En 2008, Ecuador dijo 'no' a los transgénicos. Este país andino es el único en Sudamérica que los prohíbe en su Constitución, en una región donde se encuentran el segundo y el cuarto mayor productor mundial de organismos modificados genéticamente (OGM): Brasil y Argentina. La carta de más de un centenar de ganadores del Premio Nobel defendiendo su consumo, y acusando a la ONG Greenpeace de crímenes contra la humanidad por oponerse a ellos, ha encendido de nuevo el debate sobre si Ecuador debe rebajar su oposición a los transgénicos o mantenerse firme.
Ecuador ya ha vivido intensas discusiones al respecto. Tras declarar al país “libre de cultivos y semillas transgénicas” con la Carta Magna de 2008, el presidente Rafael Correa planteó la posibilidad de reconsiderar dicha prohibición. “Las semillas genéticamente modificadas pueden cuadruplicar la producción y sacar de la miseria a los sectores más deprimidos”, declaró en 2012. Sin embargo, la reforma constitucional nunca se acometió.
Otros países también se han mostrado reticentes al cultivo de transgénicos, como es el caso de Perú, que aprobó en 2012 una moratoria de diez años en la entrada de OGM a su territorio.
“Que yo sepa, esos premios Nobel que están apoyando a la agroindustria no son ni campesinos ni expertos en temas agrícolas”, expresa Javier Carrera, coordinador de la Red de Guardianes de Semillas de Ecuador. “Ha habido una presión muy fuerte por parte del sector agroindustrial para conseguir que estos científicos se unan a esta campaña”, añade este permacultor de 41 años, quien se opone a los transgénicos porque “tal y como está manejada la industria de la ingeniería genética hoy en día, no hay ningún beneficio directo en ningún modo posible”.
En su misiva, los 109 científicos opinaban que los alimentos modificados genéticamente podrían ser la clave para acabar con la desnutrición en el planeta. “Los transgénicos no son la solución del hambre en el mundo”, respondió Greenpeace, que recordó que “la inmensa mayoría de los cultivos transgénicos comercializados (cerca del 80%) actualmente se destina a piensos para animales y biocombustibles”.
Javier Carrera insiste en que no está en contra de la biotecnología, sino del modelo actual gobernado por unas pocas multinacionales como Monsanto, Dow-DuPont o Syngenta, recientemente comprada por el Estado chino. “La ciencia en sí podría ser útil si estuviera ligada a una investigación independiente que beneficiara los intereses de la población, pero lo que ocurre es que toda la investigación transgénica está al servicio de los intereses de la agroindustria”.
Carrera dedica su vida a velar por la supervivencia de unas semillas que, según él, están más amenazadas que nunca por el avance del monocultivo de exportación y los transgénicos. “Desde los años 60 con la llamada revolución verde y la llegada de los agroquímicos, la humanidad ha perdido el 75% de las variedades de semillas por la erosión genética”, asegura. “De seguir así podríamos llegar a un cuello de botella biológico en el que tendremos menos del 1% de las semillas que heredamos”, predice el también miembro de la red latinoamericana Semillas de Libertad.
Proceso de selección de semillas
Los argumentos de Carrera son desechados por los defensores de los OGM. El investigador ecuatoriano César Paz-y-Miño está convencido de que la introducción de los alimentos transgénicos en Ecuador podría contribuir al desarrollo del país. “Defiendo la tecnología transgénica como una herramienta para conseguir productos útiles para la humanidad, que sean además de acceso fácil para las personas que lo necesitan”, esgrime este especialista en genética médica graduado en la Universidad Autónoma de Madrid.
“El problema es que los OGM se asocian perversamente con empresas transnacionales como Monsanto, pero los transgénicos son más que eso: son aportes tecnológicos y posiblemente, si se los maneja con ética y olvidándose del tema financiero, podrían ser una buena solución para problemas del hambre en varias partes del mundo”, expone Paz-y-Miño, quien considera la prohibición constitucional en Ecuador un “absurdo tremendo” producto de “la moda ecologista”.
Para este profesor de la Universidad de las Américas, los OGM suponen un salto cualitativo en la investigación científica, pues permiten acelerar el proceso de selección de semillas llevado a cabo por el campesinado desde hace milenios. “La transgénesis es una alternativa rápida a esa selección tradicional de las semillas más aptas, facilita obtener productos de mejor calidad, más resistentes a los cambios ambientales que estamos viviendo”, argumenta este biomédico de 58 años. “Países como Ecuador deberían desarrollar estos organismos por sí mismos para solucionar sus problemas específicos, tenemos la tecnología para hacerlo”, afirma Paz-y-Miño, reconocido en su país como “Científico del Año” en 2015.
