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Un día dentro de la ocupación de El Algarrobico

Gabriela Sánchez

El Algarrobico (Carboneras, Almería) —

Cerca de veinte furgonetas circulan una tras otra por una carretera desangelada mientras la costa del Cabo de Gata amanece. La primera marca el camino, teme perder al resto. “Ve más despacio... Dale, dale, ya puedes acelerar”. Pasadas las siete de la mañana, aparece él, el símbolo de la invasión urbanística del litoral, el Hotel Algarrobico. La última vez se despidieron con la ilusión de no tener que volver, pero allí sigue implacable. La masa de monos de obra naranjas regresa para recordar su paralizada existencia.

Ágiles, convencidos, contundentes, con los últimos coletazos de los nervios previos en sus estómagos, cien activistas cruzan la verja y se introducen en lo que pudo ser un complejo hotelero. El agente de seguridad privado hace el amago de acercarse, pero recula. Son demasiados, muchísimos más que durante las cinco experiencias anteriores de Greenpeace en El Algarrobico. Los conoce. “¿Otra vez aquí?”.

Unos corren con litros y litros de pintura. Otros frenan en seco, pancarta en mano, y posan con mirada firme y adrenalina contenida. La entrada es sencilla, rápida y sin incidentes, aunque, transcurridos los cinco primeros minutos de ocupación, la llegada de la Guardia Civil activa la carrera de algunos activistas hacia el interior del enorme hotel. Cuantas menos identificaciones, mejor. Lograda la primera meta del equipo: está dentro.

[Vídeo: Greenpeace]

En apenas 15 minutos ya están distribuidos por “sectores” con su rodillo en mano. “Hay que pintar lo negro de blanco y lo blanco de negro”, dice Mamen a tres de sus compañeras. Es su primera vez como activista pero colaboraba con Greenpeace como voluntaria de sensibilización.

Cruzan de una terraza a otra por lo que habría sido una especie de macetas en el hotel inacabado. Ascienden o bajan de un balcón a otro a través de escaleras de metal. “Hasta que no tengas firme uno de los pies no bajes el siguiente”, le dicen ahora a Mamen. El trabajo en equipo es visible.

Las identificaciones también comienzan rápido. Los agentes de la Guardia Civil se introducen en el hotel, que entremezcla detalles de mármol o madera bien cuidados con ruinas y zonas inacabadas. Piden documentos de identidad, pero también tranquilizan: avisan de que no van a efectuar ningún tipo de represión. En un principio caminan por las diferentes plantas. Después, durante la mayor parte del tiempo, permanecen en dos puntos concretos del terreno donde los activistas no identificados intentan no pasar. “¿Pero cuántos sois?”, dice uno de ellos algo descolocado. Aunque la prensa ya esté titulando con una cifra, en el interior de El Algarrobico “nadie lo sabe”. Unos y otros dan el aviso cuando hay un agente cerca, por si acaso, pero pocas veces aparecen. La presencia del Instituto Armado es beneficiosa, según reconocen muchos de los activistas.

Pasada una hora, los paseos de los agentes parecían empujados por la necesidad de entretenimiento más que por el rastreo de los 'no identificados', aunque alguno que otro continuaba sorprendiéndose con su aparición en momentos inesperados. Los activistas mantienen cierta cautela, sin perder la libertad para moverse por hotel.

Las verdaderas restricciones al libre movimiento las impulsan dos factores: las puertas bloqueadas y la inexperiencia en El Algarrobico. Los activistas 'repetidores', saben cuántas plantas hay que subir para poder moverse de un extremo a otro del edificio. O para simplemente subir de piso. O para simplemente bajar. Los menos experimentados, darán varias vueltas hasta absorber los trucos.

“Por aquí no hay salida. Creo que, si bajas dos plantas más, puedes ir al otro extremo y subir a la zona de arriba”; “La escalera es demasiado corta, ¿ahora cómo bajamos?; Esto está todo cerrado”. Sentirse atrapado de vez en cuando es habitual durante las primeras horas.

Hay que andar con ojo: agujeros de ascensores que nunca llegaron, clavos sueltos en maderas desperdigadas por los suelos, cables de cobre colgados desde el techo, pequeñas montañas de escombros... Esta estampa contrasta con suelos de mármol; cajones de madera en amplios armarios; baños con doble lavabo, bañera, bidé y váter (algunos mantienen un precinto de plástico) o cristaleras enormes con vistas al mar.

