trabajo.

Conocido y premiado por sus películas con Paolo Sorrentino -“Il Divo”, “Las consecuencias del amor”, “La gran belleza”-, Servillo es en el fondo un hombre de teatro, una disciplina en la que debutó de joven y que a día de hoy le tiene inmerso en una gira con la que lleva más de un año.

“Frente a la amenaza constante de la rutina, la interpretación es una búsqueda obstinada de la cualidad de la expresión. A través de esa expresión comunicamos al espectador la importancia de la obra”, señala. Así que, al fin y al cabo, aún hay más entusiasmo que cansancio.

“La aventura del teatro es fascinante, porque implica pensar actuando”, dice. Un entusiasmo pasado por el tamiz de los años, las tablas y las lecturas, porque Servillo se desvela en sus reflexiones como un intelectual, melómano y profundo deudor de la cultura napolitana.

“Los napolitanos, en la relación de lucha entre la idea y la realidad, somos capaces de encontrar en el llanto una sonrisa. Hay algo profundamente irónico en nuestra forma de estar en el mundo y sí, es cierto que tiendo a elegir trabajos donde pueda compartir con otros esta trayectoria vital”.

No en vano, Sorrentino es napolitano y también lo es Di Filippo, dramaturgo con el que Servillo creció, ya que sus representaciones teatrales se emitían frecuentemente en la televisión italiana.

“Eduardo representa en Italia la última forma del teatro popular, en el sentido noble de la palabra. Daba al espectador una orientación en la vida”, apunta sobre el autor de “Le voci di dentro”, uno de los libretos más oscuros del dramaturgo transalpino, que Servillo dirige y protagoniza, junto a otra decena de actores de su compañía, el Teatri Unity de Nápoles.

En cuanto a su pasión por la música, confiesa que va más allá de la simple escucha. En la lectura de ensayos sobre Pierre Boulez, Alfred Brendel o en las conversaciones de Robert Craft con Stravinsky, ha encontrado una preciosa inspiración para acometer su trabajo de actor.

Algunas de sus amplias referencias pasan también por España. “En mi adolescencia, cantar eran tres cosas: Stevie Wonder, Maria Callas y Camarón de la Isla”. El de San Fernando significaba para el actor “la voz como expresión máxima del hombre desnudo sobre la Tierra”.

Y también recuerda cómo a los 16 o 17 años, en el Teatro San Carlo de Nápoles, vio un espectáculo de Antonio Gades que le marcó. “Casi me tiro del palco gritando, '¡viva Gades!'”.

Si hablamos de actores, su ejemplo máximo es Robert de Niro, aunque también elogia a Leonardo di Caprio, y de los clásicos, a Louis Jouvet.

La conversación va terminando, y Trueba no renuncia a volver a los comienzos. ¿En qué ha cambiado Servillo como actor desde que empezó hasta hoy?

“Han cambiado muchas cosas. El teatro debería mejorarnos como hombres. Ahora, al afrontar un personaje, pienso mucho menos en el 'yo' y más en el 'nosotros'. O al menos trato de hacerlo”.

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