Los ataques xenófobos y las políticas contradictorias de México obstaculizan la unión de la caravana migrante en Tijuana
“¡Estamos aquí!”, se escucha desde una plaza cercana al puente del Chaparral (Tijuana, México). Decenas de integrantes de la caravana migrante levantan la mirada y observan pasar, uno tras otro, tres autobuses blancos que resultan familiares. Varias personas asoman sus cuerpos a través de las ventanillas y los saludan; sus compañeros rompen en aplausos: “¡Mira, ahí van otros tres. Ya están llegando más. Los estamos esperando”.
Horas antes eran ellos quienes bajaban de los autobuses tras 48 horas de carretera. Las llegadas de migrantes centroamericanos a Tijuana crecen cada día, pero en las últimas jornadas también se han multiplicado los obstáculos de las miles de personas que aún recorren el noroeste mexicano. Quienes se encuentran en camino se están chocando con políticas contradictorias por parte de las autoridades mexicanas. Los autobuses entregados por los gobiernos de distintos estados mexicanos y escoltados por la Policía Federal se entremezclan con detenciones repentinas de integrantes de la caravana, el abandono de miles de migrantes en el desierto o el aumento del discurso del odio en Tijuana.
Los más afortunados fueron los primeros en llegar a Tijuana. Durante la última semana, miles de integrantes de la caravana han viajado a la ciudad fronteriza establecida como punto de encuentro a bordo de autobuses o tráilers facilitados por las autoridades mexicanas. Los convoys que desafían a Donald Trump han atravesado más de 2.000 kilómetros escoltados por la Policía Federal y por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en un cambio de su política habitual.
De enemigos a protectores
En los flujos rutinarios de centroamericanos por México rumbo a Estados Unidos las detenciones, extorsiones y los abusos ligados a las fuerzas de seguridad mexicanas suelen formar parte de los peligros y obstáculos más temidos por los migrantes. En la caravana de migrantes, miles de sus integrantes han visto en ellos sus protectores. “Gracias a Dios, pero también a la Policía Federal hemos llegado rápido y a salvo”, señala Elba, poco después de arribar a Tijuana este jueves, con la mochila y la colchoneta todavía a cuestas.
Otras dos mujeres hondureñas resaltan la “ayuda” recibida por parte de las autoridades para avanzar su travesía hacia el norte del país. No les importa que su objetivo, como resaltan las ONG, fuera acelerar su paso a la frontera para evitar la permanencia de miles de personas en sus correspondientes estados. Lo importante era establecerse rápido en Tijuana, y ellos les ayudaron.
“Llegamos directos desde Guadalajara. No hemos tenido que pagar nada. Éramos un grupo muy grande y vinimos en varios autobuses, unos detrás de otros. Delante, un carro de la Policía Federal. Detrás, la Comisión de Derechos Humanos. No nos lo esperábamos”, relatan las jóvenes, mientras tratan de enterarse sobre cómo funciona el proceso de asilo en EEUU en los alrededores del paso fronterizo del Chaparral.
Entre risas, comentan la sorpresa que les produce la actuación de la policía mexicana. Su habitual “enemigo” se convirtió de pronto en su “salvador”. “Parecíamos importantes. Quién nos lo iba a decir”, dicen las jóvenes entre risas.
Según los últimos datos oficiales, 2.008 mujeres, hombres, niños y niñas ya se encuentran en Tijuana. En un primer momento, la red de autobuses proporcionada por distintos estados mexicanos tenía como destino esta ciudad, el lugar elegido por la caravana para demostrar su unión y fortaleza frente a su destino final. Sin embargo, en los últimos días, las autoridades han bloqueado el paso de cerca 1.200 personas que habían sido derivadas a otra zona fronteriza, Mexicali, situada a unas dos horas de la localidad tijuanense.
La mayoría de integrantes de la caravana han decidido unirse a quienes ya esperan su llegada en Tijuana, pero su salida se retrasa. Allí, Glenda aguarda el momento junto a su hijo con paciencia. “Nos han traído a un lugar que le llaman Mexicali. Estamos aquí porque nos dicen que allá (en Tijuana) no nos están esperando con buenas intenciones, explica la hondureña en conversación telefónica con eldiario.es, en referencia a la manifestación xenófoba de este miércoles por parte de un grupo de tijuanenses contra los migrantes acampados en la playa.
El bloqueo de los integrantes de la caravana en Mexicali coincide con el aumento de tensión en Tijuana, así como con la saturación de sus albergues. “No queremos mareros”, gritaban este miércoles una decena de ciudadanos mexicanos que increparon a quienes escapan de la pobreza y la violencia de las pandillas en Honduras.
El alcalde de Tijuana ataca a los migrantes
Los ataques no se han quedado en este grupo aislado. El alcalde de Tijuana se ha sumado al discurso del odio. Este jueves, Manuel Gastélum anunció en rueda de prensa su intención de convocar una “consulta” con el objetivo de preguntar a los ciudanos si quieren continuar recibiendo migrantes de la caravana en su localidad.