Pasan las horas y arrancan las reacciones de su “ocupación”. Mientras los rodillos continuaban tiñendo la fachada de negro, se empieza a escuchar una voz procedente de un megáfono instalado en un coche con dos altavoces incorporados. Les llama “eco-terroristas”, farsantes, millonarios. Aseguran que están contratados por la “multinacional ecológica” y por “partidos políticos”, que cobran dinero por esa acción, entre otras muchas cosas.

Dentro del edificio lo comentan entre risas, sin entrar al trapo, mientras siguen tiñendo El Algarrobico, situado a 14 metros de la costa. Los autores de las críticas son un grupo de vecinos de Carboneras, la localidad donde se levantó el hotel. Las promesas de empleo del entonces alcalde calaron en ellos en una zona donde “tampoco se fomenta otra forma de desarrollo”. Pronto aparecieron personas pertenecientes a plataformas afines a Greenpeace para defender su acción.

Se acercan las 13 horas y se corre la voz: “Creo que vamos mucho mejor de lo esperado”. Hablan de los tiempos previstos para la elaboración del enorme punto negro que rodea la inscripción: “Hotel ilegal”. Están animados, piden fotos de fuera que tardan en llegar pero, a pesar de la falta total de cobertura, se acaban recibiendo -sí, sí; hay trucos para todo-.

El madrugón adelanta el hambre, las horas de sol aceleran la sed y el agotamiento. Cada uno conoce sus limitaciones, llega el momento de descansar.

Bocado tras bocado conoces a una maestra de educación primaria “muy miedosa”. Como Mamen, también viene del voluntariado de sensibilización y esta es su primera acción. Su novio es activista pero confiesa que aún no se había atrevido: “Tengo mucho vértigo y me asusta bastante las posibilidades de multas, de represión policial, algunos han acabado en el calabozo muchas horas...”. Pero aquí está. ¿Su razón de estar ligada a la defensa del medio ambiente? “No nos damos cuenta de su importancia. Afecta a todo”.

Y aparece Luis (nombre ficticio), entregado desde hace más de 20 años al ecologismo, activismo que compatibiliza con un empleo en el que podría tener problemas si “se enteran” de su paradero durante este fin de semana. Sus ganas de hablar se mezclan con el miedo a hacerlo de más. “Los activistas y, especialmente los ecologistas, estamos muy estigmatizados, tanto para lo bueno como para lo malo. No somos ni lo uno ni lo otro. Unos nos trata como héroes, otros como locos...”. Reconoce tener miedo de reconocer esta parte de sí mismo. “Da la sensación de que algunos piensan que lo hacemos porque no tenemos otra cosa que hacer. Y muchos hacemos verdaderos esfuerzos para participar en acciones como estas”.

El ambiente se caldeó a última hora. Algunos defensores de El Algarrobico regresaron a los alrededores del edificio. El hombre del megáfono repetía algunas de las descalificaciones y hablaba de posibles puestos de trabajo con la apertura del hotel. Mientras, otro grupo de habitantes de Carboneras contrarios al edificio situado a 14 metros de la playa posicionó un coche al lado con música en alto, para contrarrestar el mensaje de sus vecinos. Estos últimos llegaron a subir a las inmediaciones del hotel, custodiados por la Guardia Civil que evitaron su entrada al edificio para evitar enfrentamientos. En tres muros del hotel pintaron un lema propop: 'Hotel sí'.

Cuando regresó la calma, algunos de los activistas abandonaron el hotel pues regresaban a sus correspondientes ciudades o países. Otros han pasado la noche en el Algarrobico. “Dormiré en alguna de las muchas habitaciones de lujo del hotel”, bromeaban. A la mañana siguiente, a pesar de que el gran punto negro y sus correspondientes letras estaban prácticamente acabados a falta de unos detalles poco perceptibles, los ocupantes del edificio estaban a primera hora de la mañana rematando cada matiz, repasando los negros que podían estar más negros, perfilando el “hotel” y el “ilegal” hasta el último momento.

El resultado