A Rayan (nombre ficticio) le cuesta decir en voz alta que es homosexual, pero cada vez que lo hace y observa que la reacción de su alrededor no es la misma que desde pequeño aprendió en su país, Marruecos, respira tranquilo y resta nervios para la siguiente. Hace una semana tuvo que hacerlo delante de varios agentes de policía, una intérprete y una trabajadora humanitaria en la oficina de asilo de Ceuta. Quería pedir protección internacional y contar que esa era la razón por la que rodeó a nado el espigón fronterizo del Tarajal hace poco más de un mes.
Entre los cerca de 10.000 migrantes que entraron en la ciudad de Ceuta durante los días 17 y 18 de mayo, había varios solicitantes de asilo que, como Rayan, abandonaron Marruecos, por las amenazas o la discriminación sufrida a causa de su orientación sexual o su identidad de género en un país donde la homosexualidad está perseguida por la ley. Después de malvivir durante semanas en las calles ceutíes, escondidos durante los días en que la policía batía la ciudad con el objetivo de realizar devoluciones sin apenas trámites, seis personas marroquíes LGTBI han pedido protección en la frontera del Tarajal, según los datos de Andalucía Acoge.
Poco después de salir de la oficina, Rayan, de 21 años, rompió a llorar junto al vecino ceutí que le apoya y le acompaña desde hace semanas: “Me he sentido muy a gusto por poder contar lo que soy, en mi país no puedo expresarme así. Cuando lo he contado, nadie me ha mirado como a un insecto”. Rayan no se emocionaba por la seguridad que le aportaría la posible confirmación del estudio de su petición de asilo, pues aún no ha sido admitida a trámite, sino solo por sentir que, durante el tiempo en que estuvo en esa oficina, pudo expresarse sin miedo.
Esa sensación de liberación, sin embargo, no duró mucho tiempo. Horas después de pedir asilo por su orientación sexual, Rayan habla con elDiario.es por videollamada desde el interior de un vehículo. Hace mucho calor y los cristales están empañados, pero no quiere bajar las ventanillas del coche por miedo a que sus palabras sean escuchadas por quienes, piensa, no le entenderían. “Fuera está la gente con la que duermo, son de mi país, y creo que sospechan de lo que soy. Tengo miedo de que me hagan algo”, dice el joven, originario de la localidad marroquí de Castillejos, fronteriza con Ceuta.
Habla del peso que se ha quitado de encima tras la entrevista, de la alegría que sintió solo por no sentirse juzgado tras hablar de su orientación sexual pero, mientras lo cuenta, su rostro ya no muestra la felicidad de unas horas antes. Ahora vuelve a estar preocupado: “Me he sentido muy liberado, pero se acerca la noche y sé que voy a tener que volver al monte, donde tengo miedo de que me peguen por ser como soy”, contaba acalorado. “La manera en que me han escuchado ha sido como una ilusión, pero todavía sigo sintiéndome esclavo, aún no estoy liberado porque tengo que volver al mundo real”.
Perfiles vulnerables en la calle
Ese “mundo real” es la chabola construida en un monte de Ceuta junto a sus compañeros, donde ha pasado la mayoría de noches desde su llegada a España. Es ese “sexto sentido” que le dice que no encaja. “No me siento seguro. La situación en la calle es cada vez más complicada, está habiendo peleas… Me transmiten una especie de amenaza velada. Creo que me ven diferente y eso me hace estar todo el rato alerta”.
Por eso se niega a subir las ventanillas del coche, aunque el sudor caiga ya por su frente: “Noto su rechazo. Intento no dirigirles muchas palabras, para que no se den cuenta de que soy homosexual”.
Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), los solicitantes LGTBI requieren “un ambiente de apoyo durante todo el procedimiento de la determinación de la condición de refugiado, incluyendo la selección previa, para que puedan presentar sus solicitudes plenamente y sin miedo”. Un entorno seguro es, según la Agencia de la ONU, “importante durante las consultas con los representantes legales”.
Andalucía Acoge ha incluido su nombre en un listado de población vulnerable enviado a la Delegación del Gobierno esta semana, con el objetivo de que el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones acepte su ingreso en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), donde solo permiten el acceso de solicitantes de asilo en situación de “vulnerabilidad”. Su caso también ha sido notificado a Acnur.
Según la Secretaría de Estado de Migraciones, de la que depende el CETI de Ceuta, su equipo está “estudiando cada caso” trasladado a la Delegación del Gobierno por entidades sociales y Acnur. “Se ordena la entrada priorizando a los más vulnerables: mujeres, mujeres con niños, personas enfermas... Esta priorización permite que los más vulnerables no se queden en la calle”, dicen fuentes de la institución.
Rayan se encontraba pendiente de una respuesta, aguantando cada noche esa tensión contenida, cuando esta semana uno de los chavales con el que dormía fue agredido. Según su testimonio, algunos compañeros de chabola le echaron del lugar donde dormía. Rayan, asustado, llamó al vecino ceutí que le apoya desde hace semanas, quien prefiere mantenerse en el anonimato. “Me llamó muy agobiado. Estaba aterrorizado y esa noche le dejé que durmiese en mi coche”, dice el hombre, quien ha conseguido que un familiar le acoja de forma temporal. “Le dijeron que no volviese. No querían homosexuales en el grupo por miedo de que fuesen a agredirles”, explica.
