Desterrados en su propia tierra
La tierra es generosa en el Estado de Arakan, en el noroeste de Birmania. El arroz y otros cultivos crecen sin dificultad en su fértil suelo, regado por las lluvias de los monzones. Este año, la naturaleza ha seguido su curso habitual, pero decenas de miles de personas están sufriendo una hambruna generalizada que recuerda a catástrofes como las sequias del Sahel: son los desplazados internos de la etnia musulmana rohingya.
Muchos rohingyas se vieron obligados a huir de sus casas el año pasado, o fueron expulsados de ellas por el ejército birmano, tras dos brutales oleadas de violencia, primero en junio y después en octubre, entre miembros de su comunidad y de la etnia budista rakhine, mayoritaria en el Estado. En aquellos enfrentamientos murieron al menos 168 personas, en su mayor parte rohingyas, según los cálculos oficiales (la cifra real de muertos probablemente sea mucho más elevada). Muchos ataques estuvieron organizados por extremistas rakhine y las fuerzas de seguridad a menudo colaboraron en los ataques contra los musulmanes.
Más de cien mil rohingyas viven confinados en los campos de desplazados internos, hacinados en frágiles cabañas de bambú o, en el peor de los casos, frágiles tiendas de lona que apenas sirven para resguardarles de las lluvias monzónicas que arrecian durante esta época. Los arrozales que se hallan en sus zonas no pueden producir toda la comida que necesitan y los extremistas rakhine hacen todo lo que pueden para bloquear la ayuda que tratan de proporcionarles las agencias humanitarias y organizaciones internacionales, todo ello ante la mirada indiferente de las fuerzas de seguridad y autoridades birmanas. También hay desplazados internos rakhine, pero son mucho menos numerosos y, al contrario que los rohingya, disfrutan de libertad de movimientos y reciben ayuda suficiente para sobrevivir.
En esas condiciones, muchos de ellos tratan de huir a otros países. Algunos tratan de cruzar la frontera a Bangladesh, cuyo ejército a menudo los recibe a tiros. Otros llegan en frágiles botes a las costas de Tailandia, donde no son mejor recibidos: en ocasiones, la Armada tailandesa los ha arrastrado en alta mar para abandonarlos a la deriva.
La ONU califica a la etnia rohingya como una de las más perseguidas del mundo. Los 800.000 rohingyas que viven en Birmania se concentran en Arakan, junto a la frontera con Bangladesh. Pese a haber habitado esa tierra durante generaciones, el Gobierno birmano y la mayoría de la población del país los consideran inmigrantes ilegales procedentes de Bangladesh. Una ley aprobada en 1982 les despojó de la ciudadanía y los convirtió en apátridas: sin libertad de movimientos, sin acceso a los magros sistemas educativo y sanitario del país, sin ningún derecho.
Tras ser durante decenios probablemente el grupo más oprimido por una de las más crueles dictaduras del mundo, la llegada del incierto proceso de transición democrática que emprendió el país hace un par de años no ha supuesto ninguna mejora para los rohingya. Según un exhaustivo informe publicado en abril por la organización estadounidense Human Rights Watch, los rohingya son víctimas de una campaña de limpieza étnica que cuenta con el apoyo implícito de las autoridades locales y nacionales.
Los desplazados internos kachín
En el norte de Birmania hay un número similar de desplazados internos. En junio de 2011 volvió a estallar la guerra entre el ejército birmano y la guerrilla autonomista del Ejército para la Independencia Kachín (KIA) tras un tenso alto el fuego de 17 años. Las causas de una guerra que dio comienzo en 1961 son tanto políticas (el Gobierno quiere imponer una Estado centralizado, mientras que el KIA lucha por la autonomía en el marco de un Estado federal) como económicas (ambos bandos quieren explotar los abundantes recursos naturales de la región).
La guerra ha desplazado a unos cien mil campesinos de sus pueblos, que han huido de los combates, de la brutalidad del ejército birmano o de las minas antipersona que han sembrado ambos bandos en numerosas zonas del Estado. La mayoría se han refugiado en campos organizados por la Organización para la Independencia Kachín (KIO), el brazo político del KIA.
No es demasiado aventurado afirmar que el KIO/KIA cuenta con un gran apoyo entre su pueblo, pero las condiciones de los campos bajo su control distan mucho de ser perfectas. El Gobierno birmano ha bloqueado la entrada de ayuda humanitaria a esa zona desde hace más de un año como medida de presión y la atención médica es más que insuficiente, pese a los denodados esfuerzos de organizaciones locales.
Gracias a esas organizaciones, que pueden actuar con relativa libertad en su propio territorio y comprar suministros en China, las condiciones de los campos kachín no son tan terribles como las de los desplazados internos rohingyas en Arakan. Pero muchas mujeres kachín caen víctimas de redes de trata en China cuando cruzan la frontera tratando de encontrar trabajo. El Gobierno chino ha expulsado de a miles de kachín que han tratado de refugiarse en su territorio.
Los desplazados internos que se han visto obligados a refugiarse en campos controlados por el Gobierno reciben más ayuda, pero viven sometidos al miedo constante de ser detenidos por las autoridades bajo la acusación de colaborar con el KIO/KIA, lo que implica torturas y juicios sin ninguna garantía.
Sin embargo, se atisba un rayo de esperanza en el Estado Kachín. El mes pasado, el Gobierno birmano y el KIO/KIA llegaron a un preacuerdo de paz tras varias reuniones infructuosas y el fin de la guerra parece estar más cerca que nunca desde que volvió a comenzar en 2011.
Refugiados internos abandonados a su suerte
Hoy es el Día Internacional del Refugiado. Según la definición del Estatuto de Ginebra sobre los Refugiados firmado en 1951, un refugiado es “toda persona que, debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él.”
La definición oficial de refugiado no tiene en cuenta a los desplazados internos como los rohingya o los kachín, si bien entran dentro del mandato del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Sin embargo, al huir de conflictos en su propio país sin poder salir de él, los desplazados internos pueden llegar a ser más vulnerables que los refugiados en otro país, ya que a menudo siguen estando bajo el control del mismo Gobierno que les persigue.
En el caso de Birmania, es evidente que el Gobierno no está cumpliendo las obligaciones que tiene con respecto a sus desplazados internos. Sin embargo, la llamada “comunidad internacional”, que durante los años de la dictadura militar impuso numerosas sanciones al Gobierno birmano, ha decidido mirar hacia otro lado. El propio Obama exoneró de cualquier responsabilidad al Gobierno birmano en la limpieza étnica de los rohingya cuando visitó el país en noviembre del año pasado y la Unión Europea decidió levantar las sanciones al régimen birmano el pasado mes de abril, pese a que éste no había cumplido ninguna de las condiciones para hacerlo.
En 2011 Birmania inició un proceso de apertura democrática y, sobre todo, comercial totalmente controlado por los mismos militares que han tiranizado a su población durante décadas. Estados Unidos, los países de la Unión Europea y otras potencias occidentales parecen haber decidido pasar por alto las graves violaciones de los derechos humanos que sigue perpetrando el régimen birmano. Las razones son tanto económicas (Birmania es un mercado nuevo y virgen en casi todos los ámbitos y además es rico en recursos naturales) como geopolíticas (arrebatarle un aliado a China, la gran superpotencia emergente) y en esos cálculos no el futuro de los desplazados internos rohingya o kachín no tiene cabida.