“Apagó la luz y pasó lo que pasó. Después de eso estuve en el cuarto de baño llorando y al volver a casa le dije que no iba a aguantar estar ahí”
El proceso por el cual una adolescente de un pueblo de Rumanía pasa de pescar los domingos con su hermano a ejercer la prostitución en un club de carretera de Girona es complicado. Mucha gente preferirá pensar que “la raptaron” y otros asegurarán que “estaba allí porque quería”, pero las circunstancias de una víctima de trata no son tan simples como las descripciones de los anuncios de contactos. Hasta hace tres meses, Selene era una más del millar de mujeres obligadas a prostituirse en las carreteras y prostíbulos de la zona del Alto Ampurdán, uno de los puntos calientes de la explotación sexual en España.
“Me gustaba su carácter. Más que guapo era tímido y comprensivo. Hace cinco años era otra persona”, responde Selene al preguntarle por su expareja. Los dos vivían en el mismo pueblo de Rumanía, una comarca perdida en medio del campo donde algunas casas están en calles asfaltadas y a otras se llega por caminos que cuando llueve se empantanan de barro. La familia de su pareja contaba con más dinero que el resto de vecinos, mientras que la casa de Selene ni siquiera tenía cuarto de baño. Empezaron a salir cuando ella tenía 16 años.
Selene era buena estudiante y si podía ir al instituto, que estaba en una ciudad alejada del pueblo, era gracias a que una tía suya la alojaba en su casa. A Selene le hubiera gustado estudiar Enfermería, pero esa posibilidad no era realista. “Mi hermano había acabado el instituto, pero por falta de dinero no pudo ir a la Universidad”, explica.
El novio de Selene iba a visitarla a la ciudad cada fin de semana y la ayudaba económicamente. Más adelante se marchó a vivir con sus hermanos a Figueres (Girona), pero siguieron en contacto. Él le hablaba de todas las posibilidades que había en España, le contó que su hermana era propietaria de un restaurante y que allí podrían vivir juntos y hacerse una vida.
Cuando ella cumplió 18 años, le propuso venirse con él a España. “Mi padre no aprobaba la relación porque decía que él no era un buen chico. No dije nada a mi familia, me escapé”, explica Selene, a quien nadie metió a la fuerza en un camión. Ella sola se subió en el coche del cuñado de su novio, quien la condujo hasta España, un país cuyo sueldo mínimo interprofesional era cinco veces el de Rumanía, que en 2010 no llegaba a los 150 euros.
Cuando estaba a 2.500 kilómetros de su casa, Selene descubrió que la situación era un poco distinta. Resulta que la hermana de su novio no tenía ningún restaurante, sino que trabajaba en una heladería; allí se enteró de que otra de las hermanas iba por las noches a un club de carretera. Selene preguntó si podría trabajar en la heladería, pero su novio le explicó que no había hueco: se encontró aislada y sin dinero en un país cuyo idioma desconocía. No podía llamar a nadie porque no tenía móvil y hasta pasadas dos semanas su familia no tuvo noticias de ella. De hecho, ni siquiera pudo hablar personalmente con ellos, fue su novio el que telefoneó al padre.
Alguien que se pusiera en la situación de Selene pensaría en salir a buscar trabajo, pero la primera vez que ella pisó la calle sin su pareja él le cruzó la cara, acusándola de haber salido a buscar hombres. La paradoja de este novio celoso se dio a los pocos días, cuando propuso a Selene acudir una noche al Moonight, el club de alterne donde trabajaba su hermana. La idea era ver cómo era y, quizás, conseguir algunos euros. Le explicó cómo funcionaba este local de la carretera N-II en Hostalets de Llers (Girona): Selene podía ganar dinero dejándose invitar a copas por clientes -se llevaría la mitad del precio de la consumición- o mediante servicios sexuales. Selene no sabía español, pero eso no era un problema, le explicó su pareja, porque el 80% de los clientes de esta zona fronteriza son franceses y Selene, que sí sabía inglés, podría conversar con ellos con soltura.
Selene aceptó ir una noche y probar. La hermana de su pareja le prestó ropa sugerente y su novio las acercó a ambas al polígono, a nueve minutos de Figueres en coche. Ese mismo día un hombre le cogió de la mano y la condujo a una habitación, Selene tenía la edad con la que las chicas en España se enfrentan a la Selectividad: “Apagó la luz y pasó lo que pasó. Después de eso estuve en el cuarto de baño llorando y al volver a casa le dije que no iba a aguantar estar ahí”, explica atropelladamente mientras se enciende un cigarrillo.
