El Grupo Wagner pone en evidencia los problemas de la lucha antiterrorista de EEUU en Níger
“Huimos aquí, a Niamey, sin nada. Ni siquiera sabemos cómo alimentarnos”, dice Amadou, sentado frente a una pequeña casa de cemento en la periferia de la capital de Níger, tras relatar el ataque a su aldea cometido por las fuerzas gubernamentales nigerinas a finales del año pasado. Otro miembro de la familia abre la puerta de la vivienda, dejando entrever que está vacía, salvo por unos cuantos colchones de espuma y un par de ollas y utensilios de cocina.
Los militares de Níger ejecutaron a varios ancianos y líderes locales durante el ataque, según Amadou* y varios miembros de su familia, y otros habitantes de su aldea cercana a la frontera con Mali y Burkina Faso. Afirman que no ha sido la primera vez que las tropas gubernamentales matan o hieren a personas de la aldea.
Amadou y los demás residentes son miembros de la etnia Fulani -integrada en su mayoría por pastores de ganado seminómadas que profesan el islam-, también conocidos como Peuhl, que llevan mucho tiempo expresando su descontento con los gobiernos de todo el Sahel debido al abandono que sufren sus comunidades y su escasa representación política.
Los miembros de esta minoría, estigmatizada y con escasas perspectivas económicas, a menudo son reclutados por los grupos yihadistas que han matado a miles de personas en la región del Sahel en los últimos años, lo que ha dado lugar a un círculo vicioso de abusos también por parte de las autoridades. “Nuestra zona está bajo dominio yihadista, por lo que el Gobierno cree que estamos del lado de los yihadistas”, explica Amadou.
Una vecina de su aldea cuenta que huyó sin nada más que la ropa que llevaba puesta. “Ni siquiera sé si mi hermana está viva o muerta”, dice. “Nos han estado matando a nosotros, gente inocente, y también a nuestros imanes y líderes, para acabar con los pilares de nuestra comunidad”.
El relato de Amadou da lugar a preguntas incómodas para Estados Unidos, que a lo largo de las dos últimas décadas ha desarrollado una estrecha relación con el Ejército nigerino. En los pasados años, funcionarios estadounidenses y de otros países occidentales han señalado el peligro que representan tanto los yihadistas como los mercenarios rusos del Grupo Wagner en África Occidental.
Wagner, el recién llegado
“En estos momentos, hay en el Sahel múltiples organizaciones extremistas violentas que amenazan la seguridad y la prosperidad de la región”, declaró el contralmirante Milton “Jamie” Sands III, jefe del Mando de Operaciones Especiales para África de Estados Unidos (SOCAFRICA, por sus siglas en inglés), en una reciente videollamada con The Guardian y otros medios de comunicación. “Esto se ve agravado hasta cierto punto, creo, por el Grupo Wagner... Wagner hace a los países menos estables y menos seguros”.
Lo que Sands y otros no suelen mencionar es que, si bien la inseguridad regional ha aumentado en diez años, el Grupo Wagner sólo ha estado activo en el área desde diciembre de 2021 aproximadamente, mientras que EEUU lleva dos décadas muy involucrado en la región.
En 2002, Washington comenzó a proporcionar a Níger asistencia contra el terrorismo y, en la última década, ha suministrado ayuda —desde vehículos blindados a aviones de vigilancia— por un valor de más de 500 millones de dólares, lo que convierte a este país en el principal receptor en África Occidental y el segundo en África Subsahariana de ayuda militar del Departamento de Estado estadounidense.
En la última década, el número de efectivos estadounidenses desplegados en Níger ha pasado de 100 a 1001, lo que supone un incremento del 900 %. Las tropas estadounidenses han entrenado, asesorado y ayudado a las tropas nigerinas e, incluso, han luchado junto a sus aliados locales. En 2017, por ejemplo, cuatro soldados estadounidenses murieron en una emboscada del grupo yihadista Estado Islámico cerca del pueblo de Tongo Tongo. EEUU también ha construido en Níger varios puestos militares y de la CIA, incluidas varias bases para lanzar drones armados.
Un gran número de socios extranjeros se ha sumado a Washington, entre ellos comandos canadienses e instructores de la Unión Africana y de Estados miembros de la Unión Europea, incluidos militares de Bélgica, Dinamarca, Alemania, Italia y la antigua colonia, Francia. Estas alianzas se extienden por toda la región. Por ejemplo, en febrero, SOCAFRICA realizó sus maniobras anuales antiterroristas Flintlock, cuya planificación operativa se llevó a cabo desde el Alto Comisionado británico en Accra (Ghana) y en las que cientos de militares africanos de toda la región —Níger incluido— se unieron a “socios” miembros de la OTAN para el entrenamiento táctico.
