Cuando Hanan se puso de parto, se quedó paralizada por el dolor y el miedo a dar a luz sin ayuda médica, y el terror a los ataques aéreos y francotiradores israelíes en el camino al hospital. “El dolor era insoportable y quería desesperadamente ir a un hospital. Pero la situación en las calles lo hacía imposible, ir al hospital significaba arriesgar nuestras vidas”, explica Hanan, pocos días después del nacimiento de su cuarto hijo.
Con los hospitales sin suministros, asaltados o rodeados por las tropas israelíes y llenos de heridos de guerra, Hanan decidió que era mejor dar a luz en casa. La asistió una enfermera que se había refugiado en su edificio, pero no pudo ofrecerle más que consejos médicos básicos. Los otros tres hijos de Hanan escucharon horrorizados la realidad de un parto sin asistencia médica ni calmantes para el dolor.
La ONU ha manifestado su “grave preocupación” por las mujeres embarazadas que no pueden acceder a la atención sanitaria en Gaza. En octubre, la cifra estimada de estas mujeres rondaba las 50.000, de las que se espera que más de 100 den a luz a diario en un contexto de escasez de productos de primera necesidad, como alimentos y agua, y difícil acceso a la atención médica.
El número de hospitales en funcionamiento se ha reducido de 36 a ocho y el personal sanitario de Gaza asegura estar desbordado por las víctimas de los ataques y los combates. Esto ha obligado a cientos de mujeres a dar a luz solas, en casa, como Hanan.
“Gritaba de dolor delante de mis tres hijos, que ya estaban aterrorizados por mí y angustiados por los incesantes ataques aéreos israelíes”, cuenta la madre. Su hija empezó a llorar y Hanan se esforzó por soportar el dolor sin gritar para que Sirin, de siete años, no se asustara: “Los llantos de Sirin me rompían el corazón. No podía tranquilizarla y mis gritos la asustaban. Así que, sumida en mi propio miedo y dolor, luchaba por controlarme”.
La enfermera Haya había trabajado en maternidades de hospitales, pero siempre junto a médicos. “Nunca había asistido un parto yo sola”, dice. De repente, tuvo que hacer todo lo posible para mantener con vida a la madre y al niño.
En la Franja de Gaza prácticamente no hay electricidad, con cortes constantes del suministro eléctrico, centrales eléctricas dañadas y reservas de combustible para generadores casi inexistentes tras unos tres meses de ataques israelíes y un férreo bloqueo sobre el enclave. Las vecinas del edificio de Hanan se unieron para que Haya, la enfermera, pudiera atender a su paciente durante la larga noche, iluminando la habitación con las baterías de sus teléfonos. “A pesar de lo complicado que es cargar nuestros teléfonos móviles... mis vecinas iluminaron la habitación con las luces de sus dispositivos para facilitar el trabajo de la enfermera Haya durante el parto”, explica Hanan. También la apoyaron durante el parto, dándole ánimos e intentando que regulase la respiración para soportar el brutal dolor.
En Gaza, los niños nacidos prematuramente o con problemas médicos tienen todas las de perder. Hay 130 recién nacidos en incubadoras, según la ONU, y están entre los pacientes de mayor riesgo del territorio. En noviembre, la organización Human Rights Watch informó de que cuatro bebés murieron en la unidad de cuidados intensivos del hospital de Nasser después de que el personal se viera obligado a evacuarlo durante un ataque y no pudiera trasladarlos. Otros cinco murieron en el hospital de Al Shifa, antes de que pudieran ser evacuados a Egipto.
Hanan, ahora madre de tres hijos y una hija, huyó de un brutal conflicto hace una década. Esta palestina creció en Siria y se refugió en Gaza en 2012 huyendo de la guerra civil en ese país, pero la violencia también la esperaba en su hogar de acogida. La familia vive en el barrio de Al Nasr, en el oeste de Gaza, de donde las tropas israelíes ordenaron evacuar a los civiles al comienzo de la guerra. Se dirigió al sur, a Jan Yunis, pero las condiciones en la ciudad eran tan duras que decidió regresar a Al Nasr. “Aunque supusiera arriesgar mi vida, prefería enfrentarme a la muerte con dignidad”, afirma. “No podía soportar la idea de estar en un campamento de desplazados, donde mis hijos no tenían colchones para dormir y escaseaban hasta los productos básicos, como el agua y la comida”.
Con tres hijos y un bebé
Así que la familia -Hanan, su marido y sus hijos Hassan, de 16 años, Hamada, de 14, y Sirin- regresó para esperar a que terminara la ofensiva israelí y prepararse para la llegada del bebé.
Durante el parto, amigos y vecinos ofrecieron lo que buenamente pudieron para ayudar. Además de compartir la luz de sus teléfonos, oraron y trajeron ropa que pudiera cortarse en tiras para que Haya la utilizara mientras atendía a la madre y al bebé. “Cuando asomó la cabeza del bebé y los llantos del recién nacido llenaron la habitación, una oleada de emociones encontradas -alivio, miedo, alegría y ansiedad- se apoderó de todos”, relata Haya. “Tuve que improvisar y cortar el cordón umbilical con unas tijeras de cocina de Hanan. No había esterilizador y salir de casa para intentar conseguirlo o comprar unas tijeras médicas era imposible”, explica. La enfermera cuenta que todos los vecinos consideran que el bebé es su “niño milagro”.
El padre y la madre del recién nacido están contentos de que esté vivo y aparentemente sano, aunque no han podido hacerle las pruebas rutinarias. “Decidí llamar a mi hijo Ward, que significa flores. Espero que tenga un futuro tan hermoso como las rosas”, desea Hanan. “Ya desde recién nacido ha demostrado tener una fuerza extraordinaria, desafiando los bombardeos israelíes y la falta de alimentos y apoyo médico básico para venir a este mundo”.