Boukhalef, el barrio tangerino donde vivían la mayor parte de los más de mil subsaharianos que llegaron el lunes y el martes a España en lanchas de juguete, es un horizonte de edificios blancos concebido para realojar a marroquíes que habitaban los mares de chabolas que rodeaban la ciudad. La población del vecindario es humilde y, muchas veces, conservadora. Con los inmigrantes comparten poco más que las dificultades para acceder al transporte en este suburbio situado a 12 kilómetros del centro y no muy lejos de unas playas que se asoman al Estrecho de Gibraltar que se intuye tras el Cabo Espartel.
De estas dos comunidades, la más vulnerable, la inmigrante, ha sido y es objeto de ataques racistas y constantes redadas, en ocasiones dos veces al día, de la policía marroquí, cuyos brutales modos desmienten la nueva política migratoria, en teoría respetuosa de la dignidad humana, anunciada por Mohamed VI en otoño de 2013.
Cuando la semana pasada los barcos de la Gendarmería y de la Marina Real dejaron de patrullar las costas por lo que el ministro marroquí de Interior, Mohamed Hasad, calificó como “disfunciones”, el efecto en Tánger fue como el de una olla exprés a la que se le quita la espita durante un minuto. Boukhalef quedó “vacío”, explica por teléfono Helena Maleno, investigadora de Caminando Fronteras -colectivo que apoya a los subsaharianos en Marruecos y que denuncia de forma constante las vulneraciones de derechos humanos en la frontera-, para luego volver a llenarse en los días posteriores con inmigrantes llegados de Rabat y Casablanca.
La calma duró muy poco: durante la noche del viernes 15 de agosto una turba de marroquíes atacó de nuevo con machetes a los subsaharianos. Cinco resultaron heridos por arma blanca. Según la activista, la policía no hizo nada para evitarlo y abandonó el barrio. Maleno cree que el ataque estuvo planificado, quizás para amedrentar a los subsaharianos y vaciar definitivamente de inmigrantes esta conflictiva barriada, en la que son frecuentes las redadas de la Gendarmería marroquí. En una de estas redadas, en diciembre, un chico camerunés de 16 años, Cedrick Bété, se precipitó al vacío desde un cuarto piso cuando trataba de esconderse de la policía. El colectivo de apoyo a las redes migrantes Caminando Fronteras denunció entonces que el adolescente cayó cuando estaba forcejeando con los agentes estaba forcejeando con los agentes.
¿Meras “disfunciones”?
En Marruecos, las fuerzas de seguridad están férreamente controladas por el Majzen, el aparato de poder semifeudal cuya cumbre ocupan el rey, su camarilla y los generales que controlan las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Tras su salida, los inmigrantes explicaron a Maleno que fueron los gendarmes quienes les indicaron que no habría vigilancia durante 48 horas, una voz que pronto corrió por el barrio. No parece probable que este escenario obedezca a una “disfunción” sino más bien a una orden explícita de Rabat.
El intento de vaciar de inmigrantes Boukhalef, considerado un foco de conflicto por las autoridades marroquíes, probablemente buscaba dar un respiro a Marruecos en varios frentes.
Para empezar, porque el discurso de la excepcionalidad de Marruecos, su fachada de país democrático, difícilmente se puede conciliar con las constantes denuncias de asociaciones de derechos humanos y con las portadas, incluso en la prensa marroquí, que dan cuenta de los ataques racistas en este barrio, escenario de buena parte de los abusos policiales y de las tensiones entre comunidades en Tánger. Y Marruecos no es inmune a su imagen pública. Un buen ejemplo tuvo lugar en 2013, cuando tras la publicación de un demoledor informe de MSF y de denuncias de otras asociaciones sobre el trato dispensado a los migrantes, incluso el oficialista Consejo Nacional de Derechos Humanos (CNDH) reconoció abusos en el informe que estuvo en el origen de la nueva política migratoria marroquí. Boukhalef es, en realidad, otra demostración, junto con lo que sucede en Ceuta y Melilla, de que el cambio que el rey anunció a bombo y platillo no está siendo tal.
“En Tánger ha habido muchísima represión y tres asesinatos; las redadas son continuas. Marruecos estaba entre la espada y la pared. Por un lado, Europa exigiéndole que controle la inmigración y, por otro, las ONG que no paraban de denunciar la represión”, explica el expreso político y activista social Boubker Khamlichi.