Sin embargo, la asistencia antiterrorista no ha conseguido poner freno al vertiginoso aumento de la violencia yihadista. Incluso el Pentágono lo ha admitido en algunos análisis poco difundidos: “Con 2.737 episodios, el Sahel occidental (Burkina Faso, Mali y el oeste de Níger) experimentó una escalada de sucesos violentos relacionados con militantes islamistas durante el año pasado mayor a la de cualquier otra región de África, representando un aumento del 36 %”, según un informe reciente del Centro Africano de Estudios Estratégicos, un instituto de investigación del Departamento de Defensa estadounidense. Además, indica que “las muertes en el Sahel vinculadas a grupos islamistas militantes aumentaron aún más rápidamente, un 63 %, con un saldo de 7.899 víctimas mortales”. El informe del pasado febrero señala que Níger, en particular, “experimentó un aumento del 43 % en los sucesos violentos el año pasado”. En total, ese centro de estudios calcula que los ataques vinculados a grupos militantes islamistas en el Sahel se han disparado un 3.500 % desde 2016.
Elizabeth Shackelford, que ocupó varios puestos del Servicio Exterior del Departamento de Estado estadounidense en África y hoy es miembro sénior del independiente Chicago Council on Global Affairs, considera que estos números obligan a plantear preguntas difíciles: “Más asistencia estadounidense de seguridad no está llevando a más seguridad, y todo parece indicar que contribuye a empeorar las cosas”, apunta. Aunque la correlación no implica necesariamente causalidad, cualquier observador racional se preguntaría: “¿Cuál es el verdadero papel que está desempeñando aquí la asistencia estadounidense? Se supone que Níger es el caso exitoso de la asociación antiterrorista estadounidense en la región. Si estas son las victorias, ¿cómo luciría una derrota?”.
Apoyo internacional a militares acusados de abusos
El apoyo internacional tampoco ha conseguido detener un extenso historial de abusos por parte de las fuerzas armadas de Níger. Aunque el comandante de SOCAFRICA sólo dijo cosas buenas sobre los militares nigerinos, el Departamento de Estado es mucho menos optimista. “Lo que veo de las operaciones especiales nigerinas y del Gobierno de Níger me resulta alentador”, declaró Sands. “Tienen unas fuerzas eficaces. Siguen construyendo esas fuerzas, entrenando esas fuerzas, y son unos socios excepcionales”.
Mientras, la evaluación más reciente del Departamento de Estado sobre los derechos humanos en Níger dice que “hay numerosos informes de ejecuciones arbitrarias o ilegales por parte de las autoridades o sus agentes” y cita como ejemplo que “Las Fuerzas Armadas fueron acusadas de ejecutar sumariamente a personas sospechosas de luchar contra grupos terroristas en las regiones de Diffa y Tillaberi”.
Estos ciclos de violencia yihadista y estatal han alimentado una catástrofe humanitaria, agravada por crisis climáticas como inundaciones y sequías. Naciones Unidas calcula que este año 4,3 millones de nigerinos, aproximadamente el 17 % de la población, necesitarán ayuda humanitaria. Los niños, unos 2 millones de los necesitados, probablemente serán los que más sufran. El año pasado, cerca de 580.000 niños padecieron emaciación. Según la agencia de la ONU para la infancia (UNICEF), más de 57.000 jóvenes han quedado traumatizados por la violencia armada y necesitan servicios de salud mental en Níger.
Por su parte, Sands alabó la profesionalidad de las Fuerzas Armadas nigerinas y afirmó que han logrado avances hacia una mayor la estabilidad en el Sahel. “Tenemos una buena interoperabilidad con las fuerzas de operaciones especiales nigerinas, y también estamos viendo cómo Níger se está convirtiendo realmente en un exportador de seguridad en la región”, aseguró. Sin embargo, las propias estadísticas del Pentágono muestran que la seguridad regional ha sido escasa.
“El Sahel representa actualmente el 40 % de toda la actividad violenta de los grupos islamistas militantes en África, más que cualquier otra región del continente”, señala el informe de febrero del Centro Africano de Estudios Estratégicos. “La violencia islamista militante en el Sahel es también responsable del desplazamiento de más de 2,6 millones de personas”.
Para quienes se ven atrapados involuntariamente en el círculo de la violencia, como Amadou y su familia, el futuro es sombrío. “Los yihadistas son sólo bandidos. Roban. Son criminales”, denuncia Amadou. “Pero estamos atrapados entre ellos y el Gobierno. Cada vez que vienen las tropas gubernamentales, hieren o matan a gente”.
*Amadou y otras personas facilitaron tanto sus propios nombres completos como el de su aldea, pero The Guardian no los ha publicado por temor a posibles represalias contra ellos.
Traducción de Julián Cnochaert.
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