Necesidad de una atención especializada para refugiados LGTBI
Rayan sigue a la espera de poder entrar en el centro de acogida de la ciudad. No obstante, los CETI de Ceuta y Melilla tampoco son lugares adecuados para solicitantes de asilo LGTBI, dado que sus casos necesitan una atención especializada, según alertan desde el Defensor del Pueblo y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que desde hace años solicitan la priorización del traslado a la península de las personas del colectivo.
“El hecho de pertenecer al colectivo LGTBI es una causa de vulnerabilidad por sí sola y debe priorizarse su traslado y garantizarse sus necesidades particulares de acogida, especialmente si los interesados afirman que sufren tratos vejatorios o insultos”, recomendó el Defensor del Pueblo e 2017. “Durante algunos años, se han cronificado situaciones de solicitantes de asilo LGTBI que ha sufrido agresiones en los CETI, al ser un centro de atención temporal que carece de esa atención especializada que requieren estos perfiles”, apunta la abogada de CEAR Paloma Favieres, durante la presentación del informe anual de la organización.
“Si estas personas no están en un alojamiento especializado, corren el riesgo de volver a convivir con los propios agresores. No puedes estar obligado a ocultar tu identidad sexoafectiva. Manda narices que, vienes a España a pedir protección y tienes que seguir ocultándolo para poder sobrevivir. Si pasa eso, se ve que algo falla en la protección: tienes que poder ser tú en todo momento”, sostiene Mónica Ávila, de la ONG Rescate Internacional, que cuentan con pisos de acogida especializados para solicitantes de asilo del colectivo LGTBI.
Según CEAR, durante los últimos años, la concesión de la protección a solicitantes de asilo por motivos de orientación sexual o identidad de género ha aumentado, aunque se desconocen cifras oficiales desglosadas. Hace apenas cinco años, era común que el Ministerio del Interior -durante el Gobierno del Partido Popular-, rechazase un alto porcentaje de estas solicitudes apelando a que, si los demandantes eran “discretos”, no tendrían por qué huir a España, como denunciaban entonces las organizaciones especializadas. Algunos solicitantes de protección también eran sometidos a test o preguntas sobre sus prácticas sexuales. Tras años de quejas por parte de entidades sociales, estas prácticas “han quedado atrás”, detalla Favieres.
La doble vida de Rayan
Si Rayan ha migrado a Ceuta y ha pasado casi un mes malviviendo en la calle, es porque ha sido “discreto” durante demasiado tiempo y quiere dejar de serlo. Quiere empezar a ser él mismo. “En Marruecos no soy libre, no puedo ser como yo soy en realidad. Vivo una doble vida, imitando una personalidad que no tiene nada que ver conmigo. He aguantado amenazas de muerte por ser homosexual, por lo que he tenido que omitir esa parte de mi vida”.
En sus 21 años de vida, dice, no se ha atrevido a mantener una relación sentimental por miedo. “En la calle no podía conocer a nadie, porque no me acercaba a personas del colectivo por temor a que me viesen con ellos y me amenazasen”, cuenta Rayan. Hace tres años, empezó a quedar con un chico, el único con el que ha tenido un vínculo especial. Pronto los rumores acerca de su orientación sexual empezaron a difundirse por su barrio, relata, y llegaron las miradas, los señalamientos, y su miedo se disparó, cuenta. “Después de sufrir amenazas, decidí aparcar ese lado de mí. Me centré en mis estudios y nada más”. Su plan era, una vez finalizada su formación en Informática, migrar a otro lugar donde poder ser él mismo.
—¿Te has enamorado alguna vez?
—No. Me he encariñado, pero no me he enamorado porque he luchado para no enamorarme. No queríamos sufrir ninguno de los dos ese desamor, que no nos dejasen estar juntos. Porque no iba a ser feliz, no me iban a dejar ser feliz.
“Durante años, decidí hacer feliz a la gente y ser infeliz yo. Decidí mostrar lo que no soy, fingir que soy otra persona”, dice Rayan, recordando las razones que le empujaron a rodear el espigón fronterizo. Al acabar sus estudios, llegó el confinamiento, aumentaron los obstáculos para conseguir trabajo y su ansiedad se disparó: “Empecé a sentirme deprimido, le daba demasiadas vueltas a la cabeza”. La tarde del 17 de mayo, el joven estaba con el único amigo con el que habla de su homosexualidad, cuando empezó a ver a la gente correr hacia la frontera: “No me lo pensé dos veces. Le di mi móvil y mis llaves, le pedí que me las guardase. Y me fui”.
Su sueño podría no parecer muy ambicioso, pero para él sí lo es: “Quiero llegar a un sitio donde nadie me señale por lo que soy. Me da igual dónde. Solo quiero sentirme libre, que no me sigan como si fuese un insecto al hay que aplastar. Que me pueda tomarme un café con un amigo y hablar libremente de lo que me gusta. Hacer mi vida. Una vida real”.