Los escépticos de los transgénicos tienen claro que el futuro del Sur Global no pasa por la adopción de esta biotecnología. En su carta, los 109 Nobel se referían al arroz dorado, enriquecido con vitamina A mediante modificación genética, como el alimento con “el potencial de reducir o eliminar gran parte de las muertes y de las enfermedades causadas por una deficiencia en vitamina A”.
Carrera ve las cosas de otra manera: “En el Sudeste Asiático tradicionalmente tenían dietas muy diversificadas, un campesino sembraba no solamente arroz, sino otra serie de vegetales que daban una alimentación completa a la familia, pero eso se reemplazó por el modelo agroindustrial, empezaron a producir solamente arroz y principalmente para la exportación. Es decir, ya no producen alimentos, producen ‘commodities’, bienes de mercado. Esa es la principal causa de la desnutrición”.
Los problemas de alimentación en el campesinado no se reducen, según Carrera, a esa vitamina que aporta el arroz dorado. “El sector campesino allá en Asia, igual que acá en Latinoamérica, no solo es deficiente en vitamina A, es deficiente en casi todas las vitaminas y minerales porque ya no están consumiendo alimentos naturales”, asevera. Por ello, este ‘guardián de semillas’ opina que la misiva de los científicos forma parte de “una campaña de marketing creada por la agroindustria en base a un concepto terrorífico: los estamos matando de hambre, pero les vamos a dar vitaminas”.
Al otro lado del debate, Paz-y-Miño considera que hay que superar de una vez por todas los mitos que existen alrededor de los OGM. “Yo creo más en las evidencias científicas que en esta moda de estar en contra de los transgénicos porque provienen de una transnacional”, expone. Para el científico ecuatoriano, la humanidad no puede permitirse el lujo de no aprovechar las ventajas derivadas del uso de la transgénesis. “Podemos manipular alimentos para que tengan mejores características alimenticias. Podemos manipular productos para que sean más ricos en ácido fólico. Eso beneficiaría a poblaciones enteras que tiene problemas o deficiencias de ese ácido”.
Carrera se niega a aceptar que las evidencias científicas sean favorables al consumo de transgénicos. “La ingeniería genética está basada en el determinismo genético, un concepto que ya fue rebatido en los años 90. Hasta ahora han tratado de negar que exista transferencia horizontal de genes, es decir, que los genes puedan ser transferidos sin necesidad de reproducción sexual. Eso se ha probado falso, como se vio en Estados Unidos con el amaranto, que adoptó la resistencia del algodón transgénico a los herbicidas y se convirtió en supermaleza, causando pérdidas millonarias”, analiza el permacultor que reside en una zona rural cercana a Quito. “Nosotros no somos anticientíficos, sino en realidad estamos en la avanzada de la ciencia”, remata.
La agroecología como alternativa
Desde el punto de vista de Carrera, la alternativa al uso de OGM pasa por la agroecología. “Como ya dijo Oliver de Schutter, el relator de la ONU para el Derecho Alimentario y la Salud, la agroecología es la única solución viable para poder alimentar a la humanidad en el futuro”, manifiesta. “Necesitamos un modelo sostenible que no destruya los recursos, que produzca más alimento por hectárea y que beneficie a la economía local”.
Paz-y-Miño no lo tiene tan claro. “Para ellos, la alternativa es la agroecología. Pero hay estudios que muestran que las aguas usadas para regar esas plantaciones están contaminadas con plomo, arsénico, oro e incluso uranio. Entonces, estamos comiendo alimentos agroecológicos que podrían estar contaminados con otras cosas peores”, replica.
Además, para el investigador ecuatoriano su país cae en una contradicción, ya que prohíbe la siembra de cultivos transgénicos, pero al mismo tiempo autoriza la venta de alimentos transgénicos producidos en el exterior. “El 70% de la soja que importa Ecuador viene de Estados Unidos, un país cuya soja es transgénica en un 90%. Es una doble moral combatir las semillas transgénicas, pero luego importar el producto”, denuncia.
Tras la publicación de la carta firmada por los ganadores del premio científico más prestigioso del mundo, la discusión sobre el consumo de alimentos modificados genéticamente se ha revitalizado. En países como Ecuador, donde uno de cada cinco niños sufre desnutrición crónica, es urgente adoptar un modelo que permita el acceso de toda la población a una alimentación equilibrada.