Cuarenta años, eritreo, maestro en una escuela de primaria en su país. Es la historia de Ambes: “Me marché de mi tierra hace un año. Crucé la frontera con Sudán y cuando llegué a su capital me quedé en ella varios meses”.
Los inmigrantes que llegan a Lampedusa tienen una imagen en la cabeza que es sinónimo de lo peor. El desierto. “Fue una de las experiencias más duras que yo haya vivido nunca. Sólo pensaba en llegar y ver el mar”.
La estancia en Libia es uno de los momentos más difíciles. “Llegado a Trípoli, pasé muchísimo tiempo en un apartamento fuera de la ciudad con otras personas. Teníamos comida y agua”. Los contrabandistas libios son aquellos que hacen negocio con sus vidas.
El desconocimiento se convierte en sorpresa: “No cogí nada, nos teníamos que ir directamente. No hay posibilidad de elegir la fecha, pero tampoco la de escoger el barco por el que uno está arriesgando su vida”, comenta con una normalidad que deja sin palabras.
“Subimos a un barco pesquero, estábamos completamente a oscuras. Recuerdo que cuando salimos el mar estaba muy tranquilo. No podíamos dormir ni tumbarnos, sólo había sitio para sentarse”. El barco en el que estuvo Ambes la noche del 3 de octubre estaba más lleno que de costumbre. Si normalmente embarcan 200 personas, esta vez eran más de 500.
En plena madrugada los inmigrantes llegaron a la costa de Lampedusa. “Vimos las luces de la isla a lo lejos. Ya no podíamos seguir, estaba entrando algo de agua en la parte inferior del barco. Dos pesqueros que vimos no se pararon. Para tratar de ser vistos, el capitán del barco, somalí, encendió gasolina para arrojarla al mar”.
Ese alumbramiento mal conseguido fue la causa de que prendiera fuego al brazo del capitán y, más tarde, también al motor. Todo el mundo se fue al lado opuesto del barco hasta que, por el desequilibrio, terminó volcando a dos millas del puerto de Lampedusa. Hubo 366 muertos en el naufragio del 3 de octubre.
“Salté directamente al agua y nadé durante tres horas, que se dice pronto, aunque creo que en algún momento la corriente fue a nuestro favor. No obstante el frío, traté de no pensar en nada, sólo en seguir la dirección de una costa que sabía que estaba cerca”. Al llegar el alba, fueron vistos por el barco del heladero Vito Fiorino, quien le salvó a él y a otros 46.
Ahora el futuro en Lampedusa parece que nunca va a llegar. “Llevo aquí muchísimas semanas, a los supervivientes del naufragio nos retienen más tiempo porque tenemos que declarar ante la policía italiana. Todavía no he testificado, por eso estoy aquí”, confiesa. “No sé dónde iré. Lo que sé es que vengo de un país dictatorial y que he llegado a uno de acomodados”.
Siendo Eritrea un país bajo una estricta dictadura, podrían darse las condiciones para que Ambes tramite su petición de asilo político. De esta manera llevaría a cabo su sueño: “Quiero traer a mi mujer y a mi hijo. Al pequeño lo dejé en casa con tres meses”.
Ya han pasado por lo menos 12 semanas desde que Ambes entró en el Centro de Socorro y Primera Acogida de Lampedusa. Es el símbolo no sólo de una tragedia, sino de cómo el deseo de un futuro diferente puede alargarse sin fecha.
El vídeo grabado por un huésped del centro de acogida de Lampedusa y emitido hace un par de semanas por el canal italiano RAI 2 mostró las vejaciones por parte de algunos empleados del centro hacia los inmigrantes durante un tratamiento contra la sarna. La grabación fue uno de los motivos por los que Italia desalojó casi por completo, el día de Navidad, el centro de acogida de Lampedusa.
Se trata de un remedio temporal. Las más de 200 personas trasladadas se han ido a otros centros de identificación de Roma y Palermo, y en Lampedusa siguen estando 17 personas, todas ellas vinculadas al naufragio del 3 de octubre.
Ambes, a lo largo de nuestra conversación, paseando por una perpendicular a Via Roma, se desahoga: “Odio esta isla. Mire donde mire, veo el mar y pienso en los amigos que han muerto en él. Estoy deseando salir de aquí”.