¿Cómo se consigue sofocar la voz de un pueblo que clama por la democracia? Se han escrito muchas teorías sobre este tema, pero lo interesante es ver cómo funcionan en la práctica. En el vigésimo aniversario de su retorno a China, Hong Kong es un auténtico puzle de piezas que no encajan entre sí y que a los poderes establecidos no les interesa recomponer. La guerra de interpretaciones sobre la situación actual favorece al régimen.
Desde fuera, podría parecer que las cosas están claras: por un parte, se encuentra el bando democrático; por otra, quienes apoyan a Pekín. Pero cuando nos adentramos, no ya en la composición del espectro político, cada vez más abigarrado, sino en el día a día de este caleidoscopio urbano, nuestras certezas se diluyen. Nos damos cuenta de que muchos adversarios de la causa democrática se dicen precisamente demócratas. Vemos que quienes exigen autodeterminación y quienes claman por la independencia pertenecen a organizaciones rivales. Nos informan de que la vigilia de Tiananmén celebrada el 4 de junio fue boicoteada por los sindicatos de estudiantes, que no reivindican a los muertos de China porque no los consideran suyos. Y sabemos que algunos no asistieron a la manifestación prodemocracia del 1 de julio, porque habían organizado talleres de análisis político en torno a la semántica del término “Hong Kong”, por expresarlo de una manera metafórica.
A esto habría que añadir todo tipo de sospechas sobre conspiraciones. Entre ellas, la que sostiene que los grupos locales más radicales son financiados por Pekín. Un reportero de CNN me explica los rumores en torno a Yau Wai-ching y a Sixtus 'Baggio' Leung, los dos diputados que fueron vetados por enarbolar pancartas independentistas durante el juramento de sus cargos. Se dice que ambos han recibido cuantiosas sumas procedentes del régimen. Ni él ni yo creemos esta interpretación, pero hay otras más verosímiles que evidencian cómo el régimen rentabiliza la radicalización del movimiento democrático.
Nadie publica nombres porque se producirían demandas judiciales y rodarían cabezas. Pero si una persona promueve una organización local prodemocracia y luego se enfrenta a quienes integran sus filas, vuelve a hacer lo mismo con otra organización similar, y por último funda una tercera iniciativa del mismo tenor, que induce a muchos jóvenes a criticar no sólo a los partidos demócratas tradicionales, sino también a los moderados y pacifistas como Demosisto –el partido de Joshua Wong–, entonces ya no se trata de intuiciones malintencionadas.
Hay algo incuestionable: desde la irrupción del localismo más radical, las fuerzas antirrégimen se encuentran divididas. Si a eso se añaden las declaraciones de un testigo cualificado que alude a una comida de negocios entre el citado líder localista y varios empresarios proChina que 'olvidan' un maletín repleto de billetes, podemos encontrarnos prestando oídos a una fantasía, pero no estamos seguros de que lo sea.
Esto significa que un día como hoy, en que la metrópolis se viste de un luto prohibido por la hipocresía del statu quo, no es fácil entender lo que está pasando. El presidente chino, Xi Jinping, atrincherado en un céntrico hotel, recita una letanía sobre la fe política que lo preserva inmune a cualquier cataclismo social: “Los hongkoneses deben creer en sí mismos, en su ciudad y en el país”.
El destino de Liu Xiaobo
Acabo de llegar de una manifestación convocada por Joshua Wong, Long Hair y otros líderes democráticos. Era un acto legal, pacífico, donde se enarbolaban pancartas con la imagen del premio Nobel, Liu Xiaobo, sobre el que se están escribiendo tantas medias verdades que al final son mentiras. Liu no ha sido liberado de su reclusión penitenciaria para recibir tratamiento en un hospital, como han publicado varios medios extranjeros. Liu continúa encarcelado en un centro sanitario donde –según el testimonio de su esposa– no recibe ningún tratamiento. Los disidentes dicen que lo han sacado para que no muera en la cárcel y no se convierta en un mártir.
La manifestación del viernes se trataba de un acto no-violento junto a la estación de Wan Chai, a pocos metros del lugar donde hace tres años se produjeron las ocupaciones de la Revolución de los Paraguas. La policía estaba allí, supuestamente para velar por la seguridad y el orden. Al poco de comenzar, la policía acordonó a los manifestantes, de modo que quienes deseaban hacerse eco de sus demandas encontraban dificultades para escucharlos. A continuación, un agente desplegó una pancarta, advirtiéndonos de que estábamos quebrantando la ley y que podíamos ser detenidos.
Poco a poco, las banderolas negras con la imagen de Liu Xiaobo y de su esposa se cubrieron de rojo: las insignias de la República Popular China y de Hong Kong ocultaban a la vista los símbolos de las exequias. Y las demandas de los activistas fueron apagadas por los gritos de un puñado de extras, ciudadanos pagados por el régimen para boicotear las protestas democráticas.
Pero todavía no era suficiente. La temperatura tenía que subir aún más, para poder detener a quienes expresaban su discrepancia. Era el turno de las triadas, a sueldo del régimen: gritos, empujones, agresiones físicas contra los manifestantes. Se produjeron las primeras detenciones. Joshua Wong y sus compañeros proseguían con calma. Nuevas agresiones y provocaciones, nuevos arrestos. Tras cada oleada policial contra los agitadores había una pancarta democrática menos, no se sabe por qué. Los disidentes no se alteraban. Pero cada vez que detenían a alguno de los provocadores, arrestaban también a alguna de sus víctimas.
Al final sólo quedaron los disidentes más mediáticos, esos que hay que detener sólo cuando no queda otro remedio, para que la prensa internacional no se rebele. Serenos, convencidos de sus principios, los activistas prodemocracia seguían intentando expresarse. Los periodistas no podían escuchar sus demandas, debido al desmesurado despliegue policial. Ya quedaba poco para terminar de abortar el acto, que estaba previsto se desarrollara durante varias horas hasta alcanzar la conmemorativa Golden Bauhinia.
Bastó una última agresión por parte de los provocadores para detenerlos a todos, a los agresores junto a los agredidos. Las fuerzas de seguridad del Estado chino habían cumplido con su deber.
NOTA: este artículo de Mar Llera se publicará próximamente en el Boletín de la Paz y los Conflictos en Asia-Pacífico de la Universidad de Granada.