En el mundo de la información el más importante problema, ya desde mucho antes de que existiera Internet, es el de la sobreabundancia de datos. En el mundo existen incontables cantidades de libros, folletos, fascículos, periódicos, manuscritos, hojas parroquiales, textos religiosos, libros de instrucciones, informes, análisis y contraanálisis, todo ello en papel; y desde que se hizo posible almacenar documentos en la Red no sólo todo este ingente depósito se ha digitalizado, sino que ha aumentado vertiginosamente el número de autores y de entidades productoras de información. Ahora mismo es posible encontrar cualquier argumento, y su contrario; razones a favor de cualquier afirmación, y también en contra. Se habla de una economía de la Atención, porque información sobra y lo que falta son ojos que la miren. En la vasta confusión de datos que es hoy día la infosfera es muy sencillo engañar simplemente dirigiendo la vista a donde conviene o escondiendo datos en contra de lo que se afirma.
Es por eso que el papel del periodista, técnico especializado en la captación, elaboración y distribución de información de relevancia social, es cada día más vital. Porque es necesario que un profesional con formación, experiencia y oficio ayude al lector a diferenciar entre ruido e información, entre datos y propaganda, entre churras y merinas. En el piélago de información interesada, contradictoria o de validez y relevancia dudosas en que se ha convertido la esfera pública es cada vez más importante que nos ayuden a distinguir separando verdades, medias verdades y mentiras. Esta tarea es aún más relevante cuando la información en cuestión no sólo es muy importante, sino también tan especializada que su comprensión exige conocimientos y experiencia.
Así recibimos una queja del lector Roberto Balbontín Soria de Oeiras, Lisboa, sobre una reciente entrevista publicada en Catalunyaplural.cat al agricultor y activista Josep Pàmies en los siguientes términos:
“Me ha resultado muy decepcionante que un periódico al que considero en general bastante serio esté dando cobijo a personajes tan peligrosos como Josep Pàmies. Ese individuo afirma sin ruborizarse (y sin pruebas, por supuesto) que ciertas plantas (que él cultiva y vende, claro) pueden utilizarse para curar el Ébola, el SIDA, el cáncer y muchas otras enfermedades. No existe ningún respaldo científico a esas afirmaciones; por el contrario, muchas de esas plantas se han demostrado carentes de las propiedades que el señor Pàmies les atribuye. Su periódico hace generalmente un trabajo excelente de documentación y contraste de información. Les rogaría que hicieran lo mismo con las noticias relacionadas con ciencia y salud. Ese tipo de afirmaciones esquizoides, además de ser falsas y burda propaganda para una estafa, son muy peligrosas. Gracias de antemano. Saludos.”
Pocas cosas hay más peligrosas en el mundo de la información que afirmar que se dispone de una cura para una enfermedad mortal, o varias; quizá sólo el clásico gritar ‘fuego’ en un teatro abarrotado pueda aproximarse. La posibilidad de una cura milagrosa hace que enfermos graves o desahuciados abandonen tratamientos de eficacia comprobada y provoca su justa decepción cuando inevitablemente fracasan; causa, por tanto, sufrimiento real a personas de verdad. El daño está comprobado, y existe.
La cosa se complica más todavía cuando a la ecuación se suman otros factores, como son los políticos. A menudo, como en el caso del entrevistado, las afirmaciones estrictamente médicas se entremezclan con cuestiones de tipo político relacionadas con la (muy necesaria, y justa) crítica al proceder de determinadas empresas o a las políticas de determinados gobiernos. En el batiburrillo acaba por parecer que la eficacia de las terapias alternativas esta ligada con el ataque al funcionamiento de la industria farmacéutica, o peor aún: que criticar o poner en duda que esas terapias alternativas funcionen se acabe interpretando como una defensa política de esas mismas industrias o gobiernos.
Revolver churras y merinas sólo sirve para prestar con la política validez a afirmaciones que deberían ser estrictamente ciencia, como ¿sirve esta terapia para curar estas enfermedades? Porque las afirmaciones falsas existen, como también existen los intereses, y no sólo de las farmacéuticas. Hay antecedentes de personas que han pretendido sacar beneficio de vender curas milagrosas.
Contactado al efecto el autor de la entrevista, Tomeu Ferrer, responde:
“La entrevista a Josep Pàmies, como se puede observar, se refiere a la trayectoria vital de esta persona, un activista que se inició durante la dictadura en el sindicalismo agrario, fundó Unió de Pagesos, y durante muchos años lideró una de las comarcas más reivindicativas de esta organización, La Noguera. Se refiere también la entrevista a otras actividades realizadas por Pàmies, como la lucha contra los transgénicos y la defensa de aparceros que estaban amenazados de expulsión de las tierras que llevaban décadas trabajando. Pámies participa también en otros movimientos diríamos ambientalistas y o vinculados con la ecología, Slow food entre ellos, por los que en Catalunya es un personaje conocido. En este sentido una de sus últimas iniciativas ha sido instalar en su explotación placas solares para desafiar las últimas normativas estatales que pretenden cobrar un canon fiscal por el uso de dichas alternativas.
