“Lo bueno de ser idealistas es que no nos rendimos”.
Quien así habla es Madeleine Rees, secretaria general de la Liga de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF, por sus siglas en inglés), la organización internacional feminista y pacifista más antigua del mundo. Esta frase podría muy bien resumir los noventa y ocho años de historia de WILPF y a buen seguro refleja el sentir de muchas de las noventa mujeres que estos días se reunieron en Madrid en un encuentro de esta Liga para hablar del mundo que queremos construir, de paz, de justicia social, de derechos humanos, de ecologismo y de igualdad de género.
WILPF nació en 1915 en el Primer Congreso Internacional de Mujeres de La Haya de la mano de importantes sufragistas que defendían que la igualdad de derechos y la paz estaban relacionadas y que, en plena Primera Guerra Mundial, proclamaban que la guerra no era inevitable. Estas 1.136 mujeres desafiaron los obstáculos para reunirse en un escenario bélico y defendieron lo que aún hoy sigue vigente: para lograr la paz y la libertad, las causas de la guerra deben ser eliminadas y los sistemas económicos y sociales basados en privilegios deben ser transformados en sociedades en las que la igualdad política y económica, la participación de las mujeres y los hombres y la justicia sean aspectos centrales.
WILPF dista mucho de ser una organización anacrónica. Estamos viviendo una crisis multidimensional en la que los poderes financieros ponen en peligro los derechos humanos, la democracia, el avance de las mujeres, la gobernanza internacional, la solidaridad y el Estado de bienestar. La desigualdad y los abusos dominan la escena actual. Como señalan Carmen Magallón y Manuela Mesa, presidenta y vicepresidenta de WILPF-España, “las madres fundadoras de WILPF hicieron propuestas alternativas a la guerra como medio de solución de conflictos. Cien años más tarde, tendríamos que decir una palabra acerca de cómo confrontar la guerra de hoy, que es principalmente económica”. Carmen Magallón apuesta por impulsar “otra estructura de gobernanza y desplazar el poder financiero”. Madeleine Rees señala que la situación actual afecta a los temas de los que la Liga ha venido hablando desde 1915: la paz, la participación en la toma de decisiones y la igualdad socioeconómica. El 70% de los recortes, subraya, afectan a las mujeres. La crisis ha puesto en marcha un circulo vicioso de discriminación, empobrecimiento y violencia que “se debe romper lo antes posible”.
La respuesta a esta guerra económica y a este panorama regresivo es quizá uno de los retos más importantes que las activistas de WILPF han afrontado estos días en Madrid. No será un reto menor, pero esta Liga, una de las primeras organizaciones de la sociedad civil que obtuvo el estatuto consultivo de la ONU, tiene experiencia enfrentando desafíos mayúsculos, como el militarismo. Hoy día sigue estando vigente el reto de pasar de una economía de guerra y de un concepto de seguridad del Estado basado en las armas a una economía de paz y un concepto de seguridad basado en los derechos humanos.
WILPF aboga por este cambio trabajando en tres ejes: el activismo, la incidencia entre quienes toman las decisiones y la acción. Así, la publicación de los gastos militares en contraste con los presupuestos de investigación para la paz, la elaboración de declaraciones sobre conflictos y sus causas, la presión para que las mujeres sean tenidas en cuenta en la toma de decisiones sobre seguridad y paz, la colaboración en la aprobación de un tratado sobre el comercio de armas, la organización de cumbres paralelas de la sociedad civil en el seno de la ONU y la cooperación con movimientos sociales que se oponen a reformas que perjudican la educación, la salud y los derechos económicos son algunos de los ejes de esta organización internacional. El trabajo de la Liga, desde sus oficinas en Ginebra y Nueva York y desde las 33 secciones nacionales, es inmenso. Las mujeres que han formado parte de WILPF son idealistas, incansables y decididas, como algunas de sus fundadoras, que han sido reconocidas con el Nobel de la Paz, o como la propia Madeleine Rees, que durante muchos años trabajó en el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos y cuya lucha contra el tráfico de personas en Bosnia y su denuncia de la complicidad del personal de la ONU se plasmó en la película The Whistleblower.
Adilia Caravaca, abogada costarricense y actual presidenta de WILPF, recuerda que frente a las “tendencias destructoras de buscar la ganancia a cualquier costa, las mujeres contamos con una experiencia vital que nos empuja a proteger la vida”. Carmen Magallón considera que las mujeres “es importante unirse en organizaciones globales y no olvidar que tenemos la capacidad de incidir”. Beatrice Finh, que trabaja en el programa de desarme en la oficina de WILPF en Ginebra y se felicita de que en este campo la Liga es una organización reconocida y escuchada, tiene esperanza. “Tenemos que creer que podemos cambiar las cosas, porque hay cambios continuamente. Se han prohibido algunos tipos de armas”. Madeleine Rees se confiesa optimista, aunque reconoce que es muy fácil caer en el desánimo: “Nadie quiere este sistema y todos queremos lo mismo: no queremos vivir una guerra y queremos tener salud, educación para nuestros hijos, seguridad. Podemos pensar que estamos lejos de lo que queremos, pero se están dando pequeños pasos que nos terminarán llevando allí. No hay que rendirse nunca”.