Así intentan saltar la frontera de Macedonia los refugiados bloqueados en Grecia
Los arañazos de los brazos de Akram llaman la atención del resto de viajeros, que no dudan en apartarse cuando se acerca. La policía griega le ha trasladado a la estación central de autobuses de Salónica, junto a otros seis refugiados, desde la frontera de Macedonia, donde se dejaron la piel intentando saltar la alambrada.
Tras seis meses en el campo griego de Nea Kavala, empujado por las malas condiciones y “la falta de información oficial” sobre su proceso de realojo, Akram decidió junto a su inseparable amigo no esperar más. No le queda dinero para pagar de nuevo a los traficantes de personas, así que optó por intentar llegar a Alemania por sus propios medios.
“La frontera de Grecia con Macedonia no tiene nada que ver con la de Siria con Turquía, allí cruzas caminando sin problema y aquí, mira”, describe el joven. Habla en un inglés perfecto y siempre en plural, porque desde el inicio del camino viaja con otro chico sirio de 19 años, al que conoció en la frontera turca. “Le conozco desde hace siete meses y es mi único amigo”, dice mientras le señala.
En el trayecto que separa Nea Kavala con la frontera se unieron a ellos otros cinco refugiados de otros campos con la misma intención, llegar a Alemania. Akram tiene 17 años y el cuerpo marcado de por vida. El salto, de “5 metros de alambrada”, según nos relata, no salió bien, nada bien.
Los siete fueron detenidos por la policía griega demasiado pronto como para que lograran su objetivo y demasiado tarde como para evitar los cortes en la cara, las manos, los brazos y el torso.
El más corpulento de ellos se llevó la peor parte. Nos enseña sus heridas, también sonriendo, mientras distingue las provocadas por la alambrada y las añadidas por la policía, la mayoría en el pecho. “Al resto no nos han pegado”, dice Akram. “Pero mi amigo se ha destrozado la pierna al caer”.
Después de pasar por el hospital para curar sus heridas, la policía les dejó en la estación, desde donde regresan a sus campos, cabizbajos y sin custodia, en autobuses de línea.
Las heridas de sus brazos y piernas aún sangran, pero no parece desanimado. “Dentro de un mes cumplo los 18 y lo volveré a intentar”.
Akram tiene 17 años y sabe lo que es vivir en un país en guerra desde los 12. Nació en Damasco, Siria. “Mis padres y hermanos siguen en Alepo, hace una semana que no sé nada de ellos”, nos cuenta Akram, el único de los hijos de Rajeh y Samira que ha logrado llegar a Grecia, donde su camino se detuvo hace seis meses.
Desesperación en la fase final del viaje
En febrero de 2016, Akram salió de Alepo con Alemania en la mente como destino. “Allí tengo familiares”, dice mientras sonríe. “Cruzar la frontera de Siria con Turquía fue muy fácil aunque en allí nos detuvieron”.
En Turquía permanecieron 15 días detenidos junto a otros 40 migrantes procedentes de diferentes países. Aún no había entrado en vigor el pacto migratorio firmado por Europa con Turquía por lo que, tras ser identificados, se les dejó en libertad como ciudadanos libres.
Cuando les soltaron se dirigieron a Izmir, en la costa, para contactar con los traficantes, “es muy fácil dar con ellos, llegas a Izmir, esperas un rato y se te acercan con diferentes precios, yo me fui con uno que me pedía 900 dólares porque era el que podía pagar”. El trayecto en bote de Izmir a la isla griega de Kíos duró dos horas y media. “Viajamos de noche, con tormenta, estuvimos tres días empapados porque no paraba de llover, no tenía nada seco”.
Tras alcanzar la isla griega de Kíos, Akram y su amigo fueron registrados como solicitantes de asilo y asignados al campo de refugiados de Nea Kavala, situado al norte de Grecia, a menos de 30 kilómetros de la cerrada frontera con Macedonia.
El SMS que no llega
Pero no quieren estar ahí. “En Grecia estamos muy mal, nos dan comida en el campo de refugiados, pero no sabemos cuánto tiempo estaremos aquí”. La única esperanza que le queda es esperar a que le escriban para “la entrevista”. Lo cuenta como si hablase de una leyenda porque los días pasan despacio y la incertidumbre tiene prisa.
“Me pidieron mi número de teléfono para escribirme cuando tuviera la entrevista para mi salida de Grecia pero no me han escrito y la semana pasada me robaron el móvil”, Akram suelta una carcajada en señal de mala suerte.
Akram necesita un móvil operativo 24 horas, al igual que el resto de los refugiados de los campos helenos, porque esa es la vía de comunicación que Acnur ha decidido mantener con ellos. Un sms.
Si pierden el móvil, o les roban o no tienen dinero para mantener el saldo sus posibilidades se reducen. Desde la emisión de la cartilla de solicitantes de asilo (International Protection Applicant Card) y el registro de sus datos, el teléfono móvil se convierte en una pieza clave de su proceso ya que el mensaje de texto les avisa del día y la hora de su entrevista en Atenas o Tesalónica, en la que podrán solicitar asilo en ocho países de la Unión Europea.
Seis meses después de su llegada a Grecia hay miles de refugiados en numerosos campos como Katsikas, Filipiadas o Nea Kavala que aún no han tenido la suerte de ser premiados con uno de esos mensajes, por lo que aún no han podido elegir país de destino.
“Aquí te dan comida pero te quitan la libertad”.