325 millones de pobres extremos vivirán en los lugares más propensos a desastres naturales en 2030
La lucha contra la pobreza tiene un enemigo que la comunidad internacional debería tomarse muy en serio en los próximos años si no quiere acabar incumpliendo una promesa más. Los desastres naturales, la mayor frecuencia y dureza con que el clima extremo golpeará a distintas regiones del planeta -como hemos visto estos días en Filipinas- podrían convertirse en la causa más importante de empobrecimiento futuro, en menoscabo de los esfuerzos por reducir los niveles de pobreza.
Ésta es una de las principales conclusiones que se extraen del informe 'La geografía de la pobreza, los desastres y el clima extremo en 2030', publicado por el Overseas and Development Institute (ODI) de Londres y presentado, casi proféticamente, hace unas semanas. Se trata de un estudio pionero en el que se han cruzado las proyecciones de vulnerabilidad a la pobreza, el riesgo de desastres naturales y la capacidad de los distintos países de gestionar los mismos.
Como explica a Desalambre una de las investigadoras que ha participado en la elaboración del informe, Amanda Lenhardt, “al combinar estas proyecciones se han identificado los países y áreas del mundo que suscitan una mayor preocupación, pues en ellas se va a concentrar la mayor proporción de personas empobrecidas y, por tanto, más vulnerables a los impactos del clima extremo y los desastres que ocurrirán en un futuro cercano si no se adoptan medidas para evitarlo”.
*Gráfico: Belén Picazo
Según destaca este think tank, hasta 325 millones de personas extremadamente pobres vivirán en los 49 países más propensos a sufrir desastres naturales en 2030, principalmente en el sur de Asia y el África subsahariana. “El momento exacto en que se van a producir es impredecible”, apunta Lenhardt, “pero sí que podemos hacernos una buena idea, basada en el conocimiento científico y la experiencia, de cuál va a ser su distribución geográfica”, añade esta experta en pobreza.
En concreto, los once países con mayor riesgo de pobreza inducida por este tipo de fenómenos climatológicos, es decir, aquellos donde existe un gran número de personas pobres y una alta exposición a los desastres, unida a una insuficiente capacidad de gestión a la hora de enfrentarlos, son: Bangladesh, República Democrática del Congo, Etiopía, Kenia, Madagascar, Nepal, Nigeria, Pakistán, Sudán del Sur, Sudán y Uganda. Otras zonas con importantes proporciones de población pobre y alto riesgo de sufrir fenómenos de carácter extremo como terremotos, inundaciones, sequía o tifones son Benín, la República Centroafricana, Chad, Gambia, Guinea Bissau, Haití, Liberia, Malí, Corea del Norte o Zimbabue.
En estas regiones, sostiene el estudio, “los desastres naturales pueden convertirse en verdaderas catástrofes humanas cuando resultan en un enquistamiento de la pobreza existente o en una entrada en la pobreza por la desaparición de bienes y fuentes de ingreso de forma masiva”. Los principales factores de riesgo de pobreza asociados a estas adversidades del clima tienen que ver con la falta de acceso a redes de seguridad, tierras y trabajo, así como con el hecho de vivir en áreas rurales afectadas.
Por otra parte, las sequías y las inundaciones serán los dos tipos de desastre natural más nocivos en términos de empobrecimiento a largo plazo. Según las proyecciones del ODI, la sequía aumentará en América del Sur y el África subsahariana, y este incremento será especialmente severo en el sudeste de Asia y el área del Mediterráneo. Precisamente España queda localizada en una de las zonas de mayor exposición a sequías extremas de cara a 2030.
¿Cuánto de “naturales”? El impacto del cambio climático
Si hay una cuestión que parece quedar clara es que el cambio climático posee un impacto sobre el empobrecimiento. En este sentido, ya sea por acción o por omisión, existe un margen de responsabilidad en estos fenómenos atribuibles a factores que no siempre son “naturales”. “Tenemos evidencias del riesgo de olas de calor extremo, inundaciones y sequías cada vez más severas y frecuentes a causa del cambio climático”, constata Lenhardt, quien advierte sobre la posibilidad de mejorar la protección ante estas contingencias climatológicas a través de “una adecuada planificación, infraestructuras más fuertes, evitar construir en planicies inundables o invertir en buenos sistemas de alerta temprana y refugios”.
Pero sucesos como el tifón en Filipinas o el terremoto de Haití ponen de manifiesto que todavía queda camino por recorrer. “Los desastres naturales a menudo crean una oportunidad para que los políticos ganen en popularidad al mostrarse ante el mundo siempre con las mangas remangadas, preparados para ayudar, como sucedió por ejemplo hace un año con el presidente Obama ante el Huracán Sandy”, recuerda.
La realidad, en cambio, es que el enfoque ante el desastre sigue mayoritariamente siendo de carácter post-emergencia. “La comunidad internacional centra sus esfuerzos en despejar los daños una vez que el desastre ha ocurrido, de hecho, nueve de cada diez dólares se gastan después de los hechos. Esto es lo que debemos cambiar si queremos evitar realmente que las consecuencias sean cada vez peores”, previene Lenhardt, que también tiene palabras para los medios de comunicación. “Si se le diera una mayor cobertura a aquellos que toman medidas para reducir el riesgo ante los desastres, los políticos también tratarían de ganar puntos haciendo las inversiones y tomando las decisiones más adecuadas antes de que estos se produzcan”.
Se trata, como sugieren desde este centro de investigación, de mejorar la gestión del riesgo de desastre (DRM, por sus siglas en inglés), algo a lo que en estos momentos solamente se destinan 40 céntimos por cada 100 dólares de ayuda oficial al desarrollo. Según destaca el informe, en los últimos 20 años, los países con mayor riesgo de empobrecimiento inducido por desastres naturales solamente han recibido dos millones de dólares de ayuda al desarrollo para tal fin.
En resumen, el problema no es tanto la adversidad del clima sino otros aspectos de tipo estructural. Así se explica, por ejemplo, que en 2008 murieran 138.000 personas en Birmania tras el paso del ciclón Nargis, mientras que el huracán Gustav, con una fuerza similar, solamente provocara la muerte de 153 personas en Estados Unidos y el Caribe. O que dos años más tarde, en 2010, en un terremoto como el de Haití perdieran la vida el 11 por ciento de las personas expuestas, mientras que en el terremoto de Chile, de mayor magnitud, solo murió el 0,1 por ciento.
Por todo ello, los autores de esta investigación lanzan un mensaje clave a la comunidad internacional de cara a las metas de desarrollo post-2015: “el objetivo de terminar con la pobreza debe acompañarse de una meta que incluya abordar factores clave de empobrecimiento –entre los que los desastres ‘naturales’ son un componente significativo”.