Su propuesta vino acompañada de una retahíla de declaraciones contra los recién llegados. “Tijuana es una ciudad de migrantes, pero no los queremos de esta manera, fue distinto con los haitianos, ellos llevaban papeles, estaban en orden, no era una horda. Derechos Humanos se me va a echar encima, pero los derechos humanos son para los humanos derechos”, afirmó Gastélum.
El líder del consistorio llamó a los migrantes de la caravana de “marihuanos” y las describió como personas “malas para los habitantes”.
Glenda aún no ha llegado, pero recibe informaciones acerca del rechazo social recibido por parte de ciertos sectores de la ciudad de Baja California. Ahora teme su llegada a Tijuana. “Me preocupo bastante, no sé qué hacer con mi hijo. Si se ponen en guerra contra nosotros no sé cómo la vamos a pasar. Una parte de la policía no nos deja entrar allá”, detalla la mujer, quien viaja sola con su niño de 13 años.
Ella no quiere “guerras”, dice. Ella busca un lugar tranquilo para su hijo, aislado de los tentáculos de las pandillas que intentaban conquistarle. Huye porque su pequeño, ya adolescente, no se convierta en uno de ellos. “Empezaron a molestarle. Pensaba que iba al colegio, pero me enteraba de que le forzaban a no ir y a andar con ellos. Me voy porque no quiero ver a mi hijo bañado en sangre”, relataba a eldiario.es Glenda en Guadalajara (Jalisco) este martes, antes de iniciar la segunda parte de su periplo.
La agresión xenófoba también ha marcado el lugar donde los migrantes planeaban asentarse. Su objetivo inicial era permanecer en Playas, una zona turística situada junto la frontera. Algunos de los organizadores de la caravana insistían en la necesidad de mantenerse todos juntos, en un espacio visible y simbólico: frente al muro con EEUU. Pero la marcha anti-inmigración ha empujado a la mayoría, principalmente a las familias y las mujeres, a ocupar las plazas ofrecidas por las autoridades en distintos albergues repartidos por la ciudad, como recomendaban las organizaciones especializadas.
Miles de integrantes de la primera caravana aún continúan lejos de la frontera. Algunos de ellos, los más rezagados, en su mayoría familias, mujeres y niños, se han enfrentado al riesgo de la deportación o el abandono por parte de las autoridades mexicanas en zonas peligrosas, cuando los focos, centrados en Tijuana, no apuntan a los grupos de migrantes que se van quedando más retrasados de la avanzada, la mayoría hombres, según sostiene el Servicio Jesuita del Refugiado.
Mientras la Policía Federal custodia el traslado de miles de migrantes hacia el norte del país, este jueves, los federales y los agentes del Instituto Nacional de Inimgración detuvieron dos autobuses que trasladaban a 74 hombres, mujeres y niños de la caravana, según denunció el colectivo Éxodo Centroamericano en un comunicado. Todos sus ocupantes fueron forzados a bajar de los vehículos para ser derivados a las furgonetas de migración.
La organización asegura que los policías “usaron la fuerza” contra quienes se resistían a descender de los vehículos. El operativo se produjo en la carretera Hermosillo-Nogales, antes de llegar a Santa Ana (Sonora), una zona de alta presencia de redes de narcotráfico.
“Estos mismos autobuses se habían negado a detenerse en la caseta de cobro para que la gente recibiera agua y alimento, pues los trasladados llevaban, por lo menos, un día entero sin comer”, aseguraron desde el colectivo en un comunicado. A los voluntarios y trabajadores de ONG que pretendían entregar ayuda humanitaria se les aseguró que realizarían una parada un poco más adelante. “No sucedió”, añadieron.
Su detención despertó las protestas de organizaciones de la sociedad civil y la Comisión Nacional de Derechos Humanos y, finalmente, días después fueron liberados sin producirse deportaciones.
También en el peligroso y desértico estado de Sonora, un grupo de 1.700 integrantes de la caravana fue abandonados durante 48 horas. En los alrededores solo vislumbraban una gasolinera. Allí durmieron durante dos noches a la intemperie, a pesar de los avisos de las organizaciones lanzados a las autoridades por parte de la sociedad civil.
Este viernes, tras dos días tirados en el desierto, el gobierno del estado envió varios bloques de decenas de autobuses para permitir la continuación de su trayecto. Los federales y la Comisión Nacional de Derechos Humanos prometieron escoltarles. Quienes aguardan en Mexicali, han decidido esperar la llegada de este grupo con el objetivo de partir unidos a Tijuana, previsiblemente el próximo lunes.
Siempre que no se choquen con un nuevo obstáculo, a principios de la semana que viene se juntarían cerca de cinco mil integrantes de la primera caravana en su parada previa a Estados Unidos. Aún se mantienen sin desvelar dos incógnitas: qué camino tomarán los migrantes para intentar alcanzar su meta y cuál será la respuesta de las autoridades estadounidenses.
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Nota: Está cobertura ha sido posible gracias a la invitación de la ONG Alboan. La organización ha corrido con los gastos del viaje.