“Si lo has hecho una vez, puedes hacerlo más veces”, fue el argumento que su pareja le dio al día siguiente. Cuando por la tarde ella se negó a volver al club, él le propinó una paliza que la dejó inconsciente en el suelo. Quedó claro que prostituirse no era algo negociable. Con estos golpes terminaba el proceso por el que Selene, inconsciente de dónde se estaba metiendo y confiando en la persona de la que estaba enamorada, se había convertido en una víctima de trata.
La trata de seres humanos es delito en España desde 2010. El Código Penal castiga con penas de cinco a ocho años a quienes empleen violencia, engaño o abusen de una situación de vulnerabilidad para captar, trasladar y/o recibir a una persona con la intención de explotarla. Entre 2010 y 2012 se registraron en la Unión Europea 30.146 víctimas de trata de seres humanos: el 80% eran mujeres. Estas cifras solo son las oficiales, la realidad es mucho peor.
Acabar con esta violación de los derechos humanos es una de las prioridades de la Unión Europea, recopilar y compartir datos entre los países miembros es una de las medidas conjuntas que se llevan a cabo para entender mejor cómo funciona este fenómeno transnacional.
La explotación sexual mueve en el mundo más de 28.000 millones de euros al año y es el objetivo principal en los casos de trata de mujeres y niñas. Mafias organizadas y clanes familiares más discretos se aprovechan de una situación de vulnerabilidad por falta de recursos, educación y opciones de trabajo. La técnica del joven que enamora a una chica con la intención de convertirse en su proxeneta no se le ocurrió al novio de Selene, se denomina 'lover boy' y es común en Rumanía y Bulgaria, canteras europeas de la prostitución forzada.
Durante muchos años, sin embargo, Selene no vio a su novio como su proxeneta: “Compartíamos el dinero como pareja porque, aunque lo hacía solo yo, para mí era el dinero de casa. Tenía que dormir, me despertaba, cocinaba, limpiaba y no me quedaba tiempo de hacer nada”, explica Selene, “él jugaba en el casino y me daba un poco de dinero para mandar a mi familia”.
Natalia Massé es, desde hace casi tres meses, uno de los principales apoyos de Selene. Ella trabaja en APIP-ACAM, una fundación que desde 2009 ofrece un servicio de acogida, asistencia y protección a víctimas de trata con fines de explotación sexual. “Dejarte enviar dinero a tu familia, permitirte comprarte ropa, darte pequeñas cositas para tenerte más o menos contenta son formas de tenerte controlada para que no te des cuenta de que estás privada de libertad”, explica Natalia, que cuenta cómo al principio de empezar a trabajar en el club, Selene mandó dinero a Rumanía con el que su familia pudo arreglar la cocina de su casa.
Selene llegó a ganar mil euros en una noche y vivía en la fantasía de formar un hogar junto a su pareja. “Yo he trabajado para hacernos una casa, pero siempre pasaba algo y no teníamos dinero. O había un problema con su familia o él perdía en el casino”, se lamenta.
“La prostitución es un entorno muy hostil en el que no tienes amigos y vives solamente para ir a trabajar. Ese aislamiento es el que ayuda al proxeneta a hacer con ella lo que quiere”, explica Natalia, que lleva desde 2005 atendiendo, informando y asistiendo en Cataluña a mujeres del mundo de la prostitución.
El compromiso de Selene con la relación era tal que cuando él se marchó a Rumanía, en teoría para buscar un empleo, ella siguió mandándole dinero durante un año. Cuando fue a visitarlo, él se había gastado todo lo que ella le había ido mandando y seguía sin trabajar. De vuelta en España, Selene descubrió que estaba embarazada. A pesar de que su novio intentó convencerla para que siguiera trabajando unos meses más, ella dejó el club y se marchó a su país para estar juntos.
Se fueron a vivir con la familia de él y a ella prácticamente la convirtieron en su esclava doméstica: “Tenía que cuidar a sus sobrinos, venían veinte personas a casa y tenía que hacer la comida para todos, limpiar, fregar. Su familia me insultaba. Yo le preguntaba qué nombre le pondríamos a la niña, pero él me ignoraba y eso para mí, estando embarazada, fue muy fuerte. Yo creía que a lo mejor no me hacía caso porque no tenía dinero y pensaba: ¿qué voy a hacer si no tengo dinero y él no está agradecido?, ¿cómo le voy a comprar a la niña ropa, leche y todo lo que le hace falta?”.
