Cuando se apagan las luces, hay aplausos. Al encenderse, hay lágrimas. El silencio, denso, enfila la salida junto con los asistentes. Alguno se queda hundido en el asiento, pensando. Quizás sea la culpa. Quizás la ignorancia. O la impotencia. La Jungla es una obra de teatro donde se ve al ser humano sufrir y soñar sin edulcorantes. Se muestra al refugiado, más allá de su etiqueta. Presente. Cerca. Alguien que llora, arriesga la vida y se muere. Alguien que busca una vida mejor y en muchas ocasiones la consigue.
La Jungla, escrita por Joe Murphy y Joe Robertson, es una producción sobre la resiliencia del ser humano. Los espectadores se dejan llevar por las historias del que fuera el campamento de refugiados más grande de Europa, desde el asentamiento de las primeras tiendas de campaña en Calais hasta el desmantelamiento final en octubre de 2016.
En este recorrido temporal lo que importa no son los hechos sino Safi, Salar, Helene, Okot, Omar o Muzamil. Y los menores no acompañados como Amal. Individualidades que, sin embargo, representan un drama mayor que la compañía teatral Good Chance ha llevado a escena en un intento de concienciar a la sociedad. El elenco incluye actores y actrices de distintas nacionalidades como Afganistán, Eritrea, Siria o Zimbabue, algunos de ellos refugiados que llegaron a Reino Unido tras pasar por el asentamiento de Calais.
“Bienvenido a la Jungla”, reza un cartel en el Afghan Café. La sala principal del teatro londinense Young Vic se ha convertido en un restaurante regentado por Salar. Este refugiado afgano abre las puertas de su local a una comunidad que busca consejo para cruzar la frontera. Mientras humea el pollo y se sirve naan recién horneado, los blancos acantilados de Dover, a este lado del Canal de la Mancha, se sienten cerca, a pesar de estar lejos.
La incertidumbre, la pérdida y la lucha en la 'jungla'
Durante algo más de dos horas el espectador es testigo de la dinámica de un campamento que tiritará en invierno. Miles de personas esperan su oportunidad para llegar al Reino Unido y en 'la jungla' todo es incertidumbre, barro y suciedad. El cansancio es inevitable y “no hay ni un lugar para cagar”.
Sin embargo, la fotografía de Aylan Kurdi puso el foco mediático sobre los refugiados en septiembre de 2015. Calais se inundó de voluntarios que unieron esfuerzos para tratar de responder al saneamiento, la educación, el alojamiento y la distribución de comida y bebida en el campamento. Se creó una escuela, una librería e incluso se abrió un teatro.
En este cronograma del asentamiento improvisado, el 13 de noviembre de 2015 es también significativo. Durante la noche de los ataques terroristas en París varios medios conectaron los hechos con los habitantes de 'la jungla'. “No tiene nada que ver con ellos. Escapan de los mismos que hicieron esto”, dice un voluntario británico mientras los residentes mantienen una vigilia y levantan consignas a favor de #Pray4Paris.
La pieza dirigida por Stephen Daldry y Justin Martin muestra los acontecimientos y, tras el intervalo, busca las causas. Repara en los porqués de la llamada “crisis migratoria” y mira más allá de lo que ocurre en el Mediterráneo. Se pregunta por lo que sucede en Kabul, Darfur y Alepo. Pone la lupa en los traficantes de personas en Libia y deja en evidencia el regate a las leyes de Europa. Esta obra de teatro invita a saber qué pasa, abre las puertas a lo que no se sabe o no se quiere saber.
La escena de Okot, un joven sudanés de diecisiete años, junto con la voluntaria Beth es imprescindible para entender qué mueve a millones de personas a buscar un nuevo hogar. La esperanza es el avituallamiento para dejarlo todo atrás, saltar vallas y encaramarse a camiones. Los refugiados se sobreponen al Sáhara, a salvavidas de mentira, botes atestados y al mar Mediterráneo. A los palos, vejaciones y amenazas.
La Jungla es una obra sobre el sentimiento de pérdida y el miedo. Una bofetada dura. Es una producción que apuesta por el diálogo y la unión. “Dejemos las peleas, ya hay mucha gente que nos odia”, se escucha. El relato da valor una comunidad migrante que deja de lado las creencias, el color de la piel y el sexo para hacerse oír ante la ignorancia de los gobiernos europeos. Se implora al sentido común en un texto que intenta olvidarse de la burocracia, los números y los titulares de prensa. También llama a desafiar el actual contexto sociopolítico. “Si el sistema no nos ayuda, al carajo con el sistema”, dicen.
Murphy y Robertson crearon Good Chance en el campamento de refugiados de Calais como un espacio de expresión donde practicar teatro, arte, danza y música. Pasaron allí siete meses hasta que la zona sur de 'la jungla' quedó desmantelada. El resultado de su estancia es esta obra de teatro que se despide este martes 9 de enero del Young Vic de Londres. Una recopilación de vivencias que incita a escuchar, aprender, hacerse preguntas y, sobre todo, ponerse en la piel del otro.