Madrid, 26 jul (EFE).- A un año vista del que será su primer concierto en el gigantesco Wanda Metropolitano, los madrileños Vetusta Morla siguen certificando la condición de profeta en su tierra con cada vez menos espacios emblemáticos por conquistar. Hoy, los de Tres Cantos se han hecho con otro más: el Teatro Real.
Rebautizado por ellos como “el teatro irreal”, ha sido la primera de dos noches consecutivas en este coliseo operístico y más de año y medio después de su último concierto en la ciudad, en diciembre de 2019, cuando nadie podía sospechar lo que se avecinaba.
De este modo, Vetusta Morla ha iniciado un nuevo ciclo que podría coincidir con el final de la crisis de la covid-19 y de los grandes eventos musicales: con un nuevo álbum en ciernes, “Cable a tierra”, del que ha hecho sonar por primera vez el adelanto “folkie” de “Finisterre”, y la convocatoria de ese gran concierto en el Wanda Metropolitano en 2022.
A la espera del nuevo material, hoy se ha optado por un repertorio que ha celebrado toda su trayectoria desde el inicial “Un día en el mundo” (2008), repartiendo las cerca de dos docenas de canciones de una forma casi salomónica entre sus cuatro discos de estudio.
Ha habido tiempo asimismo para disfrutar de rarezas como “Los buenos”, extraído de la BSO del videojuego “Los ríos de Alice” (2013), o “Los abrazos prohibidos”, el tema solidario que lanzaron en mayo de 2020 en la lucha contra el coronavirus.
Con las 1.300 butacas ocupadas según el aforo reducido del 75% dispuesto por la pandemia, y tras un caluroso aplauso que ha sonado a anhelado reencuentro, esta puesta de largo de dos horas ha arrancado como suele ser habitual con los compases de “Los días raros”.
Ahí han aparecido Pucho Martín (vocalista), David García “el Indio” (batería), Álvaro B. Baglietto (bajo), Jorge González (percusión), Guillermo Galván (guitarra) y Juanma Latorre (guitarra y teclado), perfectamente acoplados una vez más en todo menos en el vestuario.
Cierto es que el arranque se ha visto a González lidiando con algún problema técnico, pero esto no ha evitado el disfrute general y con “Palmeras en la nieve”, el tercer corte tras “Lo que te hace grande”, la energía ha despegado a punto para un primer estallido después con su infalible “Golpe maestro”.
“Esta gira está hecha para celebrar la vida y sentir que estamos vivos”, ha subrayado Pucho en sus primeras palabras, antes de dedicar el concierto a su “familia”, ese “apartado técnico que en el mundo de la música siempre ha estado en un frágil equilibrio a punto del colapso” y que tanto ha sufrido con el parón de la industria del directo por la covid-19.
El cantante de Vetusta Morla ha celebrado asimismo su desembarco en el Teatro Real. “Es un placer estar aquí, pero visto el concepto de lo regio, quizá debería ser el Teatro Irreal, porque hay cosas que uno ya ni se cree”, ha apostillado en un dardo directo a los escándalos de la monarquía.
En lo puramente musical, de fondo han destacado las cuidadas proyecciones y la iluminación; y en primer plano, unos temas que, más viejos o más recientes, se han ido injertando sin costuras con la naturalidad de los clásicos: “Consejo de sabios”, “Maldita dulzura”, “Copenhague”', “Fuego”, “Boca en la tierra”, “23 de junio” o una cósmica “La vieja escuela” (con ese verso tan certero en esta época: “Hablan los que ya no están”).
Hasta este momento, costaba decir por el rictus concentrado del sexteto si estaban disfrutado. Todos salvo Martín, que ha vuelto a dar aire a cada canción con su voz y sus gestos, expresivo como si las escuchara por primera vez y reclamando cada centímetro de escenario.
Entonces ha llegado la sorpresa de la noche, “Finisterre”, una canción que tras su estreno no generó gran expectación, pero que esta noche ha explotado en directo, especialmente con el acompañamiento del cuarteto palentino El Naán, que acodado en torno a una antigua mesa para amasar pan, como si aún estuviera ahí la harina y la levadura, extrae a golpes sonidos hasta de la última oquedad de la madera.
Esto ha marcado un antes y un después entre la banda y el respetable, que se ha sacudido súbitamente la solemnidad del espacio para convertirse en algo menos respetable y más parecido al público efusivo de siempre, en pie por primera vez para entonar a todo pulmón “Sálvese quien pueda”, “Valiente” o la catártica “Saharabbey Road”.
Al tramo final han llegado con una versión acústica de “Los buenos” y la emocional “Los abrazos prohibidos”, aún oportuna, con imágenes del personal médico que ha combatido la pandemia en primera línea y que ha permitido recuperar una vez más el aplauso sanitario.
Esta efímera relajación de pulsaciones ha sido solo eso, un espejismo antes de emprender otro ascenso energético, el último, con “La deriva”, “Cuarteles de invierno” y, de nuevo, un “Los días raros” que ha concluido con las más del mil almas del Real batiendo palmas en pie como en la mejor noche de ópera de su historia.