“En la historia de Selene ha habido mil ocasiones en las que ella se ha quedado sola y podría haber dicho 'me voy de esta situación', pero cuando tienes esa falta de capacidad de decisión escaparse no es tan fácil. No puedes decidir que te vas a escapar porque no eres ni siquiera consciente de que puedes hacerlo”, argumenta Natalia, que es socióloga experta en género.
“Yo he preferido regresar a España que seguir en Rumanía”, se justifica Selene. Cuando dio a luz a su hija, regresaron a Figueres, fueron a vivir con las hermanas del joven y ella volvió a trabajar en el club.
“La sociedad tiende a pensar que la persona que ha consentido ser explotada sexualmente ha accedido a dedicarse a la prostitución en las condiciones impuestas, pero se olvida de que ese no es un consentimiento libre, voluntario, expreso y no coaccionado”, habla Sandra Fagil, Fiscal Delegada Provincial de Extranjería en Girona. “En el caso de Selene, además, también existe violencia de género: ella tiene dependencia emocional, un síndrome que está diagnosticado, en el fondo lo quiere, en el fondo es su hombre”. La fiscal ha asumido la investigación criminal del caso y en la actualidad lleva once procesos más de prostitución forzada en la provincia.
Hasta este verano Selene formaba parte del millar de mujeres que la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF) de la Policía calcula que están sexualmente explotadas en la zona del Alto Ampurdán, al norte de Girona. Según la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos de esta unidad, el 70% de estas mujeres tiene menos de 30 años y es de nacionalidad rumana, seguidas de búlgaras y nigerianas. El enorme trasiego de camiones que circula por la Nacional II, una de las rutas más importantes de transporte terrestre de Europa, junto a las diferencias entre las legislaciones francesa y española respecto a la prostitución (en Francia está prohibida) explican la posición estratégica de la zona.
Policía, Fiscalía y miembros de ONG saben que, a pesar de tener identificada a una víctima de trata o explotación sexual, no pueden actuar si ellas no dan el paso, algo que no suele ocurrir por miedo y desconfianza. “Una víctima de este tipo tiene que estar muy reventada para tener de repente el coraje de denunciar esta situación”, explica la fiscal.
La situación de Selene empeoró al volver a España. Su pareja seguía dilapidando el dinero que ella conseguía por las noches, los insultos y las agresiones se volvieron más frecuentes y, además, empezó a ver cómo las hermanas la alejaban de su hija.
“Dormía muy poco porque quería aprovechar el tiempo para estar con la niña, pero no podía porque por la mañana se la llevaba alguna de las hermanas y a mí me dejaban sola en la casa. Si me quejaba, él se enfadaba y tenía a toda la familia encima. ”Llegué a pensar que a lo mejor querían separarme de mi hija, usarme mientras gano dinero y después de un tiempo, echarme“, recuerda Selene, que señala esos últimos meses como los peores. ”Yo pensaba: en vez de estar con mi hija en casa cuidándola, estoy en el club. Él me insultaba, me llamaba puta y mala madre y yo cuando miraba a la niña de verdad me sentía como una mala madre, pero esto yo lo estaba haciendo por el bien de la familia, para ganar dinero y poder hacer una casa, pero cada día estaba peor y ya no podía más“.
Selene llegó al límite cuando su novio le pidió a una sobrina que hiciera de canguro una tarde. “Le pedí que se quedara con la niña mientras yo me preparaba para ir al club y él me dijo que tenía cosas que hacer. Y ahí exploté. Le dije: no estás trabajando, tienes dinero, por lo menos podrías estar con tu hija porque si yo pudiera estar en tu lugar estaría las 24 horas con ella”. Selene y su pareja se pelearon y él acabó pegándola mientras ella sostenía a su hija en brazos. “La niña empezó a llorar y él se puso muy nervioso, me acusó de haberlo hecho para que la niña viera que no era un buen padre y entonces empezó a amenazarme con un cuchillo. No sé si de verdad o para asustarme, pero para mí eso ha sido lo mas fuerte de todo, que estuviera llorando la niña y que me pegara delante de ella”.
Esa misma tarde Selene entró en internet desde su móvil para buscar ayuda. Encontró el email de trata@policía.es y, antes de ir al club, escribió lo siguiente:
Estoy rumana y vivo en Figueres, tengo una niña de 8 meses y mi novio me obliga a prostituirme, no me deja estar con la niña, me pega, está violento físicamente y psicológicamente. Ya no puedo aguantar más, no tengo a donde ir porque no me deja salir de casa. Por favor, de corazón, ayudadme.
En su mensaje no había datos suficientes para poder identificarla, así que desde Comisaría General le contestaron, pidiéndole su teléfono y algunos detalles más. El subinspector del Grupo I de Policía de Barcelona, Toni Aguilar, y su equipo prepararon las mochilas para poder salir inmediatamente hacia Figueres, pero pasaron unos días y el correo electrónico no llegaba.