La presión que soporta Marruecos al haber asumido “una responsabilidad que no le corresponde, la de gendarme de la Unión Europea”, denuncia el profesor universitario y secretario de la Asociación Marroquí de Estudios e Investigación sobre Migraciones (AMERM), Mohamed Khachani, no se ha visto además aliviada por el proceso de regularización de sin papeles que Rabat presentó como el hito de su nueva política.
Esta iniciativa, dirigida a los entre 25.000 y 40.000 sin papeles que viven en el país, no ha tenido los resultados esperados. De acuerdo con datos ofrecidos por Marcel Amiyeto, secretario general del sindicato Organización Democrática de los Trabajadores Inmigrantes (ODT), en una entrevista con el diario Al Bayane, entre el 1 de enero y mediados de junio, 15.600 personas se acogieron al proceso de regularización. Solo 1200 han tenido una respuesta positiva.
“La regularización está siendo un fracaso y el rumor que corre es que una vez que concluya, en diciembre, la Unión Europea quiere que Marruecos expulse a los no regularizados, por lo que los inmigrantes tienen urgencia por cruzar”, recalca Maleno.
África, España y el trasfondo del Sáhara
En el preámbulo de la constitución marroquí, se proclama que Marruecos tiene como uno de sus objetivos la unidad africana, una vocación asumida con entusiasmo por Mohamed VI. En marzo, el soberano efectuó una gira que le llevó a Costa de Marfil, Gabón y Senegal. Un mes antes, había visitado Mali.
El rey no sólo volvió con decenas de acuerdos comerciales y de cooperación en diversas áreas, sino que, en Dakar, Mohamed VI obtuvo una declaración tajante según la cual Senegal reafirmaba su apoyo a la “marroquinidad” del Sáhara Occidental. Muchos de los inmigrantes de Boukhalef son senegaleses. También hay un colectivo importante procedente de Camerún, otro país alineado con Marruecos en la cuestión de la excolonia española.
El profesor Khachani recalca cómo su país está haciendo equilibrios entre el papel de “gendarme” exigido por Europa y su necesidad de quedar bien con sus socios africanos. Si cuando concluya la regularización, Rabat expulsa de forma masiva a sus ciudadanos, estos Estados lo tendrán más difícil para fingir que no sucede nada, como hacen ante los abusos policiales y los ataques racistas a sus inmigrantes en Marruecos. El enfriamiento de la relación de Rabat con esos países africanos podría repercutir negativamente sobre sus intentos de acercarse a la Unión Africana- siempre con el Sáhara en la mente- una organización que abandonó en 1984 en protesta por la aceptación del Frente Polisario como miembro.
En septiembre, el enviado especial del secretario general de Naciones Unidas, Cristopher Ross, tiene previsto iniciar una nueva gira en el Magreb para tratar de desbloquear el diálogo entre Marruecos y el Frente Polisario. En un contexto en el que las relaciones con Francia, su principal valedor, no pasan por su mejor momento, para Marruecos es crucial no sólo recabar todos los apoyos africanos posibles, sino también que Madrid mantenga su tradicional neutralidad -que en la práctica le beneficia- sobre la cuestión. España fue la potencia colonial y su voz tiene peso en Naciones Unidas en lo relativo a esta descolonización inconclusa. ¿La decisión de permitir la salida de subsaharianos ha sido también un aviso de que Marruecos puede abrir el grifo de la inmigración si España presiona por la autodeterminación de los saharauis? La respuesta es otro de los arcanos del Majzen.
La oleada de lanchas de juguete no sólo podría dirigirse a aliviar algo la tensión migratoria en Boukhalef, uno de los focos de conflicto de la región norte de Marruecos, que afecta también a Ceuta y Melilla -los inmigrantes van y vienen entre Tánger y los alrededores de las dos ciudades- sino que además la permisividad marroquí no puede sino ser bien acogida por los países de origen de los subsaharianos cuya importancia para Rabat va en aumento. La decisión de dejar cruzar a más de mil inmigrantes no ha conllevado además reproche público alguno por parte de España, pues el gobierno ha contemporizado esperando que se trate de un episodio aislado, Madrid no ha llamado a consultas al embajador -como sí se hizo en 2001 ante una oleada de pateras algo más reducida- e incluso ha resaltado los “estrechos contactos” con Rabat.