En su vertiente ambientalista comenzó a reivindicar el uso de yerbas para curar o tratar diversas enfermedades. La primera fue la estevia, que según ha manifestado en diversas ocasiones, ayudaría a equilibrar el azúcar en sangre de los afectados por diabetes. Luego también se ha manifestado a favor del uso medicinal de la marihuana. Y coincidiendo con la aparición en España de un caso de infección por Ébola, afirmó, en youtube, que dicha enfermedad vírica se puede curar con procedimientos naturales.
En cuanto a las afirmaciones concretas que realiza Pámies sobre el Ébola, quizás debiera por mi parte haber entrado en debate al respecto. De hecho del contexto de la respuesta se entiende que relativiza la afirmación inicial respecto a la curación y aboga por que se investigue la alternativa por él propugnada.
Entiendo pues la queja del lector en el sentido que no ahondar en la afirmación hecha por mi interlocutor quizá da a entender que es compartida por mí, cosa que no es cierta. Evidentemente, soy absolutamente escéptico sobre curaciones fáciles para enfermedades graves.
Respecto a que Pàmies se dedique a vender los productos de los que afirma que curan las citadas enfermedades, sólo tengo su afirmación en el sentido que, como me consta que ha hecho con la estevia, facilita las semillas para que las personas que quieran puedan cultivar las plantas y replicarlas. No puedo afirmar si por este suministro él o las asociaciones a las que pertenece cobran de alguna manera. Lo que si tengo claro es que Pàmies vive de su trabajo: tiene una pequeña empresa familiar que produce verduras como lechugas y tomates que comercializa por canales convencionales y que permiten que su empresa tenga una veintena de empleados.“
Vayamos por partes: todo el respeto a las ideas políticas y a la acción sindical de Josep Pàmies y su defensa de los trabajadores del campo, de una vida sana y de las opciones naturales frente a las artificiales. Es fácil simpatizar con sus puntos de vista críticos sobre el funcionamiento del capitalismo y sus abusos en ciertas industrias, como la alimentaria o la farmacéutica, o compartir su defensa de trabajadores a los que las leyes han fallado. Nadie duda de su valor cuando realiza acciones de desobediencia civil en contra de leyes que considera injustas o para protestar actuaciones que considera rechazables, aunque algunas veces se haya excedido con acciones discutibles.
Nada de lo cual tiene relevancia alguna a la hora de realizar afirmaciones tajantes como que determinadas plantas pueden curar la diabetes como la Estevia, o que ciertas terapias como el dióxido de cloro pueden acabar con el Ébola. Esas afirmaciones son o confusas, como en el caso de la Estevia (que contiene sustancias que pueden ayudar a los diabéticos, pero que no cura la diabetes) a directamente falsas (no hay prueba ninguna de que el dióxido de cloro o MMS tenga actividad contra el Ébola, el SIDA, la hepatitis o el cáncer). En cuestiones médicas su opinión y sus afirmaciones carecen de toda validez y contribuir a extenderlas no ayuda a los enfermos sino que los perjudica.
La ciencia no es democrática: una ley natural no deja de cumplirse porque nosotros votemos en contra, ni una terapia funciona sólo porque lo deseemos con fervor y sea conveniente. Las simpatías con una determinada opción política no deben contaminar nuestras opiniones sobre el funcionamiento del mundo natural, porque no hay conexión ninguna entre ambas áreas de conocimiento. Si la industria farmacéutica debe ser reformada o nacionalizada no tiene nada que ver con afirmar que una determinada planta o un compuesto potabilizador curan gravísimas y dolorosas enfermedades. La verdad científica y la verdad política son diferentes, y no se deben mezclar.
Porque mezclar política y ciencia, como mezclar churras y merinas, no causa más que confusión en la que medran los avispados. El periodismo del siglo XXI no puede permitirse ayudar en esta confusión si es que quiere seguir existiendo, y debe por ello aguzar su escepticismo y someter este tipo de afirmaciones a un grado de escepticismo aún más severo de lo habitual. Como deberíamos hacer siempre que la información que pasa por nuestras manos tenga la posibilidad de dañar a inocentes. Por muy simpáticos que nos puedan caer los activistas y sus causas, una mentira que daña no es verdad y causa dolor. Se puede ser al mismo tiempo activista social y vendedor de aceite de serpiente, y es el deber de la prensa dar ambas caras de este tipo de personajes. Nuestra misión no es aumentar la confusión, sino disiparla en lo posible.