El sociólogo Gabriel Gatti, autor de Desaparecidos: Cartografías del abandono, habla de una fosa común encontrada en 1990 en el distrito de Perus de Sao Paulo, Brasil. Se estaban buscando los restos de 41 desaparecidos políticos cuando la fosa fue localizada y se extrajeron 1.049 bolsas con huesos humanos. Más de 30 años después y tras las pruebas forenses pertinentes, solo han sido identificados los restos de cinco personas. ¿El resto? “Nunca habían sido registrados, nunca llegaron a existir”.
En su libro Gatti hace un recorrido por el mundo allí donde hay desaparecidos: desiertos, fosas comunes, el Mediterráneo, las grandes urbes latinoamericanas…, e insiste en la necesidad de ampliar y repensar el concepto de desaparición.
El autor profundiza sobre el origen del uso del concepto de “desaparecido”. Gatti lo sitúa en las dictaduras del Cono Sur, en concreto en la dictadura argentina y el discurso de Jorge Rafael Videla, comandante de la Primera Junta Militar del país, en 1979: “Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Unas palabras que dieron la vuelta al mundo y que para muchos suponen el origen del término.
Pese a ser un término político en sus inicios, su utilización ha evolucionado para nombrar nuevas realidades: “Gente perdida, gente que espera, gente que se seca en un desierto, gente que se congela. Gente que ya no es gente o que nunca lo fue. Gente a la que hace rato no sabemos ni cómo nombrar ni cómo pensar”, recoge en la obra.
Se trata de “un concepto espantoso, pero bonito”, explica el sociólogo, porque surge para calificar algo para lo que antes no había palabras, para dar nombre a lo que estaba sucediendo en la dictadura argentina y con una capacidad de expansión muy grande, llegando a utilizarse en todo el mundo y en contextos muy diferentes.
La metáfora del jardín
Gatti va más allá y extiende el concepto de “desaparecidos” a las personas que viven al margen de la sociedad, como los indígenas, los migrantes o las personas que viven en la calle. En este sentido, habla de la metáfora del jardín y recuerda con ironía las palabras de Josep Borrell, el alto representante de Política Exterior y Seguridad de la Unión Europea, quien describió a la UE como “un jardín” y al resto del mundo como “una selva” que podría invadir ese jardín. El autor recuerda cómo las primeras desapariciones tenían precisamente el objetivo de “quitar las malas hierbas”.
Habla de fronteras. De cómo los bordes de esos jardines están llenos de personajes que se escapan de su lógica. Habla de México y Melilla. “No he estado en un sitio que me ahogue más que Melilla”, dice refiriéndose a la claustrofobia y el poder colonial que respiraba durante un paseo acompañado por la Guardia Civil en la valla de Melilla, algo que no sintió en México u otras fronteras que ha recorrido. “Ellos buscan tocar Tierra Santa, suelo sagrado, nosotros tenemos que impedírselo”, le dijo un comandante de la Guardia Civil en la ciudad fronteriza, tal y como recoge en su libro.
La búsqueda y la necesidad de tener mapas
El título del libro, Cartografías del abandono, hace referencia a la necesidad de tener mapas de esos lugares remotos y complicados que recorre. “Es una especie de libro de viajes”, dice el autor. Pero también a la necesidad de las personas por hacer mapas allí donde hay desaparecidos, a su esfuerzo y “desesperación por saber cómo hacer para ubicar vidas que se salieron de nuestros mapas”.
Gatti cuenta que una de las cosas que más le sorprendió es que la gente que se preocupaba por ubicar estas vidas estaba permanentemente haciendo mapas de todo tipo: afectivos, de ubicación de cuerpos en el mar o el desierto, de fosas —“en España hay un montón”—, algoritmos para localizar a gente... Mapas más complejos, alejados de la idea tradicional que tenemos de estos, que intentan representar una realidad para la que no hay instrumentos adecuados: “Cartografía es el trabajo de contar”.
Viene de renovar las formas de contar para contarlo mejor. “Para viajes así uno debe reconocimientos a muchas compañías: los que inventan mapas, las que llevan lo que dice a figuras, quienes idean algoritmos o conceptos, las que buscan cómo contar bien en sus crónicas llorosas las nuevas desapariciones y los dibujos de una niña curiosa e imaginativa, y sus conversaciones raras, que ligan planos inconexos con lógica sensata”, explica el sociólogo en su libro.
Gatti reflexiona también sobre la búsqueda, que se ha convertido en una palabra clave, una acción asociada a la desaparición. Plantea que al igual que la gente buscada existe por primera vez y permite ciudadanizarlos, también lo hacen las personas que buscan.
Los nuevos desaparecidos
Las viejas desapariciones siempre llevaban asociadas un agente “desaparecedor”: normalmente el Estado. Ahora esto no es así, a veces no hay un responsable. “Hay víctimas, pero no siempre un victimario”, dice Gabriel Gatti. O sí.
El sociólogo se refiriere a vidas que están ahí, pero que nadie tiene cuenta. Este fenómeno quedó aún más de relieve durante la pandemia, dice: “Las vi ahí, en los aledaños del condominio que habité o en el campus de Stanford. No los había visto hasta que la gente se retiró de las calles, en marzo de 2020. No sé dónde estaban, si bajo puentes cercanos o en los bordes de carreteras de acá no más”. Personas invisibles, cuyas formas de vida se escapan de nuestra idea de vida, a las que hace falta nombrar.
Son las personas que viven en la calle. Desde un parque de París habla también de este fenómeno: “Estoy viendo ciudadanos que pasean con sus hijos, con sus perros, con sus móviles; y al lado un montón de sombras que atraviesan el parque sin que nadie seamos capaces de registrar exactamente que son. No son pobres, no son precarios, va mucho más allá”. Nuevos desaparecidos que están en las calles de ciudades como Tijuana o Bogotá, pero también de París o de Madrid.
Y la indiferencia, la capacidad de mirar a otro lado, de que no nos importen. La desaparición desde la omisión. La responsabilidad de estas desapariciones está cada vez más extendida entre todos y cada uno de nosotros, dice. “Mi impresión es que no tardarán en sumergirse de nuevo en el agujero, en desaparecer en zona de zombies. No habrá nombre que los explique. Estarán otra vez desaparecidos, hasta para nuestros conceptos”, escribe Gatti.