La luz primaveral ya llegó a Barcelona. El frío invernal aún se resiste a desaparecer, pero eso no impide que en la terraza del Espai Mescladís el aforo esté completo. No es algo anecdótico, este restaurante en pleno corazón del barrio del Born se ha convertido en uno de los lugares más frecuentados en la Ciudad Condal.
Un techo que es el cielo y la divertida decoración que reviste sus paredes de piedra conforman un agradable entorno donde, además de ingredientes locales y de temporada, se “cocinan oportunidades” para personas migrantes que pueden, a través de formación y contratos de trabajo, conseguir 'los papeles'.
“Formamos sobre todo a gente migrante que está situación irregular, aprovechamos la posibilidad que hay de arraigo laboral para conseguir, con ofertas de empleo, regularizar”, explica el impulsor del proyecto, Martín Habiague, con una ilusión que parece intacta, a pesar de llevar más de una década de recorrido.
Cuinant oportunitats ('Cocinando oportunidades', en catalán) es, precisamente, uno de los ejes de la Fundación Mescladís, que ofrece formaciones de camareros, ayudantes de cocina, etc., para facilitar la inserción socio-laboral a personas con dificultades para conseguir opciones de futuro. En los últimos nueve años, la media de contratos conseguidos por los alumnos es del 30%.
Soly Malamine, antiguo alumno de los cursos, hoy se encarga de coordinar al equipo de camareros y cocineros con un toque de humor que desprende compañerismo. “Para mí, Mescladís significa todo. Es mi casa, donde crecí personal y profesionalmente. Es una escuela, es el lugar donde aprendí a expresarme, a luchar, a creer en mí y me ha dado una confianza para seguir adelante siempre”, confiesa.
Soly salió de Senegal en 2005 en busca de oportunidades para ayudar a su familia, ya que se había frustrado su intención de estudiar Ingeniería de Caminos y observaba que a otros paisanos les había ido bien después de emigrar. Desde su país se trasladó a Mauritania y de allí cruzó el océano en un cayuco hasta Canarias.
“El viaje fue bastante complicado, porque éramos unas 40 personas a bordo”, relata. Aun así, reconoce que tuvieron suerte en el trayecto: “En el quinto día en el mar nos quedamos sin gasolina y sin nada, pero afortunadamente ya estábamos en aguas españolas y la guardia costera nos rescató después de 10 horas sin motor”, recuerda con naturalidad.
Después de permanecer 25 días en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE), fue trasladado a la península. Pasó dos años en Almería, donde trabajó en el sector de la construcción, un empleo que perdió cuando explotó la burbuja inmobiliaria. La situación durante los primeros años en España y sin 'papeles', no era lo que esperaba, dice, pero no le desmotivó. “Yo veía que había posibilidades de luchar y conseguir algo”, afirma al revivir esa etapa. Un impulso que lo llevó a Barcelona, donde comenzó a hacer teatro experimental y en 2010 se inscribió en el curso de cocina de Mescladís.
Además del aprendizaje profesional, destaca lo que ganó a nivel humano durante su formación en la que ahora es “su casa”. “En las clases de Martín, reflexionábamos sobre nuestro futuro y sueños, y para mí, en ese momento, encontrar un espacio para hablar de cosas así, era algo que me daba mucha fuerza”, confiesa el coordinador de Mescladís.
Reconstruir su vida a miles de kilómetros siendo inmigrante 'sin papeles', no fue tarea fácil. En 2011 consiguió regularizar su situación y tras finalizar su formación enlazó varios trabajos en hostelería hasta que recibió la propuesta de Mescladís de unirse, de nuevo, al equipo. “Acepté porque me identificaba más trabajando ahí que en un hotel de cinco estrellas”, dice Soly, quien entiende la cocina como “la mejor herramienta para que la gente se pueda unir y conocer”.
Viajar de nuevo a Senegal a través de la cocina
En la actualidad, además de coordinar el equipo, Soly imparte talleres culinarios. En el último escogió como producto estrella el fruto del baobab, uno de los árboles más grandes de África que en su país sirve como “un lugar de encuentro, donde la gente se reúne para hablar, es como el parlamento, también se celebran bodas”. Así, sin moverse de la cocina, a través de aromas y sabores, viaja con sus aprendices de nuevo a Senegal.
“La cocina es una herramienta poderosa porque te permite trabajar la diversidad desde un punto común”, precisa Martín, que recuerda “esa singularidad de la especie humana” de transformar los alimentos y compartirlos en un entorno social, “independientemente de dónde venga cada uno”. Una filosofía que inspira los talleres interculturales de cocina abiertos al público que ofrece el espacio, donde se comparten experiencias y recetas de diferentes puntos del mundo.
El “desarrollo comunitario” es uno de los motores de Mescladís, que busca generar espacios de encuentro donde “se impulse una opinión pública que defienda otras políticas migratorias y no estas que son criminales, generan exclusión y marginan”, afirma Martín con rotundidad, quien puso en marcha el proyecto en 2005 tras acabar cansado de trabajar en el mundo de la empresa tecnológica en Bélgica.
“España atravesaba un cambio social muy significativo. En un corto plazo de tiempo pasó de ser un país de gente que emigraba a ser receptor de gente de todos lados”, explica. Una transformación social en la que quiso “poner un granito de arena, con un alcance a nivel barrial, para, por un lado, ayudar a canalizar toda la energía que hay detrás de un proyecto migratorio y, por otra parte, hacer realidad esta promesa de conseguir una sociedad diversa y enriquecernos mutuamente”.
Cocina social contra el auge de la xenofobia
En esa línea, desarrollan otras iniciativas que salen a la calle, como Diálogos invisibles, un trabajo artístico con el que se empapelaron 120 persianas de comercios con imágenes tomadas por el fotógrafo Joan Tomas que plasman diálogos entre personas unidas “para sacar de la exclusión al migrante irregular”. Una experiencia que, a finales de este mes, será transformada en novela gráfica.
También tratan de mantener la coherencia en la sostenibilidad económica y medioambiental. El 5% de los ingresos del año pasado derivaron de subvenciones, el 10% de prestación de servicios sociales y el 85% de la propia actividad económica. Este modelo, según explican, aporta independencia y facilita trabajar con el colectivo en situación irregular. El vino, los yogures o helados que se pueden saborear en Mescladís provienen de cooperativas, el agua no es embotellada, las verduras son locales y de temporada, y los zumos están hechos con fruta ecológica.
El atractivo que caracteriza a Mescladís se ha convertido en objeto de estudio de numerosos universitarios e investigadores y ha recibido reconocimientos como el Premio del Consejo Municipal de Inmigración de Barcelona en 2016. Todo ello, en una etapa histórica donde personas migrantes y refugiadas “son el chivo expiatorio, se vende como los causantes de todos los problemas”, puntualiza el fundador.
Por esta razón, el sueño del proyecto es, dice, “que las futuras generaciones se avergüencen de este periodo” y lamenta “la paradoja que acompaña históricamente a la migración: siempre necesaria y siempre rechazada”. Desde su mirada y experiencia, Martín no duda en que, “así como las luchas antiesclavistas, anticoloniales, o contra el apartheid, marcaron nuestro pasado, el siglo XXI estará marcado por la lucha por los derechos de los migrantes”.