“Me contestaron los policías, pero al día siguiente él se comportó normal y me dio un poco de cariño. Estuve dudando y casi pasando del email”. A los cinco días, Selene respondió con sus datos y rápidamente Toni y otros tres agentes se desplazaron desde Barcelona. El dispositivo para este tipo de operaciones suele ser de ocho o diez policías, explica el subinspector, pero aquel día de verano no había más agentes disponibles y no quisieron esperar: “Nos ha pasado alguna vez que por dilatar operaciones las víctimas se echan atrás o desaparecen”.
María es la intérprete de la Policía que aquella tarde llamó a Selene desde Madrid para informarla, en su idioma, de que los agentes irían al club a primera hora de la noche para liberarla. “Hablamos muchas veces esa noche, al principio le temblaba la voz, estaba supernerviosa”, recuerda María, “quería saber qué iba a pasar con ella y con su niña después”. Además de escuchar y calmar a Selene, la intérprete llamó al subinspector para explicarle la situación: en el club conocían a la hermana y si ellos entraban allí alguien podría avisarla y que se llevaran al bebé. Se decidió retrasar unas horas la operación.
Cuando Selene y su pareja llegaron al descansillo de su piso, dos policías estaban esperándoles y tenían a la otra pareja detrás. “A él le llevamos al piso de abajo”, relata Toni. Hubo un momento incómodo cuando quisieron abrir la puerta de casa para que Selene cogiera a la niña: ella no tenía llaves del piso. Tuvieron que pedírselas a él. “No se resistió, fue bastante frío”, dice el subinspector, que recuerda que le impresionó la corpulencia de aquel veinteañero no demasiado alto y con chándal: “Hacía pesas, tenía los brazos cuatro veces más grandes que yo (…) la chica nos dijo que le había pegado esa tarde”.
Selene entró en su habitación y cogió algo de ropa, leche en polvo y unos pañales. Después fue al cuarto donde dormía la hermana de su novio y sacó a su hija de la cuna. “La niña salió sin zapatos”, recuerda el policía, “por miedo no quiso coger casi nada, solo quería llevarse a la niña”.
Los policías se dividieron. Unos llevaron a la madre y al bebé a la comisaría de Figueres, otros trasladaron al proxeneta a una comisaría del municipio de La Jonquera, para que no se cruzasen. A pesar de haber trabajado aquella noche, Selene no llevaba un euro encima: “Tenía 70 céntimos en su bolsito de mano y no le llegaba para comprar tabaco. Ninguno de nosotros fumamos, así que fuimos a comprarle un paquete porque estaba muy nerviosa”. Toni explica que, poco a poco, Selene se fue calmando: “Lo primero que nos dijo en castellano fue que ella solo quería poder abrazar a su hija cuando quisiera, porque cuando estaba maquillada y preparada no le dejaban que cogiera a la niña”.
Desde su liberación han pasado casi tres meses. Ahora Selene vive en una casa de acogida, su hija acaba de empezar la guardería y ella ha vuelto a estudiar. Pero, de igual modo que el proceso por el que se convirtió en víctima de trata no es sencillo de resumir, su recuperación es mucho más que dejar de acudir al Moonight.
La familia de Selene no sabe dónde ha trabajado su hija y a ella le da mucha vergüenza que se entere. Tiene que reforzar su autoestima, desprenderse del sentimiento de culpa y aprender a vivir sin miedo, porque incluso cocinando siente ansiedad ante la posibilidad de equivocarse y, por ejemplo, pasarse de sal.
A un proceso penal que puede durar años hay que sumarle un trabajo psicológico en el que tendrá que poner en duda lo que ha aprendido durante tanto tiempo. “Ahora me acuerdo de cómo era yo antes en casa, con mi familia. Entonces sí sabía que había gente buena, pero había dejado de pensarlo en todo este tiempo. Estoy flipando de ver que hay gente buena en la que puedes confiar, me parece muy raro”, reconoce con risa nerviosa, como si en el fondo le siguiera sonando absurdo. Selene tiene 22 años, ha recuperado a su bebé y confía en recuperar su vida: “Me cuesta mucho, la verdad, pero me siento capaz y tengo muchas ganas de vivir”.
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Nota: La historia de Selene, producida por la Fundación porCausa, se ha realizado con la colaboración de Mabel Lozano, directora del documental sobre trata de personas “Chicas nuevas 24 horas”. “Chicas nuevas 24 horas”