En una casa de uno de los barrios más pobres de Gaza, Mohammed Baker bebe su té a pequeños sorbos. Al mismo tiempo observa el retrato de su difunto hijo, Ismail. Tenía 9 años cuando murió, el 16 de julio de 2014; era uno de los niños Baker que se encontraban jugando en la playa cuando, de repente, y ante la mirada de decenas de periodistas que habían llegado a cubrir la operación militar israelí comenzada ocho días antes, cayó el primer proyectil. Luego, el segundo.
Mohammed vuelve la cabeza y mira a su otro hijo, Mansur. Acaba de ser operado de una enfermedad en los ganglios linfáticos, ocasionada por el fósforo blanco que lanzó Israel a la población gazatí en la operación Plomo Fundido en 2008.
Se le acumula la tristeza, el cansancio, las deudas. Son ocho años de bloqueo y ocho años con cuatro agresiones israelíes. Para colmo, acaba de perder su única forma de subsistencia, su barca. El motor está inservible y la barca, como un queso gruyer, llena de agujeros. Más de 70, según han contado sus sobrinos pequeños. Todo esto debido a las ráfagas de las ametralladoras de la marina israelí que arremetieron, sin razón aparente, contra su hijo y su sobrino cuando estaban pescando a 5 millas náuticas de la costa.
“Nos están matando lentamente –dice negando con la cabeza Mohammed, como quien niega la vida y la esperanza–. Justo cuando estaba en el hospital con mi hijo Mansur, me llaman diciendo que uno de mis hijos y un sobrino han llegado heridos por disparos. Las heridas son leves, pero la barca se ha quedado inutilizable”.
Mohammed rompe a llorar. A su lado, sentados, están Omar, su hijo herido en el mar, y su sobrino Hamuda, que iba con él aquel día y también resultó herido. Hoy nadie trabaja.
“Éramos seis pescadores en la barca”, explica Omar. “Entonces, llegaron los israelíes y nos dijeron que nos fuéramos hacia el sur a pesar de que estábamos en una zona permitida. Fuimos al sur, pero comenzaron a dispararnos. Nos gritaban: ¡Parad el motor! ¡Barco 65, barco 65, parad el motor! ¡Si no paráis, os mataremos!”.
Normalmente, los pescadores de Gaza se dirigen en grupos allá donde saben que pueden capturar peces. Una tarea complicada si se tiene en cuenta que, debido al bloqueo, no pueden acceder a la distancia donde la pesca es abundante.
“Había veinte barcas. ¿Por qué se dirigieron a nosotros? –continúa Omar–. Yo no paré el motor, así que los soldados dispararon contra el motor. Luego un soldado nos gritó: '¡Parad ahora u os mataremos!'. Yo le dije: 'Vale, vale, pero deja de disparar'. Un segundo después, el motor paró, ya no funcionaba. Yo eché una cuerda a la barca de mi primo para que nos remolcara, pero disparaban contra la cuerda también”.
“Todas las ametralladoras de la lancha nos apuntaban y disparaban”, cuenta su primo Hamuda. “Al mismo tiempo, la movían haciendo olas para tirarnos al agua. Las otras barcas nos intentaban ayudar, pero muchos no pudieron hacer nada”.
Cuando el motor dejó de funcionar, Mohib se acercó con su barca para intentar remolcarlos. “Vi que uno de ellos estaba herido pero, al acercarme, la lancha israelí provocó olas que volcaron mi barca. Yo escapé buceando para evitar los disparos”.
Finalmente lograron huir, después de que otro pescador consiguiera enganchar la cuerda a su barca.
“Incluso cuando nos estaban sacando de ahí, los israelíes nos persiguieron. Casi llegaron a la entrada del puerto. Hicieron de todo para detenernos”, dice Hamuda.
¿Ataque deliberado?
El semblante de Mohammed cambia. Ahora refleja rabia e impotencia.
“Esto nos lo han hecho porque he abierto un caso contra ellos en la Corte Penal Internacional. Desde hace seis meses hablo con todos los periodistas que vienen. Salimos en todos los medios. Una vez vieron la barca en el mar, comenzaron a disparar contra ellos. Este es el terrorismo israelí. Después de matar a nuestros hijos, nos persiguen, impidiendo ganarnos la vida”.
La matriculación de las barcas está bajo control israelí, al igual que los carnés de identidad de toda la población de los Territorios Ocupados en Gaza y Cisjordania, según aclara desde la Unión de Pescadores su portavoz, Zakaria Baker. Sin embargo, nadie puede confirmar que, en efecto, los soldados estuvieran persiguiendo la barca número 65 deliberadamente.
Zakaria cuenta, además, que desde el 19 de enero hay una “escalada de violencia en el mar”. Disparos, persecuciones y detenciones de pescadores, y heridos, como Omar y Hamuda. Los ataques ocurren a partir de una milla náutica, y “en ningún momento los pescadores han podido alcanzar las 6 millas náuticas después del cese al fuego”, afirma el portavoz.
Fuese o no un ataque con las intenciones que denuncian los Baker, la vida de la familia ha sido arrojada a la deriva.
“Mi vida está arruinada, completamente”, lamenta Mohammed Baker. “El motor era una donación de una asociación. Durante la última guerra, Israel bombardeó las cabinas de pescadores y me destrozaron una barca con la que pescaba sardinas. Perdí el material, las redes... Un total de 15.000 dólares. Todo esto son deudas. Quince personas dependen de ese barco. El motor cuesta más de 5.000 dólares. Esto es un crimen. Los pescadores pasamos horas para ganar solo entre 10 y 15 shekel (2-3 euros) al día, además nos disparan y nos amenazan. Quien va al mar está perdido, quien vuelve, puede decir que ha vuelto a nacer”.
Omar todavía tiene grabada en la retina la imagen de los cartuchos vacíos cayendo sin parar al mar, a menos de cuatro metros de distancia. Las lanchas israelíes superan en altura, y en anchura, a las barcas de los pescadores.
“Incluso los peces que habíamos pescado recibieron balas. Salimos para ganar 20 shekels y volvimos perdiendo miles de dólares”, dice afligido Omar.